Barcelona (EFE).- En un momento de borrasca moral, hablar de neuroética podría parecer hilar demasiado fino. La filósofa sueca Kathinka Evers se dedica a ello, a investigar la naturaleza moral del cerebro humano, un órgano «muy influenciable» como muestra cada nueva función que la tecnología de la neurociencia logra describir.
Evers, profesora de Filosofía e investigadora del Centre for Research Ethics&Bioethics de la Universidad de Uppsala (Suecia) acaba de publicar «Neuroética. Cuando la materia se despierta» (Katz), donde apunta que el cerebro es un órgano dinámico, plástico y variable, cuya arquitectura está sujeta al impacto social y que ha evolucionado con la simbiosis sociocultural.
La investigadora, que también se interroga en este ensayo sobre la conciencia y el origen de los valores que rigen al hombre, explica en una entrevista con Efe que el avance de las neurociencias ha llevado al impulso de la neuroética, una nueva disciplina encargada de analizar los riesgos y beneficios de las investigaciones que se están realizando en torno al cerebro.
Evers señala que, tras siglos de la corriente dual mente/cerebro, la evolución de la neurociencia y la neurobiología ha alterado el concepto que se tiene de la conciencia -en un recorrido donde la idea del alma ha quedado circunscrita al ámbito religioso- y también de lo que significa «ser humano».
«Es un concepto singular, ser humano puede significar muchísimas cosas. Hay personas que identifican la humanidad con el libre albedrío, otros con la razón. Ahora tenemos una conciencia mucho más rica y esto va a enriquecer nuestra identidad», asegura esta experta para quien la conciencia es una función, «una parte irreductible de la actividad biológica».
La investigadora, que ha participado en las jornadas «Los orígenes de la mente humana», organizadas por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y BDebate (iniciativa de BioCat y la obra social La Caixa) señala que la neuroética ha de servir para interpretar la neurociencia e intentar analizar las funciones cognitivas superiores.
«Por ejemplo, ¿por qué la evolución del hombre ha favorecido un animal moral y no amoral? Hay mucha respuestas, una posible sería la cohesión, fortalecer el grupo», apunta la profesora.
Existen otros temas prácticos de la neurociencia que abordar éticamente, como la posibilidad de detectar la conciencia de personas en coma a través de la resonancia magnética. «Hay muchos problemas éticos a la hora de abordar estas situaciones», remarca.
Para Evers, en la neuroética han de regir los mismos mandamientos que en otras disciplinas: «honestidad, apertura y respeto», pero además, subraya, ha de tener un propósito político, evitar que las teorías de la neurociencia sean utilizadas de forma espuria, «secuestradas» por una ideología concreta, progresista o conservadora, como, por ejemplo, hicieron los nazis con la genética.
En este sentido, la profesora sueca muestra su desconfianza hacia el uso militar que se puede hacer de los avances logrados con las nuevas tecnologías aplicadas a la neurociencia, y advierte también ante ideas absurdas que hablan de instalar escáneres cerebrales en los aeropuertos para intentar identificar a posibles terroristas.
«Es un terreno peligroso. Aunque en la neurociencia forense se han hecho grandes progresos en el estudio de la psicopatía, con patrones claros en el caso de asesinos en serie, no hay un diagnóstico que diga que uno pueda ser terrorista, es un concepción política que ha ido variando en cada época», recalca Evers.
Así, señala, hay regímenes dictatoriales que llaman terroristas a aquellos que defiende las libertades y utilizan la violencia en sus acciones, como ocurría con la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
También muestra sus dudas ante la idea de buscar a un «superhombre» interviniendo en el cerebro.
«Soy escéptica ante estos proyectos de mejora del ser humano, porque históricamente siempre han salido mal. No hay que pensar en términos de elitismo sino en el de bienestar, en entender cómo funciona el órgano para las emociones y el pensamiento para aprender a construir la sociedad», asevera la experta en neuroética.
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