El 23 de enero de 1978 Suecia prohibió el uso de los CFC o clorofluorocarbonos en los aerosoles. Es el primer país del mundo en hacerlo y fue pionera en una acción que tardó 7 años para ser tomada en lo global, pues hasta el 22 de marzo de 1985 se firmó el Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono.
En aquella época cada vez se hacía más evidente que estos compuestos, que poseen propiedades físicas y químicas adecuadas para ser empleados en múltiples aplicaciones, eran los principales responsables del adelgazamiento de la capa de ozono que protege a la Tierra de los rayos ultravioleta del Sol.
Cuando los CFC alcanzan la parte alta de la atmósfera, reaccionan con rayos ultravioleta, lo que a su vez provoca que se descompongan en sustancias que incluyen cloro. Este elemento reacciona químicamente con los átomos de oxígeno y destruye la molécula de ozono.
Según la Agencia para la Protección del Medio Ambiente de EEUU, un átomo de cloro puede llegar a acabar con más de cien mil moléculas de ozono. Se estima que el 90 % de los CFC actualmente en la atmósfera fueron emitidos por países industrializados en décadas pasadas.
La mayoría de estos países prohibieron los CFC en 1996 y la cantidad de cloro en la atmósfera está disminuyendo. Aún así los expertos calculan que se tardará medio siglo en devolver los niveles de cloro a su cifra natural.