Elena Castro, investigadora en el Instituto de Gestión e Innovación del Conocimiento, adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas y a la Universidad Politécnica de Valencia, acaba de publicar el libro El significado de innovar, escrito junto Ignacio Fernández de Lucio, también del CSIC.La autora destaca que los estudios sobre los procesos de innovación desde diferentes perspectivas ayudan a comprenderlos mejor y a actuar sobre ellos, tanto en las empresas como en política.

‘Innovación’ es un concepto que está de moda. ¿No crees que a veces se aplica con cierta ligereza?

Seguro. Como todo concepto que se pone de moda, se puede frivolizar.

Es un término que surgió en la economía y aplicado a la competitividad empresarial, y sin embargo ahora se habla de ‘innovación’ en otros muchos campos.

Si aplicamos el concepto de que un ente social, llámese empresa o lo que sea, debe dar respuesta a sus problemas incorporando ideas nuevas, ¿qué entidad se libra de eso? El otro día escuché a una persona de Cruz Roja que explicaba cómo habían introducido una nueva tecnología para facilitar la ayuda a gente dependiente acortando los tiempos de respuesta. ¿Alguien puede discutir que eso es innovar? No.

Desde esa perspectiva está claro que es algo positivo y que se puede aplicar a muchos ámbitos. ¿Pero la innovación es algo bueno ‘per se’?

No. Es bueno para el que la hace y no siempre. Cada vez que te adentras en un terreno ignoto asumes un riesgo, una empresa innovadora asume riesgos, pero hay que tenerlos controlados. No puedes cambiar de repente todo, tienes que ir paso a paso y saber en qué cosas vas a innovar y cuáles se van a mantener, porque son las que te permiten sobrevivir.

Una empresa puede ser innovadora y optimizar sus beneficios, pero a la vez generar un impacto negativo para sus trabajadores…

Clarísimamente. La innovación deja varios cadáveres. Evidentemente va dejando fuera del mercado laboral a la gente que tiene poca formación. Eso en una zona determinada deja a gente sin un puesto de trabajo, y la que lo obtiene puede ser de allí o de otro sitio. La dimensión del problema depende de la oferta de personal cualificado que haya. La tendencia general es que la innovación deja fuera al personal sin cualificación y requiere a medio o largo plazo personal con mayor cualificación. Con la informatización de la Administración se han perdido un montón de puestos de administrativo y en cambio han aumentado los informáticos. Y no son las mismas personas, porque no te puedes hacer informático de la noche a la mañana, luego ahí hay alguien que sufre.

¿Podría decirse que la innovación tiene una parte positiva pero también un lado perverso?

Claro, tiene un lado muy oscuro. Pero en este mundo globalizado no te puedes aislar. Por eso los estudios de innovación han ido de la mano de la política, porque los países se han dado cuenta de que había que subirse a ese tren; si no, te quedas fuera porque los demás van a seguir innovando. Los estudios sobre los procesos de innovación que realizamos nosotros y otros colegas desde diferentes perspectivas ayudan a comprenderlos mejor y a actuar sobre ellos, tanto en las empresas como desde la política.

Pero en la actual coyuntura económica no se está apostando demasiado por la innovación a nivel de país…

El problema está en la estructura productiva que tenemos. Si está muy basada en sectores que no dependen de la ciencia, como es la construcción, tienes mucha población ocupada de ese sector, que era el que estaba subiendo. Algunos estábamos asustados de ver cómo se estaba incrementando la construcción, que no puede ser un sector eterno porque llega un punto en que no tienes más espacio para construir.

¿Hay que hacer más gasto en I+D? En España la inversión pública está más o menos bien. Donde estamos realmente bajísimos es en la parte empresarial: nuestras empresas no investigan nada y ahora menos. Tenemos un desequilibrio muy grande porque el peso de sectores como la construcción o el turismo, donde no es preciso tanto esfuerzo relativo en investigación, ha sido excesivamente alto, mientras que otros para los que la investigación es imprescindible -farmacia, informática o electrónica- no tienen tanta presencia. Cada sector tiene unas necesidades de conocimiento diferentes.

¿Por qué es importante acercar el conocimiento científico a la sociedad?

Porque forma parte de la cultura, como el conocimiento de nuestra historia, de nuestros poetas o de nuestros pintores. También porque el conocimiento científico afecta a nuestra vida y como ciudadanos tenemos que tener capacidad para tomar decisiones y estar bien informados. No podremos ser ciudadanos libres si no sabemos también algo de ciencia.

Así que compartes la idea de que cuanto mayor conocimiento científico tenga la ciudadanía, más capacitada estará para tomar cualquier decisión.

