El supuesto purismo del son jarocho es un mito, pues además de que el propio género es producto de la fusión de tres culturas –negra, indígena y española, los soneros desde hace mucho tiempo han incorporado diferentes elementos de otras regiones o estilos musicales a su tradición local o regional, aseguró el sonero fundador del grupo Mono blanco, Gilberto Gutiérrez, durante la mesa redonda Regionalismo del son jarocho, llevada a cabo en el marco del festival ¡Que viva el son!, que organiza la Universidad Veracruzana (UV).
         “Hay regiones de Veracruz en las que el son jarocho se toca con violín desde hace muchas décadas, cuando se supone que el violín es un instrumento del son huasteco, en otras no se utiliza arpa. Como dijo el legendario arpista y sonero Andrés Alfonso, el son es el mismo en todos lados, cambia la instrumentación, pero no la música”, sostuvo.
         Gutiérrez dijo que hace 35 años el son jarocho era un género musical y una tradición moribunda y en ese contexto, Mono blanco y varios grupos más reivindicaron al son –y a todos sus elementos como una festividad nuestra y no algo para entretener a los turistas.
         “Los ballets folklóricos fueron, durante mucho tiempo, un caballo de Troya para la tradición del son, en Tlacotalpan había ballets folklóricos pero ya no soneros ni fandangos. El problema fue que los propios ballets decían que las adaptaciones y representaciones que ellos hacían eran la tradición y eso nunca fue cierto”, dijo.
         Para el musicólogo Fernando Monroy la enseñanza del son, y en general de toda la música tradicional mexicana, debería partir de un modelo educativo de Estado que permitiera que todos los niños tuvieran algún tipo o grado de acercamiento a la música de su entidad y del país.
         “Las formas y figuras musicales que conforman al son jarocho son muy complejas y juntas resultan en un producto artístico y musical de altísima dificultad técnica, con elementos artísticos notables y además con una connotación social muy relevante en las comunidades en las que se desarrolla”, explicó.
         Para el decimero Rafael Figueroa, los estilos musicales –incluido el son jarocho dependen de las influencias que los alimentan, así se conformaron los estilos regionales del son jarocho, sin embargo, entre esos estilos definidos se distingue la creatividad personal o mérito artístico de cada intérprete o ejecutante.
         “Entre cada estilo regional hay diferencias, pero la movilidad social dio pie a fusiones y mezclas, que diluyeron las definiciones de los estilos regionales y ahora con la globalización, desde cualquier parte del mundo se tiene acceso a mucha música y el estilo de cada músico ya no depende de límites geográficos sino de gustos musicales que pueden provenir de cualquier parte del mundo”, afirmó.
         Y aunque sostuvo que en los últimos años hay una tendencia al regreso a lo local ante el cúmulo de influencias disponibles, agregó que un regreso a la tradición pura es sumamente complicado. “Es cierto que no se debe perder la tradición, pero con esas bases se debe permitir que los jóvenes busquen sus propias influencias y las incorporen a ese estilo tradicional”.
         Para el académico e investigador Francisco González Clavijo las tradiciones son capaces de mantenerse vivas por sí solas, ya que recuperan lo que les interesa de otras culturas y lo que no les interesa lo desechan; las propias tradiciones son flexibles y no permiten el avasallamiento total.
         González Clavijo aseguró que uno de los principales argumentos contra la construcción de programas académicos de música tradicional es que si los músicos acuden a la escuela perderían la esencia de la música; “eso no es cierto, porque es posible un cambio de reglas pedagógicas y de metodologías que permitan un aprendizaje efectivo que conviva con la tradición”.

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