Yo el primero entre muchos mexicanos
imité el espectáculo ya visto
de alzarme al éter con ligera barca
y navegar del aire los abismos.
Juan María Balbontín
Al indagar en la historia de la ciencia en México se encuentra información que causa asombro, sobre todo considerando que aún prevalece la idea –colonial- de que los mexicanos, perteneciendo a un pueblo sometido durante siglos por potencias extranjeras, no somos capaces de desarrollar una ciencia original, innovadora. Y, repito, la historia desmiente esa visión derrotista.
Entre otros muchos destacados mexicanos que han dedicado su vida a la ciencia, en distintos momentos de nuestra historia, destaca el potosino Juan María Balbontín (1809-1883) quien en el siglo XIX experimentó con máquinas voladoras más pesadas que el aire, lo cual en esa época constituía una aportación de avanzada.
Balbontín fue un hombre de muy variados intereses. Sobre su vida y obra, José Refugio Martínez relata que habiendo crecido Balbontín en un ambiente donde las mejoras tecnológicas eran comunes, y además las instituciones para educarse estaban ausentes o eran escasas, como en la capital del estado, decidió estudiar para profesor de primeras letras en la ciudad de México, donde se recibió en 1830.
En 1843 cuando su amigo y compañero de lucha en el partido liberal, Ponciano Arriaga, ocupaba la secretaría del Departamento de San Luis Potosí, dieron a conocer junto con Mariano Ávila y Manuel Escontría, el folleto “¡Perderemos toda esperanza!”, en el que proponían solucionar la escasez de agua en San Luis Potosí por medio de una obra de irrigación para el fomento de la agricultura, idea que se haría realidad con la Presa San José –aún existente- que se construiría de 1869 a 1907, entre trámites, interrupciones y reinicios de trabajos. (J. Refugio Martínez: El hombre que quiso volar: Juan María Balbontín; en el boletín digital El nieto del Cronopio No. 28, disponible en http://galia.fc.uaslp.mx/museo)
El espíritu inquieto de Balbontin, lo llevó a planear experimentos con globos aerostáticos, que habían despertado la curiosidad de los mexicanos, con motivo del muy publicitado primer vuelo en el país, impulsado por el empresario general Manuel Barrera Dueñas que en 1833 había contratado y traído desde Cuba al francés Adolphe Theodore quien se presentaba como “físico astronauta” para efectuar dicho viaje. El cual, después de varios intentos, se suspendió definitivamente, hasta que el propio empresario, a fin de recuperar lo perdido, contrato al también francés Eugenio Robertson, quien tenía mayor reputación que Theodore, a quien llegaron a calificar de charlatán. A partir de 1835 comenzaron los preparativos para el vuelo de Robertson, y desde ese momento despertó el interés de Balbontin en el tema y se marcó una meta: lograr convertirse en el primer aeronauta mexicano, en el sentido estricto de la palabra, donde implicaba diseñar y construir su propio aerostato.
Poco se habla de nuestro personaje que a todas luces realizara el primer experimento en el país tratando de hacer volar no sólo un globo aerostático, sino una máquina más pesada que el aire. Experimento que fuera realizado en el centro de la ciudad de San Luis Potosí en 1840. Sin embargo, a diferencia del caso de León Acosta, sus intentos no están debidamente registrados por las crónicas, lo que dificulta estudiar su aportación.
En 1839 el profesor Juan María Balbontín junto con Mariano Gordoa comenzaron a experimentar y construir artefactos más pesados que el aire con los que pretendían elevarse por los aires, obtuvieron el permiso del gobierno del estado y realizaron sus experimentos en el actual centro histórico de la ciudad. En 1840 Balbontin y Gordoa tenían todo preparado para probar su máquina que era más que un simple globo aerostático, de la azotea de la casa que en la actualidad es ocupada por el Casino Español, en la calle de Cinco de Mayo en la ciudad de San Luis Potosí; daban sus primeros aletazos (pues eran máquinas tripuladas, con alas que se movían como los pájaros lo hacen) y se lanzaban al vacío, cuyo piso estaba provisto de paja que el gobernador, quien había dado el permiso, mandó instalar, ante la incomodidad de los prospectos a aeronautas cuya capacidad se ponía en duda con semejante acción. Que de algo sirvió, pues a los pocos aleteos de la máquina, se inició un brusco descenso cayendo en el piso empajado. Los accidentes estuvieron presentes y se les retiró el permiso para volar sus aparatos, pero continuaron con sus experimentos que realizaron con gran entusiasmo.
No fue un fracaso como podría creerse; fue un experimento que permitiría rediseñar el aparato y tratar de lograr su objetivo. Queda registrado como el primer experimento con máquinas voladoras tripuladas en el país.