Adeline Marco, SINC
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global, es el objetivo que desde hace décadas tratan de alcanzar las Naciones Unidas, junto a 195 países y la Unión Europea. Reunidos ahora en París (Francia), su responsabilidad es vital. Diciembre de 2015 es la fecha límite para firmar un acuerdo universal y vinculante a partir de 2020. Porque los humanos contaminamos, y mucho.
Desde 1970, las emisiones de gases de efecto invernadero han aumentado un 80%, y desde 1990 lo han hecho un 45% hasta alcanzar 54 gigatoneladas equivalentes de dióxido de carbono (CO2) en 2013. Si se mantiene el ritmo actual –un aumento del 2,2% por año–, el incremento de temperaturas estará entre 3,7 y 4,8 ºC para 2100. Demasiado para evitar las consecuencias del cambio climático.
Los científicos llevan años advirtiéndolo a través del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). Los efectos del calentamiento serán irreversibles a menos que se mantenga el incremento por debajo de 2 ºC respecto a los niveles preindustriales. En el editorial de Science de esta semana, Hoesung Lee, presidente del IPCC, asevera que siempre habrá «algo más que saber sobre el cambio climático, pero ya sabemos más que suficiente para actuar».
"Siempre habrá algo más que saber sobre el cambio climático, pero ya sabemos más que suficiente para actuar", dice Lee
“El desafío ambiental estará en conseguir que el cambio climático no alcance la barrera de los 2 ºC y con ello, que no se produzcan los impactos ambientales que se esperan, además de todos los que ya han sido constatados: disminución de glaciares, aumento de la aridez o cambios fenológicos”, declara a Sinc Jonathan Gómez Cantero, climatólogo y miembro del IPCC.
Mantener el límite de los 2 ºC
Para limitar las concentraciones atmosféricas a 450 partículas por millón de CO2 para 2100 y respetar la barrera de los 2 ºC, las emisiones deben reducirse de 40% a 70% en 2050 respecto a los niveles de 2010.
Pero ese reto exige compromisos individuales. “Todos los ciudadanos deberíamos cambiar nuestro hábitos en buena medida; esto no quiere decir que sea a peor, pero hay que concienciarse de usar el transporte público, medios de transporte poco contaminantes como la bicicleta, y consumir productos locales”, afirma Gómez, quien recuerda que en la actualidad la temperatura ya ha aumentado cerca de 1 ºC desde que existen registros. “Estamos a mitad de camino de los 2 ºC”, advierte el experto.
Desde que el IPCC presentara los datos científicos en su IV informe en 2007, en cada Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático se ha intentado que el límite de 2 ºC se convierta en un objetivo vinculante.
Logros y fracasos de las cumbres
En la cumbre del clima de Copenhague (COP15) en 2009 se aceptó ese objetivo común, y el año siguiente, en Cancún (COP16), se concretó con la creación de instituciones dedicadas a la adaptación al cambio climático, como el Fondo Verde para el Clima, con 100.000 millones de dólares para 2020 de ayuda a los países a afrontar el cambio climático.
En 2011 se creó la Plataforma de Durban, cuya misión ha sido la de unir los países desarrollados y en desarrollo para que el objetivo de los 2 ºC se convierta en un instrumento jurídico y vinculante que actúe a partir de 2020. Pero tiene que ser adoptado ahora en la cumbre del clima de París (COP21). En esa dirección, la cumbre de Varsovia en 2013 dio un gran paso: cada país comunicará las contribuciones anuales de emisiones.
“Los países más ricos y contaminantes deben aceptar, por fin, ayudar a los más frágiles y poco emisores”, indica Boeuf
“Las contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional (INDC, por sus siglas en inglés) nunca han sido tan prometedoras, ¡pero aún no son suficientes!”, dice a Sinc Gilles Boeuf, biólogo y consejero científico de medioambiente, biodiversidad y clima en el gabinete de Ségolène Royal, ministra de Ecología, del Desarrollo Sostenible y de la Energía de Francia.
Una ayuda de 100.000 millones de dólares
Para el consejero de la ministra francesa, el mayor desafío de la cumbre de París es el de la solidaridad internacional. Las consecuencias del cambio climático afectarán a los países más desfavorecidos. Con el objetivo de ayudarlos a enfrentarse al aumento de temperaturas, en la Cumbre del Clima de Copenhague y la de Cancún los países se comprometieron a movilizar de manera conjunta 100.000 millones de dólares por año para 2020 a partir de fondos públicos o privados.
