El biólogo Francisco J. Ayala reside desde 1961 en EE UU, donde recibió en 2002 la Medalla Nacional de Ciencias, el mayor honor que concede el país norteamericano a un científico. “En EE UU, cuando hay un presidente que no entiende el valor de la ciencia –como George W. Bush que me dio esta medalla y quería cortar la inversión científica– todo su partido vota en contra, porque saben que supone una buena inversión. En España desgraciadamente no es así», asegura Ayala, galardonado también con el premio Templeton en 2010. Su amplia trayectoria investigadora se ha centrado en la genética de poblaciones y la evolución biológica, y sus publicaciones filosóficas en la epistemología, la ética y cuestiones relacionadas con la biología.
Revoluciones científicas como las de Copérnico y Darwin supusieron un antes y un después en la historia de la humanidad. ¿Cree que estamos cerca de una nueva revolución de este tipo, quizá desde el campo de la física de partículas en el CERN, por ejemplo?
Lo que pasa con esos dos ámbitos es que son revoluciones fundamentales. Se desarrolla la idea de que lo que pasa en el universo se puede explicar científicamente. Copérnico, Galileo y Newton lo hacen con respecto al mundo físico, pero dejaban fuera de ello a los organismos, que parecían estar claramente diseñados. Darwin lo que hace es demostrar que esa parte también se puede explicar científicamente.
¿Qué queda por conocer sobre la evolución?
Hay más para aprender de este tema hoy, que hace 10 o 50 años. El conocimiento científico –y esta es una imagen que uso con mis estudiantes– es como una isla en el océano. Lo que se sabe es la isla y lo que no, el océano. Cuánto más conocimiento, más preguntas que hacerse.
Hablando de cosas que no sabemos, la última Encuesta sobre percepción social de la ciencia publicada en España indica que un 25% de los encuestados desconocían que es la Tierra la que gira en torno al Sol y no al contrario. ¿Cree que el desconocimiento científico es el culpable de que prosperen los grupos creacionistas?
Es desconocimiento científico, pero frecuentemente es ignorancia general. Las personas que desconocen que la Tierra gira alrededor del Sol no es solo porque no sepan de ciencia, es porque no tienen mucho conocimiento general. Respecto a mi campo de la evolución, también existe un porcentaje de personas que desconoce que los humanos hemos evolucionado de organismos que no eran humanos.
¿Qué es lo que mueve a las personas a creer en ideas pseudocientíficas como el ‘diseño inteligente’?
En EE UU sus defensores lo escriben como DI, y yo lo denomino el ‘diseño incompetente’. Los organismos estamos muy mal diseñados, pero echarle la culpa a Dios de ello no está nada bien. Empezando, por ejemplo, por el ojo. Cuando uno observa el de un pulpo o un calamar, es tan complejo como el nuestro, pero el suyo no tiene un defecto que nosotros tenemos. En los moluscos, desde las lapas que tienen los ojitos más simples que uno se puede imaginar, las fibras ópticas están siempre por fuera. Sin embargo, en nuestro caso, para llevar la información que recogemos en la retina al cerebro, el nervio óptico tiene que cruzar la retina y eso implica que tenemos un punto ciego. Sería una prueba evidente, según los defensores del diseño inteligente, de que Dios quiere más a los pulpos y a los calamares (con sus ojos perfectísimos) que a los humanos.
¿Cómo nace esta corriente?
El diseño inteligente surge como reacción a la condena en los tribunales del creacionismo, una doctrina religiosa, y que por tanto no se puede enseñar en las escuelas públicas. Yo siempre digo que es el creacionismo con traje de fiesta. Le dan una vuelta para cubrir ciertas cosas, pero al final las ideas son las mismas. Ahora, en vez de decir que es Dios quién ha diseñado a los organismos, no se sabe quién. A lo mejor es un genio que vive ahí en la selva o un extraterrestre, pero no pueden decir que es Dios. Aunque no hay muchos intelectuales que defiendan el diseño inteligente, en el público en general ha caldo muy bien esta idea, en vez de aceptar la teoría de la evolución que consideran materialista y antireligiosa. Es una pena.
¿Y no lo es?
