Sandra Isabel Jiménez Mateos *
William Buckland, geólogo y pastor anglicano británico, nació el 12 de marzo de 1784 en Axminster en Devonshire.
Sus estudios lepermitieron ser el primero en describir a un dinosaurio y como hombre religioso trato de compaginar el creacionimos con la teoría catastrofista sobre la creación de la Tierra. También tuvo la singularidad de ser el primero en comerse el corazón de un rey.
Desde niño empezó a tener contacto con la geología y la paleontología, cuando acompañaba a su padre el rector del Templeton and Trusham, en sus caminatas, durante las cuales hallaban y coleccionaban conchas fósiles, incluyendo ammonites del Jurásico en estratos visibles en las canteras.
Consiguió una beca en 1801 para estudiar Teología en el Corpus Christi College, de la Universidad de Oxford, al mismo tiempo que leía a John Kidd en materia de mineralogía y química e iba desarrollando su interés por la geología y por las investigaciones de campo de los estratos, durante sus vacaciones. Tras obtener su licenciatura en 1804 y ampliar estudios hasta 1808, pasó a ser miembro del Corpus Christi College, donde fue ordenado sacerdote de la Iglesia de Inglaterra en 1809, pero aún con este cargo continuó realizando frecuentes excursiones geológicas a caballo por diversas partes de Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales.
Sus dos pasiones lo llevaron a tratar de reconciliar la creación, como la describe la Biblia, con las teorías científicas emergentes. Pensaba que la creación del mundo había sido llevada a cabo en un largo periodo de tiempo antes de los acontecimientos descritos en los relatos bíblicos, como el diluvio. También que en el pasado más reciente, los efectos diarios de la erosión, al igual que otros acontecimientos como la elevación del terreno habían dejado sus huellas en la superficie de la Tierra.
En 1818 Buckland fue elegido miembro de la Royal Society. Ese mismo año fue persuadido por el príncipe regente, Jorge IV, para asumir en el Corpus Christi College una nueva cátedra, Geología, dictando la lección inaugural el 15 de mayo de 1819, la cual fue publicada en 1820 con el título de “Vindiciæ Geologiæ, or the Connexion of Geology with Religion explained”; en que justificaba la nueva ciencia de la geología y la conciliación de las pruebas geológicas con los relatos bíblicos de la Creación y del Diluvio de Noé, lo que hizo además en un momento en que otros se oponían ya que eran influidos por la teoría del uniformismo de James Hutton.
Con esa visión Buckland desarrolló su hipótesis de que la palabra «principio» en el Génesis significa un tiempo indefinido entre el origen de la tierra y la creación de sus actuales habitantes, en el que una larga serie de extinciones y de sucesivas creaciones de nuevos tipos de plantas y animales se produjeron. Así, su teoría catastrofista incorporaba el creacionismo desde lo antiguo de la Tierra.
A partir de sus investigaciones de los huesos fósiles en Kirkdale Cave, en Yorkshire, llegó a la conclusión de que la cueva había sido habitada por hienas en tiempos antediluvianos, en lugar de suponer que eran los restos fósiles de animales que perecieron en el Diluvio y se transportaron desde los trópicos por la crecida de las aguas, como se pensaba entonces. Desarrolló estas ideas en su magna obra Reliquiæ Diluvianæ, or, Observations on the Organic Remains attesting the Action of a Universal Deluge, que se publicó en 1823 y se convirtió en un auténtico best-seller de la época.
Siguió viviendo en el Corpus Christi College, y en 1824 se convirtió en presidente de la Geological Society of London. Aquí anunció el descubrimiento, en Stonesfield, de los huesos fósiles de un reptil gigante que él llamó Megalosaurus (gran lagarto) y escribió la primera relación completa de lo que luego sería llamado un dinosaurio.
En diciembre de 1825 se casó con Mary Anning de Abingdon, una consumada ilustradora y coleccionista de fósiles. Su luna de miel fue un año de gira por Europa, con visitas a los principales geólogos y a los yacimientos geológicos. Su esposa colaboró en su trabajo, a la vez que le dio nueve hijos, cinco de los cuales sobrevivieron para llegar a la edad adulta. Su hijo Frank Buckland se convirtió en un famoso naturalista por derecho propio. En una ocasión, Mary le ayudó a descifrar las huellas que se encontraban en una losa de piedra arenisca, cubriendo la mesa de la cocina con pasta mientras que depositaba sobre la masa a su mascota, una tortuga, lo que confirmó su intuición de que las huellas fósiles que estudiaba eran marcas dejadas por tortugas.
Comer de todo
Su pasión por la observación y el experimento científico se extendió a su vida hogareña. No sólo llenó su casa de especímenes (minerales o animales, vivos y muertos), si no que también comenzó a comer de todo lo que encontraba, gusto que compartió con su hijo Francis, al grado de que llegó a un acuerdo con el zoológico de Londres para recibir una pieza de cualquier cosa que muriese allí.
En sus degustaciones de animales lo primero que declaró como el plato más desagradable fue el asado de topo, pero después le dio este puesto a los moscardones guisados.
