Pachuca de Soto, Hidalgo, México. Mayo de 2015
La mayoría de los monumentos carecen de valor estético y son obras compradas por los gobernantes para que la gente no reflexione sobre la situación actual, sino más bien para que la olvide, afirma Miguel Ledezma Campos, artista visual y profesor del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.
En la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, Miguel Ángel Ledezma sustentó la conferencia “Monumentos y Antimonumentos”, dentro de las actividades de la V Edición del Festival Internacional de la Imagen, FINI 2015, en la cual remarcó que a los monumentos, por su propia naturaleza se les confiere una función que tiene más que ver con el entorno donde se instalan y poseen una función social que es más sobresaliente que su valor artístico en sí.
Para explicar cómo se relaciona el monumento con los observadores del entorno en que reside la obra, explicó que la obra de arte concebida a través de su función social, como sucede con los monumentos en especial, no es algo que decida la comunidad, sino es algo que se le impone; no se conforma de un diálogo con los habitantes donde se instala, y dijo: “así, la obra de arte, o monumento, tiene una especie de arbitrariedad; cualquier monumento nos lo imponen”.
Además agregó ejemplos de monumentos erigidos en honor a gestas históricas, próceres de éstas o gobernantes que sólo se colocan para justificar el gasto público en obra de arte, “aunque estos monumentos no tengan ningún valor estético, ni reflexivo, ni de carácter genuino de relación con los habitantes del entorno”, apuntó.
El artista e investigador consideró que si el arte público o los monumentos urbanos o cívicos incluyeran la licencia social a través del diagnóstico de participación ciudadana, en vez de irlos a insertar arbitrariamente, se convertirían en algo propio de los habitantes donde se coloca la obra, no en algo ajeno o impuesto desde las cúpulas de las instituciones culturales o de educación, o capricho del presidente en turno:
“No privilegiaría un espacio ni perdurabilidad específicos; sería una investigación móvil, involucraría al artista y al espectador o receptor del acto estético cerrando el círculo que compone la creación misma de una escultura, un monumento y cualquier obra de arte en sí”, remató Ledezma.
Durante la conferencia Miguel Ledezma resaltó que el mundo del monumento es específicamente y por esencia un organismo dentro de una red de instituciones; por lo tanto forzosamente afecta el entorno de los lugareños, o receptores; el monumento es un lugar alegórico que pretende o debería significar algo para quienes lo ven o frecuentan todos los días, pero que se han convertido en una distracción y a veces hasta un estorbo o una ofensa, como sucedió con las esculturas públicas de expresidentes que la población ha ido a derrumbar, escupir, grafitear o simplemente ignorar y convertirla en basureros, como respuesta.
Para ejemplificar la validez de la concepción que “debería ser” en la obra de arte público, explicó podría ser efímera, pero fungir cabalmente como una experiencia estética tanto para el artista como para el observador, para que fuera más genuina, indicó.
Ledezma Campos en su disertación explicó a su auditorio que la obra de arte en sitios públicos sería más funcional en tanto fuera más orgánica y vívida: “Ya no estamos hablando de una escultura que no se mueve, sino que el artista le habla al espectador y le permite presenciar algo que también lo incluye, el artista es la herramienta para hacer el arte, asunto que muchas veces se pasa por alto cuando se habla de arte público”.
“¿Cuáles serían las relaciones actuales entre escultura y arte público? Primero habría que apuntar que no todas las esculturas son arte, porque no contienen esa profundidad crítica del contexto en que se insertan. Por ejemplo la Plaza Juárez con la escultura de Juárez, ¿realmente tiene valores artísticos? O el Guerrero Chimalli de Sebastián, ¿los tiene? Entonces tendríamos que ver que los monumentos que representan a algún político o a cierto evento histórico o las esculturas ¿tienen valor artístico y se usan para adornar o embellecer el entorno? Hay monumentos escultóricos, pero no necesariamente artísticos”, reflexionó el artista.
Prosiguió: “Los 34 millones de pesos que costó el Guerrero Chimalli asentado en medio de un entorno urbano caracterizado justamente por su dificultad al acceso a la mayoría de los beneficios sociales, podrían haberse usado en algo más relacionado con lo que la gente quisiera ahí. En éste, como en la mayoría de los monumentos hay una especie de choque, porque obligan a una relación con ellos, pero, ¿qué significan?, ¿qué expresan? Lo que expresan es la manipulación o usurpación de la identidad de los monumentos por parte del Estado, para hacer más tolerable la realidad de los habitantes, para que se entretengan en medio de su pobreza; que sea como una distracción de la realidad, es lo que pretende la política cultural. De modo que esto quiere decir que cada monumento que es impuesto por el gobierno en turno en un espacio urbano, es una acción violenta, aunque sutil, de imposición ideológica”.
“El monumento al Guerrero Chimalli es el ejemplo al monumento a la pobreza de los habitantes de Chimalhuacán; significa que el estado está consciente de las condiciones de inequidad en que viven, significa que deben sentirse orgullosos de su pobreza y que deben conformarse con el salario que ganan y las jornadas extenuantes que trabajan; aguantar condiciones de vida inaguantables. ¿Cómo se podrían haber gastado más 30 millones de pesos en arte público? Pero lo que ofrecen la obra pública en arte o son murales o son este tipo de esculturas; ya en un caso más flexibles, graffittis, cuando mucho, pero con el guión ya impuesto, ya sea de glorificar al gobierno o hacer estampitas de la historia oficial, o arte abstracto que no dice nada, es sólo una acumulación de material ahí.”
“Entonces, ¿las esculturas urbanas qué dicen?: pues no dicen nada, no son obras que sean críticas, que nos inviten a pensar, sino al contrario, sólo están ahí para que nos deleitemos en las formas —y a veces ni eso—; no nos incitan a pensar en nuestra situación actual, lo que quisieran los gobernantes que las compran es que nos ayuden más bien a olvidar: ahí están, esculturas, avecinadas forzadamente, inútiles, artísticamente pobres; son obras que nada más están cumpliendo la función de justificar el gasto que el Estado dice realizar en arte”, finalizó el artista en su participación crítica sobre los monumentos y su función en el marco de las actividades del FINI 2015.