Axel Chávez
El título de este artículo proviene de una frase del escritor ruso León Tolstoy, fallecido en 1910, quien afirmó que la música es la taquigrafía de la emoción
La música tiene la capacidad de influir en el comportamiento del individuo. La conjunción de sonidos y silencios -adecuados de manera ordenada para respetar los principios básicos de armonía, melodía y ritmo-, pueden alterar el pensamiento, o bien, despertar sensaciones en el cuerpo.
La música sobrepasa las barreras lingüísticas, de tiempo y espacio. Expresa todas aquellas reacciones sicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos, en otras palabras, expresa las emociones. Es, ciertamente, el lenguaje del alma; y también puede emplearse para control, condicionamiento, e incluso para incentivar el desarrollo intelectual.
Según un estudio científico de la Universidad de Toronto, Canadá, revela que en edad temprana, las clases de música aumentan tres puntos más el cociente intelectual[1]; es por eso que el compositor alemán Ludwig Van Bethoven consideró que la musica “constituye una revelación más alta que ninguna filosofía”[2].
Muchos pueblos se han liberado de los prejuicios y ataduras culturales a través de la música, otros más, en seguimiento a sus creencias, han regulado su difusión, pues consideran que es una medida preventiva para impedir el deterioro del pensamiento dominante.
En décadas atrás, géneros como el Rock and Roll y el Blues, que eran asociados al paganismo por considerarse no “decentes”, fueron severamente criticados por el cambio ideológico que generaban en sus escuchas, el cual se veía reflejado en su comportamiento. Hoy en día, por ejemplo, los narcocorridos son prohibidos en diversas entidades donde los grupos delictivos tienen una presencia dominante, bajo el argumento de que propician el involucramiento con las bandas delictivas.
Composiciones con ritmos que provocan sensaciones corporales, que van desde las extremidades hasta los genitales, han sido cuestionadas por incitar a la liberación sexual.
En el siglo III a.C., en Japón se estableció una oficina imperial de música (el Jagaku-ryo) para controlar actividades, en la que se definía que tipo de composiciones se escucharían, y cuales, después de analizar las reacciones que provocaban, estarían prohibidas. La Biblia, como ejemplo, tiene sus propios lineamientos para el tipo de adoración y alabanza que deben practicar sus creyentes, pues asegura que afecta directamente al alma[3], es por eso que sus composiciones deben ser con una acústica sencilla y sin exceso de instrumentación.
La música, además, tiene un grado adictivo; escuchar una variedad de ritmos agradables provoca la liberación de dopamina, un neurotransmisor que juega un papel importante para comprender las reacciones placenteras causadas por los alimentos, las drogas o incluso por el sexo[4]. “Quien ha disfrutado con los sublimes placeres de la música, deberá ser eternamente adicto a este arte supremo, y jamás renegará de él”[5].
Apreciación musical
Dentro de la estructura del cuerpo humano, existen tres sensores de apreciación musical, asociados a los elementos de la música (ritmo, melodía y armonía), explica Ulises Reyna Mendoza, músico “interesado en los efectos y consecuencias de este fenómeno físico”. De acuerdo con el también licenciado en Cultura de las Artes, la apreciación musical está asociada al nivel intelectual de los individuos: “Si nuestro cerebro no está preparado para escuchar un material musical rico en armonías como lo es la música clásica o inclusive contemporánea pero compleja, sólo causará fatiga al encéfalo”, lo cual, añade, puede causar sueño.
El ritmo se percibe y se expresa en las extremidades inferiores. Al escuchar cualquier sonido que lo contenga, inmediatamente éste se refleja en el movimiento de los pies, en muchas ocasiones de forma inconsciente. “El ritmo no requiere necesariamente de nivel intelectual alguno, es nato”, agrega Reyna Mendoza.
La melodía altera la respiración e incluso los latidos del corazón; dependiendo de su contenido emocional puede causar cambios en el estado de ánimo (depresión, euforia, alegría, entre otros) y esto sucede también de manera inconsciente, aunque con el conocimiento de ello se puede hacer de manera consiente, como afirmó el compositor francés Claude Debussy, quien dijo que “la música es una transposición sentimental de lo que es invisible en la naturaleza”[6].
En un estudio sobre el reconocimiento de las emociones mediante los sonidos, el neurocientífico y profesor de psicología de la música, Stefan Koelsch, de la Freie Universität Berlin, descubrió que las personas, pese a sus diferencias culturales y étnicas, son capaces de definir “piezas alegres, tristes o depresivas”:
“En la tradición musical occidental la música triste imita la prosodia de una voz triste: tonos bajos que van disminuyendo el timbre, por ejemplo, un tiempo que no sea rápido, con sólo pequeñas variaciones de tono[7].
