En 2013, la Universidad Veracruzana (UV) cumple 10 años de realizar investigación científica con las tortugas marinas que anidan en costas de Veracruz, uno de los litorales más grandes del país donde año tras año nacen millones de crías, aunque sólo una de cada mil sobrevive hasta la edad adulta.

De marzo a noviembre, en la temporada de anidación, la entidad recibe a cinco de las siete especies que existen en el mundo: verde, lora, caguama, laúd y carey; todas ellas amenazadas o en peligro de extinción. “Con el trabajo científico hemos logrado más y mejor información para apoyar su conservación”, explicó Jorge Morales Mávil del Instituto de Neuroetología de la UV, quien ha coordinado a académicos, tesistas y estudiantes en los proyectos de investigación de campo desde 2003.

         Para mostrar ese trabajo y la importancia de los campamentos tortugueros del estado –17 en total–, este lunes 19 de agosto se presentó en el auditorio de la Facultad de Biología el documental Tortugas marinas: investigación y conservación en el norte de Veracruz, una producción audiovisual del Laboratorio Multimedia X Balam que narra cómo sociedad, instituciones y dependencias de gobierno unen esfuerzos y recursos para proteger a estas especies carismáticas.

 

Migrantes en peligro

Las tortugas marinas existen desde hace más de 150 millones de años. Aunque son lentas en tierra, pueden alcanzar hasta 35 kilómetros por hora en el mar, donde pasan la mayor parte de su vida: entre 150 y 200 años. En sus migraciones recorren miles de kilómetros a través de mares y océanos de diferentes continentes, todo para llegar a sitios de alimentación y reproducción.

         Es sólo durante su anidación que arriban a la playa, unas horas apenas, pues una vez que depositaron sus huevos las hembras regresan al mar; de hecho, se estima que los machos únicamente llegan a conocer los pocos metros de tierra firme que recorrieron al nacer.

         La tortuga laúd es la más grande de todas: llega a medir hasta 2.4 metros de longitud. La segunda en tamaño es la verde –la más abundante en la costa de la entidad–, le siguen la caguama, la carey –reconocida por su caparazón color ámbar– y finalmente la lora –que mide alrededor de 70 centímetros.

Todas las tortugas marinas están en categorías de riesgo alto, es decir entre “amenazadas” y “en peligro de extinción”, tanto por leyes mexicanas como por organismos externos, entre ellos la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

De acuerdo con los reportes del equipo universitario, en Veracruz han disminuido los nidos de tortuga carey, y desde hace cinco o seis años no se han reportado nidos de laúd, un fenómeno que no es exclusivo del estado. En 2012, en Oaxaca, Guerrero y Chiapas se reportaron 500 ejemplares de laúd, pero hace 30 años se reportaban tres mil, según reportes de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).

De acuerdo con la UICN, el hombre es uno de sus mayores depredadores, ya sea por captura accidental, destrucción de playas, saqueo de nidos y comercialización de huevos y tortugas adultas. Cada año miles se sacrifican por su carne, su aceite o su caparazón, además de la basura arrojada a las costas y arrastrada al mar, como las bolsas de plástico que algunas tortugas confunden con medusas, su alimento principal.

Con todo, estos reptiles contribuyen a la salud y el mantenimiento de la flora y fauna de los océanos y las playas, de ahí la importancia de las investigaciones en la UV, un esfuerzo que busca obtener conocimiento que ayude a prevenir la extinción de estas especies y promover su protección.

 

Investigación y motivación

Unos meses al año es todo lo que tienen los científicos para obtener datos. Semanas, en algunos casos y según la especie. Por medio de patrullajes se han enfocado en registrar playas de anidación, poblaciones, centros de protección, número de hembras, nidos, huevos, características físicas y ambientales de las playas, así como los sitios preferidos de anidación.

Para Jorge Morales es mínimo el estudio que se tiene sobre tortugas marinas porque la mayoría se realiza en tierra durante esta etapa. La longevidad de las tortugas dificulta su seguimiento en el mar, además este procedimiento es muy costoso porque se usan radiotransmisores satelitales insuficientes para darles seguimiento.

         “Un equipo tiene vida útil de un año, las tortugas hembra tardan 30 en volver a la playa donde nacieron, a desovar; en ese lapso se desarrollan y su estructura cambia, no se pueden marcar y esperar que esa marca siga ahí años después, además la tasa de sobrevivencia es tan baja que no podemos saber a cuál seguir, cuál marcar… es extremadamente complejo”, explicó.

         Aún con todo, en los 10 años de investigación se lograron determinar los factores que promueven el arribo de las diferentes especies de tortugas a las playas, tales como la temperatura, la humedad, el tamaño de grano y la pendiente de la costa, trabajos que han dado lugar a una decena de tesis de licenciatura, maestría y doctorado, y más de 20 artículos científicos y de divulgación.

