Robotizarse

Robotizarse


Manuel Martínez Morales

No hay peor lucha que la que se queda a medias.

Pablo Colchas

Te amo, dices, mientras clavas en mi corazón tu afilada pupila color miel. No importa, me dejo llevar a las profundidades del amor y el deseo, aunque todo transcurra entre la imaginación y el delirio. Detenernos a la mitad de la escalera para pensar si la vida merece ser vivida sin entablar con ella una lucha a muerte.

Sin embargo, hay que seguir la lucha hasta el final pues de igual manera la suerte está echada. Te digo que la premisa puede enunciarse en forma sencilla y es fácil de entender y aceptar: La actividad primaria y más importante en que los seres humanos -como individuos o como sociedades- se ocupan cotidianamente es en el aseguramiento de las condiciones que permitan la producción y reproducción de su vida material. No hay lenguaje, ni arte ni ciencia ni chingadera alguna que anteceda al consumo de la energía necesaria para mantenerse vivo. Primero es el ser y luego la conciencia del ser, expresó elegantemente Carlos Marx. Primero comer y después lo demás. Algún gringo lo expresó de otra manera y con crudeza: ¡it’s the economy stupid!

Nuestra vida depende y gravita en torno a la producción económica la cual con el transcurrir histórico ha devenido en formas complejas, dando lugar a la estructuración de formas sociales con distintas características y diferentes grados de complejidad en la relaciones que se establecen entre los hombres dependiendo de las formas de producción económica y las concomitantes relaciones sociales de producción. Las cuáles condicionan y determinan en última instancia las formas jurídicas y políticas, así como las culturales e ideológicas. Fácil de entender, tan fácil como que la Tierra gira alrededor del sol, siempre y cuando no incomode a los pastores del rebaño, quienes siempre parten y reparten y se llevan la mayor parte de la producción de bienes.

Con el detalle añadido, aunque usted no lo crea diría Ripley, de que dado que la riqueza se deriva del trabajo humano entonces lo anterior implica que, dado que el trabajador siempre está jodido por más que trabaje,  de alguna manera unos cuantos le arrebatan la riqueza así producida lo cual además les sirve para controlar el aparato del estado, a nivel local y global, con los instrumentos (jurídicos, ideológicos, policiacos y militares) necesarios para aplastar cualquier intento por cambiar el estado de cosas; esto es, para llevar a cabo una revolución que cambie el sistema económico para dar origen a otro sobre el cual pueda erigirse un sistema político y un sistema cultural correspondiente tendientes a establecer un sistema social justo e igualitario.

Como casi nunca me crees, ni siquiera cuando te juro de rodillas que te amo, dices que lo que afirmo son puras mariguanadas pasadas de moda y que por eso te vas a votar por el mejor candidato, el más puro y honorable que no tiene cola que le pisen pues un gobernante honesto podrá cambiar la lamentable circunstancia en que nos debatimos. Y que esto se puede lograr sin cambiar un ápice el sistema económico pues, según tu dulce apreciación de las cosas, no es necesario, sino que basta con distribuir los recursos hacia quien más los necesita. Y que las terribles consecuencias que para nuestro terruño y el planeta en su conjunto tiene la desaforada producción capitalista, me dices, irán diluyéndose pues, por ejemplo, Monsanto y demás transnacionales explotadoras del trabajo manual e intelectual y depredadoras de la naturaleza, tarde o temprano comprenderán su “error” y se convertirán en grandes benefactoras de la humanidad, siguiendo el ejemplo de Bill y Melissa Gates: millones y millones de dólares para los pobres, para lo cual se  requiere que estos no desparezcan; por el contrario es necesario que la maquinaria fabricante de pobres siga funcionando pues, de otra manera, qué sería de estos grandes filántropos. ¡Ah! Y también es necesario que persista el sistema que produce estos multimillonarios, si no qué chiste.

Pero hay un plus en toda esta confusión, ya que el moderno modo de producción económica, el capitalismo pues, además de explotar el trabajo humano convierte a los hombres en objetos, en “materia prima” intercambiable y desechable. Y en tanto, sin advertirlo, nos va convirtiendo en “máquinas deseantes”, según el término empleado por Deleuze y Guattari en “El AntiEdipo”. Máquinas deseantes formando parte de un “cuerpo sin órganos” que es el capital mismo, una abstracción deslizante; consecuencia de la subsunción del trabajo al capital, ¡Ah chingao!

