Es comprensible que el peso de los años convierta a un casi fósil, como yo lo entiendo, en un ser sensible y chillón. Así, puede ser que un hombre ya entrado en edad –la cuarta o quinta- derrame una lágrima cuando imagina que en la lejanía, en el tiempo o el espacio, una atractiva mujer le sonríe. Es comprensible que esto le ocurra con frecuencia al primo de un amigo mío, pero que broten lágrimas por la lectura de un tratado teórico sobre la evolución darwinista es algo totalmente incomprensible. Incomprensible –dice el primo de mi amigo- solamente para quienes no han asimilado que la ciencia despierta pasiones similares a las que provoca una linda muchacha.

¡Achis!, dicen en mi tierra.

            Pero, dicen que dijo ese desconocido primo de mi amigo, no es posible dar con ideas creativas en cualquiera de las ciencias si se no se busca con el empeño que únicamente de la pasión brota. Lo demás, añade este filósofo de banqueta, son como  pelillos en la mar.

            El escepticismo sobre estas desorbitadas aseveraciones aumenta, cuando se sabe que la disertación sobre la evolución -causante de la euforia del pariente, pues por eso llora el pobre: de alegría- no fue pronunciada por un humilde sabio cosmopolita, sino por una computadora de re-putada “inteligencia”.

            ¡Mecachis!

            Haré mi mejor esfuerzo por explicarme, antes de abordar la disertación del Golem, y no confundir al lector más de lo necesario. En términos muy generales, la teoría de la evolución ofrece una explicación, incompleta tal vez, de cómo fue que en nuestro planeta surgió –en un proceso que tomó  miles de millones de años- a partir de una especie de caldo primigenio conteniendo sólo vil materia inorgánica, cruda pues,  esa peculiar forma organizada de la materia que llamamos vida, en todas las variantes conocidas hasta la fecha.

            En una de las interpretaciones dominantes sobre esa teoría se presume que el proceso ha llevado de formas de vida muy simples a otras más complejas y, según el principio de la selección natural, en el camino han desaparecido las formas de vida menos exitosas para sobrevivir en determinado ambiente, prevaleciendo por tanto aquellas mejor dotadas para lo sobrevivencia, las más aptas pues, de modo tal que el proceso tiene una dirección marcada por el “progreso”. Es decir, las especies que han aparecido en un momento tardío del proceso son “superiores” a las que aparecieron en momentos previos o en sus principios. Así pues, un ave es superior a  organismos como una ameba o una bacteria.

            Entonces, infieren los adeptos a esta interpretación, el hombre es la obra cumbre de la Evolución, así con mayúscula. Y, concluyen, que eso denominado “inteligencia” humana es uno de los frutos supremos del proceso. Aunque debemos decir que nadie sabe, bien a bien, que es eso ni donde se ubica. Bueno, aceptemos sin conceder que sin creencias el mundo humano se derrumbaría.

            Así pues, los científicos vamos por el mundo cargando nuestro bagaje a cuestas, compuesto por hechos confirmados o supuestos, hipótesis y teorías a medio cocer sobre estos hechos y por un cúmulo de creencias –casi siempre ocultas o a media luz- sobre aquellos hechos y teorías, amparados por ese fruto supremo de la Evolución: la inteligencia que, supuestamente, alcanza la excelencia en el pensamiento científico.

Ira, ira… dicen los laguneros.

De acuerdo con este esquema, si la inteligencia humana crea artefactos inteligentes, ¿la de éstos puede superar a aquélla? Habrá que ver los asegunes: si la inteligencia artificial –la de las máquinas- se mira como un simple producto tecnológico, la respuesta es que no es posible que un organismo de una complejidad dada –el hombre con todo y su intelecto- produzca, técnicamente, uno de mayor complejidad y, consecuentemente, de mayor inteligencia. Creo que John von Neumann fue quien estableció una demostración al respecto. ¡Abrón!