No tiene por qué serlo. La explicación científica, desde mi punto de vida, es totalmente compatible con las creencias religiosas. Son dos explicaciones distintas de la misma realidad.
En su último libro Evolución para David escribe sobre las cuestiones que la ingeniería genética debería resolver en el futuro, ¿hacia dónde deberían dirigirse los estudios en este campo?
Una de las dimensiones es curar las enfermedades que se pueda genéticamente, pero hay otra. Por ejemplo, la fenilcetonuria se puede curar, aunque sus genes se transmiten a la siguiente generación. El genetista que obtuvo el premio Nobel en 1946, H. J. Muller (al que conocí bien ya mayor, siendo yo muy jovencito) decía que este hecho iba a ser un desastre, que cuantas más enfermedades curásemos, más habría que curar. Él era un gran genetista, pero no sabía de genética de poblaciones o de evolución. Si cogiéramos a todas las personas con fenilcetonuria en el mundo, que es una enfermedad recesiva, y los curamos a todos –que evidentemente no es posible–, como la frecuencia actual del gen es del 1% se tardarían cien generaciones para que se duplicara la frecuencia. ¡Eso son 2.500 años! Evidentemente, en diez años, cincuenta o cien –en la escala de la evolución no importa– vamos a aprender a curar estas enfermedades a nivel de las células reproductivas.
¿Cuál es su opinión sobre la clonación humana?
Una persona no se puede clonar, se pueden clonar los genes. Un ejemplo, que el premio Nobel George Wells Beadle ponía, era cómo saber si al clonar los genes de Einstein no saldría una persona dictatorial o que si clonamos a Hitler no obtendríamos un gran benefactor de la humanidad. Porque Hitler era sus genes, el seno de la madre en la que nació, y toda la experiencia de la vida. Eso no se puede repetir. Es, de nuevo, un defecto de lógica científica que, parece sutil, pero es muy fundamental.
¿Qué aplicaciones debería tener?
Las posibilidades de la genética son tremendas. Como lo es la clonación de genotipos, pero no para crear individuos, sino para reproducir órganos y células. Utilizar la tecnología genética para producir órganos y trasplantarlos. Es cuestión de décadas que se pueda hacer. Otra aplicación que podrán tener las células madre es para aquellas personas que se han quedado paralíticas. Como las células nerviosas no se regeneran, servirá para aprender a hacer que se reproduzcan con ingeniería genética.
Aunque supongo que se lo habrán preguntado muchas veces, ¿nunca se planteó volver a España?
Fui a EE UU con la idea de hacer el doctorado y volverme. De hecho, lo hice muy rápido con esa idea, pero mientras tanto los profesores americanos lo que hicieron fue ‘engañarme’ (así lo interpreté yo un poco más tarde), para que me quedara allí. Primero me ofrecieron una investigación postdoctoral y después me nombraron profesor asistente, sin yo solicitarlo. Me facilitaron la vida para que me quedara, porque podía hacer allí lo que no hubiera podido hacer en España. Aunque me preguntaban de vez en cuando ¿por qué no te vienes a España?, nadie me hizo una oferta concreta. A partir del año 1980 la ciencia en España empezó a prosperar tremendamente. No sé si hubiera venido o no, pero nunca me lo ofrecieron de forma específica.
¿Qué problemas detecta en la situación actual de la investigación en España?
El sistema de oposiciones tan anquilosado que todavía existe en España. En EE UU se oferta un puesto, seleccionando y entrevistando a los que se considera mejores. Otra cara de este problema es la inversión. España invierte el 1% del PIB en investigación científica, mientras que EE UU invierte el 3% y el promedio de Europa es un 2%. Alemania, Japón y Holanda también invierten el 3% porque la ciencia rinde. Hay tres estudios americanos, completamente independientes unos de otros, que se realizaron en un período de cinco años, y llegan a la misma conclusión: el 50% de todo el avance económico de EE UU a partir de la II Guerra Mundial se debe a descubrimientos científicos y tecnológicos. Es una buena inversión.
El acto por el que será investido como doctor honoris causa de la Universidad Autónoma de Barcelona se podrá seguir mañana en directo, a partir de las 12 horas.
(Eva Rodríguez Nieto/SINC)