No te alarmes, en palabras sencillas lo anterior sólo significa que  el trabajador, manual o intelectual, está subordinado al dictado del capital. A lo que hay que agregar que ello implica la subsunción de las fuerzas productivas, en general, y de las que forman parte ciencia y tecnología,  a los intereses del capital.

Pero aquí surge un gran pex que poco se entiende: “El progreso capitalista sólo puede basarse en el desarrollo de las fuerzas productivas, pero ambos procesos traen consigo el hundimiento del corazón del progreso capitalista, la tasa de ganancia, lo cual revela que las fuerzas productivas contienen un poder negativo, no sólo positivo, respecto del capital y su acumulación; no sólo apuntalan sino también socavan el desarrollo y progreso del capitalismo…. El capitalismo deberá producir entonces unas nuevas fuerzas productivas que contrarresten el efecto negativo de las anteriores mediante la concentración y la polarización espacial y funcional de dicho poder negativo en una parte de las fuerzas productivas.

Lo anterior se expresa en  la producción de fuerzas productivas cada vez más nocivas para la sociedad, pues de lo que es positivo o afirmativo para ésta deriva el poder negativo  que el capital debe deprimir o neutralizar…Ahora bien, una vez que la ciencia y la tecnología –y consecuentemente las políticas de desarrollo científico y tecnológico- constituyen prácticamente un factor económico sistemático regulador del conjunto del modo de producción burgués… la decisión sobre la estructura funcional tecnológica y científica de un país, de una región, de una rama industrial o del conjunto de la industria no se reduce a un problema de mero desarrollo económico capitalista – por ejemplo, en vista de establecer cierta vía de desarrollo para un país atrasado., sino que atañe inmediatamente al desarrollo de la revolución…

Hoy nos parece cada vez mas evidente  que sólo si se transforma radicalmente la actual tecnología podría existir una sociedad al modo en que Marx y Engels pensaron en el socialismo pues ya se vio cómo tanto en los países occidentales cómo en los del ex bloque soviético la alienación cotidiana resulta del aparato productivo y culmina en un aparato militar y burocrático de represión y destrucción de escala mundial.” (Jorge Veraza: Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida. Para una teoría marxista de las fuerzas productivas. Itaca, 2012)

Es así como ciencia y tecnología siguen un derrotero irracional y riesgoso para la especie humana, aunque totalmente racional y productivo desde la perspectiva de la reproducción y acumulación de capital. Por eso nos enfrentamos con productos tecnocientíficos de consecuencias catastróficas, y que parecen salir de cuentos de ficción científica, por ejemplo genes dirigidos a engañar la evolución natural que pueden extinguir especies enteras. No son transgénicos solamente, se trata de ingeniería de ecosistemas y poblaciones enteras, apunta Silvia Ribeiro. La técnica se inventó el año pasado pero ya está en la polémica mundial, para algunos por los altos riesgos que conlleva, para otros –las trasnacionales de agronegocios, farmacéuticas, biotecnología y defensa– por los negocios que avizoran.

Los conductores genéticos (gene drives en inglés) son una forma de burlar leyes naturales de la herencia y forzar a que los genes introducidos se traspasen a toda una población. Si son genes que inhabilitan la especie, es un método de extinguirla. Las especies que se reproducen sexualmente –plantas, animales, humanos– heredan 50/50 genes de cada progenitor, algunos dominantes, otros recesivos que en próximas generaciones tienden a desaparecer. Con conductores genéticos –que se construyen usando la técnica de biología sintética CRISPR/Cas9– los genes insertados llevan la instrucción de eliminar el gen correspondiente del otro progenitor no modificado, trasmitiéndose en 100 por ciento a la progenie. Repiten el acto en cada cruza, por lo que en pocas generaciones están en toda la población. Sus creadores lo llaman reacción mutagénica en cadena. En experimentos con mosquitos y moscas en la Universidad de California en 2015, en dos generaciones el gen modificado estaba en 97 por ciento de la población, contra 37 por ciento y tendencia a disminuir, sin usar conductores genéticos.