“Los países más ricos y contaminantes deben aceptar, por fin, ayudar a los más frágiles y poco emisores”, añade Boeuf. El éxito de la cumbre de París residirá justamente en la confianza que generen los países desarrollados para cumplir este compromiso.
“Los países en vías de crecimiento pueden ser los que más se opongan a las negociaciones, simplemente por el hecho de que los grandes países que hoy conocemos han crecido gracias a combustibles baratos, como el carbón. ¿Por qué ellos no lo van a poder hacer ahora?”, plantea Jonathan Gómez.
Con este reto de financiación, al que se une el Fondo Verde para el Clima aprobado en Cancún en 2010, los países reunidos en París deberán reorientar las inversiones de los actores económicos y financieros hacia economías bajas en carbono. “No debemos olvidar que las grandes potencias quieren mantener su estatus y, además, en muchas de ellas existe un gran lobby de los combustibles fósiles”, recalca el experto del IPCC.
Adiós definitivo al Protocolo de Kioto
Muchos han sido los avances en términos climáticos, aunque lentos. En 1979 se celebró en Ginebra (Suiza) la primera conferencia mundial sobre el clima, pero no fue hasta 1992, en la cumbre de Rio de Janeiro (Brasil), cuando el cambio climático cobró oficialmente protagonismo. Las 196 partes que firmaron la convención reconocieron por primera vez la responsabilidad humana en este fenómeno.
Desde esa fecha, las negociaciones políticas internacionales no han dejado de tomar fuerza con un objetivo común: reducir la huella del hombre en el planeta. Sin duda es el Protocolo de Kioto, firmado en Japón en 1997, el que ha logrado mayor éxito desde entonces.
“Tras años de fracaso para llegar a acuerdos, la cumbre de París es probable que dé un giro”, afirman investigadores estadounidenses
El Protocolo de Kioto fue el primer paso en la reducción de emisiones. Entró en vigor en 2005 y comprometió a 37 países industrializados y a la Unión Europea (UE) a establecer metas vinculantes de reducción de emisiones de siete gases de efecto invernadero, entre los que destacan el dióxido de carbono (CO2) y el metano (MH4).
El acuerdo cubrió el periodo de 2008 a 2012 y reconoció que esos países eran responsables de los elevados niveles de emisiones tras 150 años de quema de combustibles fósiles. Pero estos solo contribuyen al 12% de las emisiones mundiales. Aun así se fijó una reducción de las emisiones de al menos un 5% por debajo de los niveles de 1990.
En la UE, el compromiso se asumió de forma conjunta, con un reparto interno de estas reducciones. A España le correspondió no superar el 15% de 1990 a 1995. Pero el primer periodo de Kioto tenía fecha de caducidad.
Diciembre de 2015, fecha histórica para el clima
En la cumbre de Bali, en 2007, se intentó llegar a un nuevo acuerdo que relegara al protocolo a partir de 2013 y vinculara a más países, sobre todo a EE UU, que quedó fuera en 1997. Al no conseguirlo, diciembre de 2009 se estableció como fecha límite. La expectación fue máxima y el objetivo claro ese año en la cumbre del Clima de Copenhague. Pero fracasó.
Ante la ausencia de unanimidad, la cumbre de Doha (Qatar) en 2012 introdujo a los países en un segundo periodo del Protocolo de Kioto, de 2013 a 2020. Sin embargo, como muy tarde en diciembre de 2015 debería quedar acordada la alianza que sustituyera definitivamente a Kioto a partir de 2020.
“Todos esperamos alcanzar un acuerdo universal y al menos mucho más vinculante que el de Copenhague”, confiesa Boeuf. En un comentario publicado esta semana en Nature, David Victor y James Leape, investigadores de la Universidad de California y Stanford, respectivamente, mostraban su optimismo: “Tras años de fracaso para llegar a acuerdos, la cumbre de París es probable que dé un giro”.
Esta cumbre tiene que demostrar de lo que es capaz. “Espero de todo corazón que Francia desempeñe un papel determinante en todo esto. No es solo una cuestión de supervivencia para ella, sino también para todos los pueblos”, zanja Gilles Boeuf. París se lo juega ahora todo.