La visión negativa que tiene una parte de la población hacia las personas con VIH se traduce, en ocasiones, en comportamientos discriminatorios, actitudes de rechazo y exclusión. Cuando estas personas interiorizan las creencias negativas, están incorporando a su identidad el propio estigma, lo que se traduce en sentimientos de culpa, autorrechazo, depresión, aislamiento y una baja autoestima.
“En el estigma externo, o declarado, la fuente son terceras personas, mientras que en el internalizado, lo es la propia persona con VIH”, explica María José Fuster, investigadora del departamento de Psicología Social y de las Organizaciones de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y autora del estudio que se publica en Quality of Life Research.
En colaboración con expertos de la Universidad del País Vasco, un equipo de la UNED ha estudiado cómo afectan ambos tipos de estigmas a la calidad de vida de medio millar de personas con VIH y han analizado si el hecho de sentirse parte del colectivo de personas que padece la misma enfermedad protege o no su bienestar.
“Los dos estigmas afectan negativamente a la calidad de vida y, aunque esto ya se había puesto de manifiesto en investigaciones anteriores, nuestro estudio revela que la forma en que lo hacen es diferente”, puntualiza Fernando Molero, profesor también del departamento de Psicología Social y de las Organizaciones de la UNED y coautor del trabajo.
Para averiguarlo, los expertos contaron con 557 personas con VIH. El 31% eran miembros activos de ONG y la mayoría eran hombres, heterosexuales, solteros y sin trabajo. Como media, los participantes llevaban infectados con el VIH más de diez años y todos seguían un tratamiento antirretroviral, que les permitía tener un buen estado virológico e inmunológico.
Los participantes completaron diferentes cuestionarios referidos al estigma percibido, a la identidad social y a la calidad de vida. El trabajo revela que aunque identificarse con su grupo no afecta –ni positivamente ni negativamente– en el caso del estigma externo, sí lo hace, y de forma negativa, en el internalizado.
“Internalizar el estigma influye fuertemente en que se tengan sentimientos negativos por pertenecer al grupo de personas con VIH y esto impacta negativamente en la calidad de vida”, asegura la investigadora.
Reducir el estigma
Esta relación negativa no se produce en otros colectivos discriminados como la mujer o la población inmigrante, tal y como han demostrado otros estudios, lo que podría sugerir una posible explicación. “Es difícil que pertenecer a un grupo donde el rasgo de unión es tener una enfermedad seria y estigmatizada produzca una identidad social positiva”, afirma Fuster.
No obstante, aunque pertenecer a su grupo no mejore el bienestar de estas personas, Molero recuerda que formar parte de un colectivo sí produce beneficios, como un mayor apoyo social o emprender acciones colectivas para mejorar la situación del grupo. En este sentido, los expertos recomiendan centrar los esfuerzos en reducir la internalización del estigma, lo que mejoraría la calidad de vida de sus miembros.
“Si la baja autoestima de muchas personas con VIH es consecuencia de la identidad devaluada del colectivo, ¿cómo les va a producir sentimientos positivos pertenecer a este grupo?”, se pregunta la investigadora.
Referencia bibliográfica: María José Fuster-Ruiz de Apodaca, Fernando Molero, Francisco Pablo Holgado y Sonia Mayordomo. “Enacted and Internalized Stigma and Quality of Life among People with HIV: The Role of Group Identity”, Quality of Life Research, marzo 2014. DOI: 10.1007/s11136-014-0653-4.