Desde la época prehispánica, los pueblos de la Huasteca han rendido culto al maíz, incluso lo sincretizaron en la época de la evangelización y prevalecen hasta la actualidad; sin embargo, enfrentan dificultades como la migración, el abandono del campo, la siembra de transgénicos y el uso de agroquímicos, y de éstos ni siquiera hay conciencia entre los indígenas, explicó Arturo Gómez Martínez, investigador del Museo Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

El investigador dictó la ponencia “El maíz, la milpa y los tutelares (la religiosidad y las prácticas agrícolas entre los nahuas de la Huasteca)” en el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana (UV).

“Toda esta riqueza expresiva de la religiosidad es producto de las antiguas creencias mesoamericanas, el impacto de la incipiente evangelización colonial y de la actualización sintética de las nuevas creencias sagradas”, dijo Arturo Gómez.

Añadió que en el pensamiento y expresión de lo sagrado hay una estrecha relación entre el hombre y el maíz, lo que se manifiesta desde la época prehispánica hasta la actualidad.

Recalcó que aun cuando hubo imposiciones ideológicas –en la época de la Conquista– no decayó la importancia de este grano. “Ha compartido lugares paralelos con las divinidades impuestas, en este sentido las deidades  prehispánicas del maíz tienen asociaciones con el agua, la tierra, el fuego, el viento, el trueno y los astros”.

Con la evangelización se dio una asociación entre los dioses indígenas y los santos católicos, por lo cual los dioses agrarios mesoamericanos se sincretizaron con los santos patronos y aun cuando no contemplaban atributos del maíz, “los indígenas se los acomodaron”.

Hasta la fecha, indicó, hay fiestas tutelares del catolicismo popular donde destaca la ofrenda y ornatos hechos con elementos del maíz, que van desde almácigos, cañas, hojas de la planta, espigas, mazorcas, hojas de las mazorcas, granos de maíz, guías de granos de maíz, tortillas, tostadas, hojuelas y un sinfín de comestibles.

El investigador del INAH mencionó los santos que, al menos en la Huasteca, presentan más atributos sagrados: San Isidro Labrador, San Antonio de Padua, Santo Niño de Atocha, San Juan, San Miguel, San José y Santa Úrsula.

En la cosmovisión de los nahuas, continúo, se encuentran una serie de entidades sagradas que actúan a favor del cultivo y cuidado del maíz. En primer término está el Chicomexóchitl o Siete flores y Macuilxochitzin Cinco flores, que es la contraparte femenina.

La milpa
Arturo Gómez Martínez comentó que lo que se podría conocer como territorio indígena, en términos del lugar, es el escenario natural donde el hombre, en colectividad, interactúa con la naturaleza.

“Cultura y naturaleza convergen en un mismo origen, que es la superficie de la tierra. Se convierte en lo que llamarían los estudiosos actuales el patrimonio biocultural, como un complejo de relaciones recíprocas de interdependencia. Ahí se hace la milpa, donde se cultiva el maíz, un cereal cuyo origen se explica a partir del mito que sufre procesos de metamorfosis humano-vegetal-deidad, gracias a su muerte y contacto con la tierra.”

Gómez Martínez explicó que la milpa para los pueblos nahuas de la Huasteca es un agrosistema donde se produce el maíz, el chile, la calabaza, el frijol, la caña de azúcar y los árboles frutales, lo que asegura la alimentación.

La milpa como agrosistema implica un conjunto de conocimientos y prácticas que se han conformado mediante procesos históricos, a través de la relaciones de los hombres con el entorno natural. Se trata de un espacio donde se cultivan plantas domesticadas que forman parte de la alimentación.

Las dificultades 
Como parte de los cuestionamientos planteados por el auditorio, Arturo Gómez admitió que las y los indígenas de la Huasteca enfrentan una serie de dificultades, y de algunas incluso ni siquiera son conscientes.

Por ejemplo, las sociedades indígenas nahuas de la Huasteca no están conscientes del peligro que representa la siembra de maíz transgénico. “A ellos les interesa como comida. Cuando generan su propio alimento son especies nativas y en algunas ocasiones se hacen proyectos fomentados por instituciones o universidades, pero ellos para nada están conscientes que éstos son transgénicos, los consideran como una especie más”.

Además, los fertilizantes han pasado a formar parte de sus saberes, y tampoco están propiamente conscientes de las afectaciones que pueda causar, aunque en algunas regiones continúan ejerciendo las técnicas tradicionales.

Por otro lado, en las comunidades de la sierra hay una continuidad en las actividades económicas y la agraria juega un papel muy importante aunque de autoconsumo, pues muy pocos productos se destinan a la venta.

No obstante, en poblaciones muy próximas a las ciudades, sobre todo las de la costa, que han sufrido un proceso de urbanización y “la actividad agraria está en el abandono total, de hecho ni siquiera tienen tierras, éstas les fueron arrebatas por las compañías de Pemex, entonces lo único que les quedó es el terreno donde está la casa, el llamado solar”.

Precisamente, en esos espacios –los solares– los tének de la sierra de Otontepec siembran el maíz y diversas plantas que son traídas del monte, dijo a manera de ejemplo.

A lo anterior se le añade el problema de la migración, pues tan sólo en San Luis Potosí a causa de este problema social “ya no hay quién siembre, entonces siguen comiendo maíz, pero es un grano que se compra y los viejos cultivan un terreno bastante chico, pero solamente para los rituales o como insumo, pues las hojas de la planta del maíz –no de la mazorca– se utilizan para tamales”.

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