La música tiene esa capacidad de ayudarnos a cambiar nuestro estado anímico, si lo deseamos. Desde la neurociencia sabemos que la música es muy poderosa a la hora de activar cada una de nuestras estructuras emocionales en el cerebro[8]”, apunta.
El último sensor, vinculado con la mente, puede incentivar el pensamiento y las habilidades intelectuales al tener contacto con la música especial. Composiciones que provocan un nivel netamente alto de ideas por su estructura -que conjuga con exactitud los elementos rítmicos, melódicos y armónicos-, pues para entender la armonía, indica Ulises Reyna, se requiere de un nivel intelectual adecuado, pues el cerebro apreciará de manera exacta la combinación de diferentes sonidos de altura, timbre, e inclusive, el del ritmo; todos de manera simultánea. Ejemplo de este tipo de música son las obras de Béla Bartók, quien de acuerdo con el crítico del New York Times Anthony Tomassini “Enseñó otro camino, una amalgama de tonalidades, escalas poco ortodoxas y maravillas atonales” [9]; así como las de Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig Van Beethoven y Johann Sebastian Bach, poseedor de una “incomparable combinación, al manejar magistralmente la ingeniería musical con una profunda expresividad”[10], entre otros.
Es por eso que piezas clásicas son utilizadas en programas de estimulación temprana, pues “después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable, es la música”[11], dijo el escritor inglés Aldous Huxley.
En la actualidad, los compositores, de manera involuntaria o tal vez no, han seguido un patrón rítmico de fácil procesamiento. Una reiteración de sonidos que facilitan el entendimiento y transmiten con facilidad el mensaje deseado. Prueba de ello es el pop, género musical que surgió en Inglaterra a principios de la década de los sesenta, en el que todas sus canciones se caracterizan por su estructura sencilla, melódica y pegadiza (verso-estribillo-verso). La voz toma un primer plano y difunde con facilidad su objetivo.
El rock, por la conjunción de ritmos, dificulta el mensaje vocal; además, como característica histórica, las letras poseen más principios literarios, pues utiliza un bagaje de vocabulario superior al de otros géneros en los que la reiteración de palabras y el patrón melódico es el mismo, es por eso que el sonido y el mensaje tienen otro nivel de penetración. Grandes exponentes del rock como Jim Morrison, Phil Ochs, Bob Dylan y Leonard Cohen, por citar algunos, unieron su afinidad literaria con la música y legaron esa combinación.
La influencia del rock tiene su explicación, según un análisis desarrollado a mediados de 1980, en un efecto subliminal que genera en la mente, ya que utiliza un principio de psicología llamado condicionamiento.[12]
Géneros como la balada o el bolero, son la musicalización de la poesía, cuya primicia es manifestar la belleza o el sentimiento por medio de la interpretación.
Cada uno tiene un modo de incidir en la vida de cada individuo, al condicionar su comportamiento y pensamiento, y forma parte del campo interactivo que conforma la realidad de los mismos. Pues como bien definió Claude Debussy: “la música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz”[13].
[1] Psychological Science. (2004), p. 511-514
[2] Van Bethoven, Ludwig (1770-1827) Compositor y músico alemán
[3] Eiren Israel, La Verdad sobre el rock cristiano, 1992 (1ra edición), p. 44
[4] Zatorre, Robert y Salimpoor, Valorie. Nature Neuroscience (2011)
[5] Wagner, Richard (Leipzig, actual Alemania, 1813-Venecia, Italia, 1883)
[6] Debussy, Claude: El Señor Corchea y otros escritos. Madrid, Alianza Editorial (Alianza Música), 2003. ISBN 84-206-8532-1. Recopilación de artículos y críticas publicadas en diversas revistas por el propio compositor.
[7] Punset, Eduard, Música, Emociones y Neurociencia, www.redesparalaciencia.com
[8] Ibídem
[9] Pijamasirf.com citó a Anthony Tomassini en su publicación Los diez compositores más grandes de la Historia (2010)
[10] Ibídem
[11] Huxley, Aldous (1894-1963)
[12] Butcher Coleman, Abnormal Phsycology and Modern Life, Soctt Foreman and Co. 1980, p. 59.
[13] [13] Debussy, Claude: El Señor Corchea y otros escritos. Madrid, Alianza Editorial (Alianza Música), 2003. ISBN 84-206-8532-1. Recopilación de artículos y críticas publicadas en diversas revistas por el propio compositor.