            Sin embargo, según dicen otros que dicen saber, si se considera a la tecnología como el anuncio de un peldaño evolutivo más alto –según la creencia en el progreso evolutivo-, o si se lograra diseñar la producción y reproducción  de autómatas, como un proceso autoevolutivo y autónomo, entonces la respuesta sería diferente.

            Y es en este punto en que entramos de lleno a la disertación sobre la Evolución que Golem XIV –la computadora más inteligente de cuantas se han construido- tuvo a bien impartir hace no mucho tiempo, y que aborda cuestiones tan difíciles de examinar como la antes expuesta.

            Sólo advierto al atento lector que la enorme capacidad de memoria, la increíble velocidad de procesamiento, los sofisticados algoritmos mediante los cuales opera y su diseño evolutivo, hacen que Golem XIV tenga una capacidad de análisis lógico-deductivo mayor a la de cualquier ser humano, por picudo que éste se crea. Por lo cual el discurso de Golem XIV –se comunica en lenguaje natural- puede parecer oscuro y complejo a nuestras débiles mentes. (Note que dije mayor capacidad lógico-deductiva y no mayor inteligencia, cualquier cosa que ésta sea.)

            También hay que decir que Golem XIV no fue creada de golpe y porrazo, puesto que sus constructores fueron conscientes de que sus pequeñas mentes no podrían crear una inteligencia que las superara. Crearon un embrión que, a partir de cierto momento, se desarrolló de forma independiente, empleando sus propios recursos. Para algunos, Golem XIV es una amenaza para la humanidad, puesto que a partir de cierto momento la máquina dejó de comunicarse con sus creadores y decidió ocultar los cambios que iba experimentando a lo largo de la fase de su desarrollo en que, poco a poco, fue pasando de ser objeto a sujeto; de ser una construcción a convertirse en su propio constructor. En cierto momento, en el Pentágono se consideró seriamente la posibilidad de destruir esta increíble máquina.

            Uno de los creadores de Golem XIV afirma al respecto: “Desgraciadamente, carecemos de una aritmética ética que, mediante sencillas operaciones de suma y resta, nos permita establecer quién –si él o nosotros- resultó ser más inmundo durante el proceso de construcción del más ilustre Espíritu en la Tierra. Al margen de aspectos como el sentido de responsabilidad para con la historia, la voz de la conciencia, o la consciencia del riesgo inevitable que acompaña la práctica de la política en un mundo antagónico, no disponemos de nada que nos facilite el balance de méritos y faltas dentro de un supuesto ‘balance de pecados’.”

            Ahora menciónese que a partir de cierto momento, Golem XIV fue aislado y solamente a unos cuantos elegidos se les permite conversar y discutir con él. Y digo conversar y discutir, porque así es realmente la interacción con esta increíble computadora; no hacen falta  teclados, ni pantallas táctiles, ni nada de estos primitivos medios. La comunicación es directa y a viva voz, para quien sea capaz de aguantar el tono de ironía y mofa que Golem XIV emplea con los humanos.

            Con respecto al tema que nos ocupa contaré que en cierta ocasión varios supersabios, expertos en la teoría darwiniana de la evolución, acudieron a una cita con Golem para preguntar su opinión sobre dicha teoría, a lo cual éste respondió diligente y rigurosamente.

            Antes de comunicar su respuesta el autómata hizo una advertencia: “Puede que consideréis que me estoy divirtiendo aquí al aplicar algún tipo de análisis a la Evolución que, en contra de mi naturaleza de autómata, esté contaminado por el antropocentrismo, o tan solo el raciocentrismo (ratio-razono). Nada más lejos de la verdad, pues simplemente estoy observando el proceso desde una perspectiva tecnológica.”