Evidentemente. Por eso las sociedades más avanzadas son aquellas cuya gente tiene mayor nivel de formación y son más libres y democráticas. Uno tiene que saber, no puedes estar en manos de cuatro o cinco manipuladores que te digan lo que tienes que pensar.

Hay encuestas que señalan que para una parte de la población española esto no está tan claro: la ciencia no siempre se percibe como una parte de la cultura, sino como algo circunscrito a los que os dedicáis a la investigación.

El problema de España es que hemos estado de espaldas a la ciencia durante muchos años. La iniciativa impresionante que hubo con la Junta de Ampliación de Estudios se cortó con la guerra y con el periodo posterior. Ahí hubo un cortocircuito entre la ciencia y la sociedad que ha seguido durante muchísimo tiempo. Estamos muy atrasados. 

La idea de la ciencia como algo lejano para la ciudadanía, en comparación con lo que ocurre en otros países, ¿tiene también que ver con que aquí la profesión de científico no esté muy valorada?

Yo creo que sí que está bien valorada, de hecho en este momento somos de las profesiones más valoradas por la sociedad.

Me refería al hecho de ser una profesión que se ejerce en condiciones precarias, sobre todo para los que empiezan.

Quizá no somos muy hábiles a la hora de explicar que esta profesión es apasionante como puede serlo la de un actor o un cineasta. La carrera de científico es una carrera de fondo, dura, competitiva; te prepararas muy bien y puede que luego no tengas trabajo aquí y tengas que irte fuera. Eso puede no resultar muy atractivo. Y además tampoco vas a ganar mucho dinero. Pero sí vas a tener muchas satisfacciones y una gran libertad porque vas a dedicarte a profundizar en temas interesantes e importantes para la sociedad.

¿Crees que no se hace hincapié en la parte más bonita?

No. Solo les contamos lo difícil que es y que a los 40 años puedes no tener aún una plaza. Pero lo cierto es que no hay quien nos saque de aquí, luego está claro que compensa. Compensa el hecho de dedicar tu vida a tu pasión, que estás aprendiendo permanentemente, que conoces a gente interesantísima… Y es muy horizontal: cuando vas a un congreso los grandes popes de la ciencia someten sus investigaciones al juicio de los demás. Ya quisiera yo ver esa horizontalidad en otros sitios donde llega el jefe y todo el mundo se queda callado. La investigación es una profesión que forma gente muy interesante para la sociedad, porque las competencias que adquirimos son las que se necesitan en las entidades innovadoras: capacidad para hacerse preguntas, admitir críticas, trabajar en equipo…

¿Con qué dificultades os encontráis a la hora de divulgar? Algunos investigadores critican que estas actividades apenas cuenten para el currículum.

Es cierto que los incentivos están excesivamente volcados en la producción científica, en las publicaciones, y eso puede hacer que la gente no quiera involucrarse en actividades de divulgación. Pero creo que es una dimensión más de tu actividad científica: tenemos que formarnos, transferir, divulgar, producir ciencia y contársela a nuestros colegas. ¿Qué esfuerzo proporcional dedicas a cada cosa? Creo que en cada etapa de la vida profesional eso va cambiando.

Tampoco es sencillo encontrar indicadores adecuados para estas cosas: tenemos muy claro lo que vale una publicación por el impacto de la revista en la que se publica y las citas que recibe, pero cuando pasas a la divulgación, la gama es muy amplia: puedes hacer libros, dar charlas, participar en la Semana de la Ciencia… Son cosas muy diversas y es difícil definir un indicador que diga qué valor tienen. Yo divulgo porque tengo la conciencia como investigadora de que lo debo hacer, no porque me puntúe; para mí es una dimensión más de mi quehacer científico. A lo largo del tiempo ha habido mucha gente que sin tener ningún apoyo lo ha hecho, porque asumía una responsabilidad social. Si tengo un conocimiento que es útil para alguien, tengo que hacer lo que sea para que llegue a quien lo necesita. El mayor problema es la gente joven, que está muy presionada porque esto es una carrera de obstáculos.

¿Es muy absorbente la carrera investigadora? ¿Cómo se compagina con la vida personal?

Hay épocas en las que se compagina mejor y otras peor. Al final es importante que no sea uno solo el que carga con todas las tareas. Vas modulando la dedicación y el reparto del tiempo. Un ejecutivo de una multinacional tiene un montón de dedicación y el mundo del comercio también es muy esclavo, con unos horarios criminales. No creo que esta profesión sea especialmente complicada para compaginarla con la vida personal.



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