El título de esta nota debe de alarmar al lector. Seguramente se preguntará que es lo que deseo expresar con la palabra mutante. ¿Acaso un ejército de humanos genéticamente modificados invade Xalapa o es una simple metáfora? Si bien la primera opción es perfecta para un relato de ciencia ficción, la segunda es la verdadera. Mi conciencia me obliga a decir también que esta metáfora no es invento mío (como si tuviera el genio para formular algo así), sino que la tome prestada de un eminente escritor y periodista colombiano: Pablo Correa Torres, mutante por excelencia.
El profesor Correa dictó los días 10 y 11 de abril el Seminario de periodismo científico para mutantes, organizado por la Dirección de Comunicación de la Ciencia, de la Universidad Veracruzana, como parte de la Feria Internacional del Libro 2019. Como podrá ver el lector, la palabra mutante aparece una vez más, y para resolver el misterio de su significado, usaré la definición que Pablo nos dio el primer día del curso. Según él, somos mutantes todos aquellos que tienen su mente llena de ciencia, pero el corazón enamorado de las Letras y la Literatura. .
Pablo Correa representa un ejemplo de perfecto mutante. Comenzó a estudiar Medicina, pero abandonó la carrera para estudiar Periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana, allá en Colombia. Ahora, Correa escribe para uno de los diarios más antiguos y prestigiosos del mundo: El Espectador. Su especialidad, como es obvio, es el periodismo científico. Ha cultivado tanto su ciencia y arte que ganó dos veces consecutivas el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. También ha recibido un Knight Science Journalism Fellowship, programa asociado al Instituto Tecnológico de Massachusetts. Siendo un escritor talentoso, Pablo también escribió Rodolfo Llinás: La pregunta difícil, siendo la única biografía del famoso neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás. Aun con todos estos honores, Pablo Correa es un hombre joven, sencillo y agradable, con los ojos curiosos enmarcados por unas gafas de carey y una imborrable sonrisa en el rostro.
De las nueve de la mañana a la una y media de la tarde, Pablo le compartió su experiencia y visión al variado grupo de asistentes al seminario (se presentaron desde biólogos hasta físicos, pasando por estudiantes de Química, periodistas, antropólogos y filósofos). Habló del periodismo actual, de cómo el mundo avanza hacia una era de prensa visual; de las redes sociales y su importancia para difundir información de calidad, de cómo informarse bien, del estilo literario y hasta opinó sobre Twitter. En todo este entramado de técnica, se fueron tejiendo hebras de experiencia personal y de opinión, no sólo del periodista consumado, sino también de sus “alumnos”.
Para él, el deber del periodista de la ciencia es “quitarle el pedestal al científico” siempre que este intente subirse en él, es decir, hacer que los temas científicos (tradicionalmente considerados por la comunidad en general como muy complicados y sin sabor) se transformen en notas interesantes y apetitosas. Con la pluma, podemos hacer que la ciencia (ya de por sí maravillosa) sea menos impenetrable y misteriosa para los adultos no científicos, los jóvenes, los curiosos y los soñadores. No cree en la rancia división que se ha impuesto entre las ciencias naturales, las ciencias humanas y el Arte. Incluso cree que la fusión de estos tres aspectos de la cultura crea periodismo y divulgación que anima al lector a descubrir más acerca del mundo y del Universo que lo rodea, del cuerpo que lo forma y de la materia que constantemente cambia a su alrededor. Cree también en el reclutamiento de nuevo talento, no importa la edad, y aún más importante, ve en la intuición un gran valor. Me atreveré a decir que si la realidad imita al arte, entonces los científicos son artistas en potencia y los artistas son, secretamente, científicos.
En este pequeño curso de periodismo, todos los mutantes aprendimos que la ciencia es una inagotable fuente de felicidad, que el conocimiento es liberador y que el lenguaje es aquello que nos ayuda a transformar lo excesivamente académico en la placentera aventura de descubrir y comprender.