Por ejemplo, la tortuga lora no llega a playas con tamaño de grano muy grande porque no puede excavar para anidar, así que busca playas con arena fina, a diferencia de la tortuga verde, que por su tamaño puede hacerlo en casi cualquier tipo de ambiente. Esta especie, junto con la carey, prefieren playas con vegetación para esconder sus nidos.

La luminosidad artificial en la costa también se reporta como un problema, ya que al nacer viajan al mar guiándose por la luz reflejada en las olas: “La presencia de hoteles y restaurantes en sentido opuesto al mar puede desorientar a las recién nacidas, que en lugar de irse al mar viajan hacia las dunas y son depredadas por gatos, perros, aves, tlacuaches”, agregó el investigador.

La investigación, que inició en 2003, fue financiada a partir de 2009 con 1.8 millones de pesos por Conacyt y el Gobierno del Estado, a través de los Fondos Mixtos administrados por el Consejo Veracruzano de Ciencia y Tecnología (Covecyt), y apoyada desde el inicio por asociaciones civiles y particulares: hoteleros, ejidatarios, asociaciones y grupos indígenas, actores principales de la conservación.

 

Campamentos: motivación y compromiso

Proteger a las tortugas marinas no es fácil. En tierra están totalmente expuestas. Cientos de kilómetros de playa deben ser patrullados en las zonas predilectas de anidación durante meses, proteger a las madres o ayudarles a regresar al mar, vigilar los nidos día y noche, y a veces trasladar los huevos hasta zonas seguras sin alterar su temperatura, anidarlos semanas, para luego liberar las crías en el mar.

 En Veracruz esta labor recae en los 17 campamentos tortugueros que funcionan, principalmente, gracias a la gente del lugar, ya sea mediante asociaciones civiles, familias, grupos indígenas u organizaciones vecinales o de comuneros, en algunos casos apoyados por la Conanp, dependencias gubernamentales, ayuntamientos, paraestatales, y desde luego la UV y otras instituciones educativas o científicas.

De norte a sur, los 17 centros de protección resguardan más de 300 kilómetros de costa en las zonas más importantes de anidación: las costas de Tuxpan y Tecolutla en el norte; las de Nautla, Vega de Alatorre y Alto Lucero en la zona centro en campamentos como El Raudal, Lechuguillas y Santander; y al sur, el litoral de Los Tuxtlas, resguardado por grupos indígenas popolucas y náhuatl de los campamentos El Salado, Arrecifes y Capulteolt.

         Cada centro tiene sus estrategias para llevar a cabo la incubación y la liberación de crías; para apoyarlos, los científicos de la UV verifican estos procesos de reproducción y conservación. La mayoría de los campamentos nacieron por iniciativa de las comunidades, y aunque han tenido éxito gracias al interés y vocación de estas personas, enfrentan serios problemas para su mantenimiento: el escaso presupuesto, el saqueo de huevos y la depredación por cacería, así como la destrucción de los hábitats y el desarrollo costero.

         Sin embargo los campamentos funcionan. Explica Jorge Morales: “Cuando una tortuga marina llega a las playas deposita sus huevos en el lugar que considere apropiado. Luego, los encargados del campamento buscan el nido y guardan los huevos en hieleras dentro del centro para protegerlos de los depredadores. Una vez ahí, los dejan en la cámara de incubación entre 45 y 50 días hasta que eclosionan. Las crías deben detectar la arena donde fueron colocadas originalmente, así que la arena que se coloca en la hielera es la misma proveniente del nido”.

         La satisfacción es el motor colectivo en el cuidado de los campamentos. Los estudiantes, voluntarios, tesistas y los mismos investigadores sienten una emoción que en palabras de Morales Mávil es “poco descriptible cuando ves un animal de esas dimensiones, muy grande pero al mismo tiempo inofensivo y vulnerable”.

         Recientemente en El Raudal, municipio de Nautla, una tortuga verde de 1.30 metros de largo fue atacada por unos perros mientras desovaba. De inmediato se le realizó una cirugía ahí mismo y mientras se recuperaba el reptil permaneció en un estanque del propio campamento. En este mismo lugar, el año pasado se obtuvieron los más altos números de nacimientos con 539 mil crías a la mitad de la temporada.

         A pesar de que se ha reportado una reproducción cada vez mayor y un incremento en el número de nidos, la depredación de las tortugas marinas tanto en tierra pero sobre todo cuando ingresan al mar, es muy alta. Solamente entre uno y 10 por ciento de las tortugas llegan a la edad adulta, es decir, a los 30 años, cuando regresan a desovar a la misma playa donde nacieron.

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