Sus gustos por comer de todo lo llevaron a comerse incluso el corazón embalsamado de Luis XVI.
Un día el arzobispo de York le mostró una caja de rapé que contenía el corazón embalsamado de Luis XVI que había comprado en París en la época de la Revolución, Buckland admitió que nunca había comido el corazón de un rey.
Augustus Hare, un famoso escritor coetáneo, narró el hecho así: «Habló de extrañas reliquias que lo condujeron a mencionar el corazón de un rey francés conservado en Nuneham en un ataúd de plata. El doctor Buckland, al tiempo que buscó en ella, exclamó, «he comido muchas cosas extrañas, pero nunca había comido el corazón de un rey hasta ahora», y, antes de que nadie pudiera obstaculizarlo, lo devoró, y la preciada reliquia se perdió para siempre.» El corazón en cuestión se dice que había sido el de Luis XIV.
William Gratzer cuenta otra anécdota acerca de la voracidad científica de los Buckland en su libro Eurekas y Euforias:
Durante una visita a Italia, a los siempre curiosos Buckland les mostraron una mancha en el suelo de una iglesia en el lugar donde un santo había sido martirizado. Cada mañana, les dijeron, la sangre fresca se renovaba milagrosamente. Inmediatamente, William se arrodilló en el suelo y aplicó su lengua a la mancha húmeda. No es sangre, informó a sus anfitriones. Él sabía exactamente lo que era: nada más que orina de murciélago.
Y otros descubrimientos paleontológicos
Buckland en 1823, entre el 18 y el 25 de enero, descubrió un esqueleto humano todo rojo, en un entierro ceremonial, ubicado en el País de Gales, al que llamó Red Lady of Paviland (La dama de rojo de Paviland), constituyéndose en los restos humanos más antiguos encontrados en el Reino Unido hasta la fecha. Estudios posteriores mostraron que los restos corresponden a un hombre joven, posiblemente a un jefe tribal.
Fue ayudado y alentado por Roderick Murchison durante varios años y en 1831 pudo sugerir un muy buen punto de partida en el sur del País de Gales para las investigaciones de Murchison en las rocas que más tarde se describe con gran detalle en su «Sistema Silúrico».
Se encargó de contribuir con un volumen de la serie de ocho del Bridgewater Treatise, On the Power, Wisdom and Goodness of God, as manifested in the Creation. Ello le supuso casi cinco años de trabajo y fue publicado en 1836 con el título de Geology and Mineralogy considered with reference to Natural Theology. Su obra es un detallado compendio de sus teorías; como respuesta a las mismas Charles Babbage elaboró su Ninth Bridgewater Treatise.
En ese momento Buckland era una destacada e influyente celebridad científica y un amigo del primer ministro del partido Tory, sir Robert Peel.
Después de que se interesó en la teoría de Louis Agassiz sobre que el pulido y estriado de rocas, así como los materiales transportados, habían sido causados por antiguos glaciares, viajó a Suiza en 1838 para conocer a Agassiz y verle por sí mismo. Estaba convencido y recordó lo que había visto en Escocia, Gales y en el norte de Inglaterra, pero lo había atribuido a los efectos del diluvio. Cuando Agassiz llegó a Gran Bretaña para una reunión en Glasgow de la British Association en 1840, se trasladaron en una amplia gira por Escocia y allí encontró pruebas de la antigua glaciación. En ese año Buckland se había convertido en presidente de la Geological Society, y a pesar de su reacción hostil cuando se había presentado la teoría, se convenció de que la glaciación había sido el origen de gran parte de los depósitos de materiales que cubrían Gran Bretaña.
En 1845 fue nombrado por Sir Robert Peel para ocupar la vacante del decanato de Westminster y fue, poco después, inducido a residir en Islip, en las cercanías de Oxford, una prebenda aneja al decanato. Buckland se involucró en la reparación y conservación de la Abadía de Westminster y en la prédica de sermones adecuados para la población rural de Islip, a la vez que continuaba sus conferencias sobre Geología en Oxford. En 1847 fue nombrado administrador del Museo Británico, y en 1848 se le concedió la Medalla Wollaston, de la Sociedad Geológica de Londres.
Hacia finales de 1849 contrajo una debilitante enfermedad tuberculante que le causaría la muerte el 14 de agosto de 1856. El emplazamiento de su tumba había sido previsto, pero cuando el sepulturero se puso a trabajar se encontró con un afloramiento de rocas calizas sólida del Jurásico justo por debajo del nivel del suelo y con explosivos listos para ser utilizados para la excavación. Esto pudo haber sido una broma ideada por el geólogo, que recuerda a la Elegía de Richard Whatley destinada al Profesor Buckland, escrita en 1820:
Cuando veamos a nuestro gran profesor morir
Diremos ¿Que en paz descansen sus huesos?
Si le enterramos en un rocoso sepulcro
se levantará y romperá las piedras
Y examinará cada estrato de alrededor
Porque él estará en su elemento.
- Investigadora del Instituto de de Investigaciones y Estudios Superiores Económicos y Sociales (IIESES), de la Universidad Veracruzana