Esto causó que Kevin Esvelt, inventor de la técnica, llamara a una moratoria a su liberación y a un amplio debate público sobre la misma, ya que significa modificar especies completas para siempre.

Otros que usan la misma tecnología no tienen esos escrúpulos. Publicaron sus experimentos como algo fantástico que según ellos podría terminar con especies dañinas, plagas, vectores de enfermedades, etcétera. Hay muchos problemas con esta visión mecanicista de la naturaleza y las enfermedades. Por ejemplo, ¿quién define qué es dañino o plaga? Para la agricultura industrial todo lo que esté vivo en un campo, menos el cultivo que se quiere cosechar, es dañino. ¿Qué consecuencias tiene la eliminación de una especie entera de un ecosistema que ha coevolucionado con ella, o incluso la ha favorecido en reacción a otros desequilibrios? ¿Qué pasa con otros organismos que se alimentan de esa especie? En el caso que pudieran eliminar insectos vectores de enfermedad, está ampliamente demostrado que si las causas y ambiente de una enfermedad persisten, encontrará otros vectores de trasmisión que podrían incluso ser peores. Podría inducir la mutación más rápida de los agentes infecciosos. Además de la arbitrariedad de que un grupo de técnicos o empresas se arroguen el derecho de eliminar o modificar irreversiblemente especies y ecosistemas. Los transgénicos de cultivos ya contaminan y son un problema, pero hay que plantarlos cada estación, y las plantas no modificadas conservan sus defensas naturales.

El 8 de junio 2016, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos publicó un extenso informe sobre conductores genéticos, en forma extraordinariamente rápida para sus estándares. Entre sus principales conclusiones afirman que la tecnología no se debe liberar al ambiente, porque no hay suficiente conocimiento sobre sus impactos, que serían muy significativos. Señalan que están diseñados para modificar intencionalmente especies silvestres y que su acción será inevitablemente transfronteriza. Por los impactos en biodiversidad, llaman a consultar y escuchar al público y comunidades, incluyendo consideraciones éticas y no técnicas, ya que serían modificaciones irreversibles de amplio alcance. Pese a sus propios argumentos, abren la posibilidad de experimentar, pero en laboratorio, con normas de confinamiento de extrema seguridad, inclusive en islas.

Estas son algunas de las contradicciones que presenta el desarrollo tecnocientífico en las condiciones presentes y que los investigadores debemos abordar sin rodeos y dejar de hacer investigación de aparador, la que da puntitos. Nuestro trabajo debe acompañarse de discusiones abiertas y colectivas sobre esta problemática, pues de otra manera seguiremos el curso de las máquinas deseantes, adheridos al cuerpo sin órganos, el capital abstracto.

Máquinas-órganos en que nos convertimos por efecto de la misma alienación producida por la subsunción del trabajo al capital, nos enganchamos al cuerpo sin órganos como sobre un chaleco de floretista, como dicen Deleuze y Guattari, o como medallas sobre el jersey de un luchador que avanza balanceándolas. Una máquina de atracción sucede, puede suceder, a la máquina repulsiva; una máquina milagrosa después de la máquina paranoica. Pero, ¿qué quiere decir “después”? Las dos coexisten, y el humor negro no se encarga de resolver las contradicciones, sino de lograr que no las haya, que nunca las haya habido. El cuerpo sin órganos, lo improductivo, lo inconsumible, sirve de superficie para el registro de todos los procesos de producción del deseo, de tal modo que las máquinas deseantes parece que emanan de él en movimiento objetivo.

No obstante, lo esencial radica en el establecimiento de una superficie encantada de inscripción o de registro y que actúa como cuasi-causa, comunicándoles el movimiento aparente (el fetiche). Totalmente cierto es que el esquizo hace economía política y que toda sexualidad es asunto de economía.

Entonces no hay que desgastarse tanto en la interminable tarea de cortar cabezas a la hidra capitalista, pues inmediatamente se multiplican, más bien hay que buscar darle el golpe definitivo directo al corazón.

¿Me amas todavía?

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