Karina de la Paz Reyes
El antropólogo y defensor del patrimonio peruano, Jaime Urrutia Ceruti, en su conferencia “Somos diferentes pero somos iguales” sintetizó el reto del continente americano en una pregunta: ¿cómo conciliar hoy en día los procesos económicos en curso en nuestros países, con la reafirmación de las identidades y preservando todo el patrimonio cultural? Para él, ahí hay una necesidad de voluntad política fundamental, que si no existe, es difícil pensar en avanzar positivamente.
Citó que para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “América Latina es una tierra de encuentros de muchas diversidades: de cultura, religiones, tradiciones, y también de miedos e impotencia. Somos diversos en la esperanza y en la desesperación”. Y dijo que él cree que “la esperanza –que como dicen los sabios abuelos es lo último que se pierde– debe basarse en nuestra diversidad cultural. Si nosotros concebimos que ésta debe preservarse, defenderse, sostenerse, entonces podríamos ver un futuro donde todos seamos diferentes pero iguales”.
El director del Proyecto Mejorando la Inversión Municipal, del Instituto de Estudios Peruanos, explicó que precisamente ése fue el título de su ponencia porque “somos diferentes en identidades culturales, pero somos iguales como ciudadanos”.
Sin embargo, éstas son palabras “bonitas” en una realidad que las desmiente día a día, pues “las democracias de América Latina siguen siendo endebles”, entre otras razones –según él– por la exclusión ciudadana de amplios sectores sociales que son diferentes culturalmente, sobre todo los del ámbito rural. Por ello, Urrutia Ceruti planteó una pregunta más: “¿Acaso podemos decir que a mayor presencia de grupos culturales diversos, con presencia demográfica significativa, mayor debilidad democrática?”.
Para el autor de Comerciantes, arrieros y viajeros 1770‑1870, la globalización mundial contiene dos procesos opuestos: por un lado, pretende la uniformización cultural a partir del punto de vista occidental; por otro, permite la afirmación de identidades grupales, del derecho de minorías, sobre todo las que no compaginan con las culturas oficiales y son otros sus referentes básicos.
También citó al escritor mexicano Fernando del Paso y su discurso al recibir el Premio “José Emilio Pacheco” a la Excelencia Literaria, después de fallecido éste: “Necesitamos la edificación de un país que se reconozca, positivamente, como multiétnico, pluricultural y multilingüe”.
“¡Qué pena también, que aprendamos cuando estamos viejos que los rarámuris o los triques mazatecas son los nombres de pueblos mexicanos que nunca nos habían contado, y que sólo conocimos por vez primera cuando fueron víctimas de un abuso o de un despojo por parte de compañías extranjeras o por parte de nuestras propias autoridades!”, dijo también el escritor en lo que fue, más que su discurso, una carta imaginaria a su amigo José Emilio.
Al respecto, Urrutia Ceruti dijo que se trató de palabras dolidas que valen para todo el continente, “porque exclusión, marginación e intolerancia han sido un estigma para quienes son componentes de sociedades distintas a aquella cultura que se convirtió en hegemónica y que fue construida por élites políticas e intelectuales para estar por encima de los demás.
”Pero como dije anteriormente, la globalización es un fenómeno complejo y entonces hay que reconocer también que casi en todos los países de América Latina las constituciones recientemente aprobadas reconocen la pluralidad cultural y el multilingüismo –creo que la chilena es la única que no lo reconoce.”
No obstante, volvió a cuestionar: ¿qué tipo de ciudadanía existe en realidad en países de América Latina con culturas diversas agrupadas en la “nación”? Y añadió: “El papel es bonito, las constituciones liberales del (siglo) XIX nos dicen que todos somos iguales ante la ley, pero no, hay ciudadanos de primera, de segunda y de tercera”.
En ese contexto, destacó que el patrimonio de los pueblos latinoamericanos es su extraordinaria diversidad cultural, desde las variedades idiomáticas hasta formas de comportarse, sin embargo éstas no están plenamente incorporadas en lo que se concibe como identidad nacional.
“Entonces esta identidad nacional, elaborada por élites políticas, precisamente es para borrar la diversidad cultural inventando sus propias tradiciones, mitos y ritos colectivos, y desde el control del Estado expandiendo su propio imaginario.”
El antropólogo también subrayó que a nombre del fantasma llamado “interés nacional” se han cometido “barbaridades” en el continente americano y muestra de ello hay en cualquier pueblo originario, muchos de ellos, por ejemplo, actualmente están en franca lucha por evitar el despojo de sus recursos naturales.