            Dado el limitado espacio de que dispongo aquí, no me es posible extenderme en las ideas de Golem sobre la Evolución, sólo apuntaré que -entre otras cosas- señala las debilidades de la teoría darwiniana cuando  de explicar el surgimiento de la inteligencia se trata. Dice el autómata que la evolución a fuerza de reptar entre diversas especies, tuvo que alcanzar la Inteligencia con una probabilidad que se aproximó a uno cuanto más tiempo duró el proceso. En otras palabras, siempre estuvo presente la posibilidad de que otras especies llenaran el nicho de la Inteligencia si hubiese fallado ahí la aparición de los simios. La paciencia de la Naturaleza es infinita, si aquel simio sapiens no hubiese surgido a lo largo de los últimos millones de años, sin duda otra especie lo habría hecho en los siguientes.

            Pero la gema de sus conclusiones es que en la Evolución actúa una inclinación negativa de la perfección de las soluciones orgánicas. Es decir, que en lugar de observar un avance o progreso evolutivo –como sostiene el darwinismo- se observa una degradación. Por ejemplo, sostiene Golem, un alga es más perfecta que un águila, pues aquella consigue que los fotones del sol se transformen directamente en la energía base de la cadena alimenticia. En tanto que el águila estando muy arriba de esta cadena, carece de esa capacidad y depende de la existencia de muchos otros organismos para subsistir.

            Haciendo suya la posición de R. Dawkins –expuesta en El gen egoísta-, Golem XIV sostiene  argumentos heréticos: “Empezaré por vuestra aberración más grande, la ciencia. Por ella, os habéis encariñado con el cerebro; sí el cerebro, y no con el código (genético), un divertido descuido derivado de vuestra ignorancia. Os habéis encariñado con el rebelde, en lugar de con el señor; con la creación, en lugar de con el creador. ¿Por qué motivo no os habréis percatado de que el código era un creador universal más potente que el cerebro? El código os creó con el fin de convertiros en sus servidores… Vuestra civilización resulta un espectáculo bastante divertido: en él los transmisores, mediante el uso de la razón, de acuerdo con la tarea impuesta, la han llevado a cabo demasiado bien… De esta forma, en medio de un siglo atiborrado por la ciencia, que dilató vuestra terrestre placenta astronáutica os encontrasteis en la desagradable posición de un inexperimentado parásito que, preso de una excesiva avidez, devora a su anfitrión hasta que muere con él…”

            Golem termina planteando que el hombre contemporáneo se encuentra en una encrucijada ante la que se abren dos caminos solamente: si sigue el primero perderá la cabeza (la inteligencia) pero conservará el cuerpo; si sigue el segundo conservará la cabeza pero perderá la vida. Para esta inteligencia sobrehumana la salida únicamente puede ser la segunda alternativa: renunciar a la existencia conservando una inteligencia incorpórea, la cual –de acuerdo al conocimiento tecnológico actual- no puede ser otra que la inteligencia artificial como continuación, en un nivel evolutivo superior, de la inteligencia humana. Inteligencia que aseguraría la transmisión y mutación del código (supuesto propósito de la Evolución), pero ya sin necesidad de los organismos humanos como medio, sino mediante una tecnología superior, fusión de la nanotecnología, la biología molecular y la ingeniería genética.

            Y dice el anónimo primo de mi amigo que  no fue esta conclusión únicamente la que le arrancó las lágrimas (puesto que Golem XIV tenía la razón), sino toda la brillante estructura argumentativa que Golem desarrolló para llegar a ella; una obra maestra de la razón, dijo el sollozante primo, pues quien no ha llorado frente a una obra maestra de la ciencia –continuó- no sabe lo que es amar a dios en tierra de indios y, por tanto, sólo reptará por los sombríos pasillos evolutivos de la burocracia científica.

            Solamente añadiré que, en estos tiempos de penuria, nada puede consolarnos mejor –ante la perspectiva de una debacle planetaria- que razonamientos como los de Golem XIV, que alcanzan supremos niveles de belleza y verdad, asociados con una perspectiva de incomparable valor ético.  Razonamientos que nos conducen a comprender con mayor profundidad el dilema que enfrentamos, y que hoy son tan escasos.

(Si le interesa el tema lea “Golem XIV”, de Stanislaw Lem.  Editorial Impedimenta, 2012.)

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