La reciente actividad solar ha llamado la atención de los científicos y meteorólogos espaciales de todo el mundo, subrayando la necesidad de estar pendientes de nuestra estrella y su inmenso poder.
El 6 y el 10 de septiembre se produjeron en el Sol las dos fulguraciones más potentes observadas en más de una década. Se vieron acompañadas de fuertes expulsiones de miles de millones de toneladas de materia al espacio. Esto fue el mayor fenómeno registrado desde 2005.
El 6 de septiembre de 2017, a las 5:10 de la mañana, hora del este de Estados Unidos, el telescopio espacial Solar Dynamics Observatory registró una llamarada solar de intensidad X2,2, que estuvo seguida de una segunda erupción que fue más fuerte aún, de X9,3, registrada a las 8:02 de la mañana.
Aunque muchas de estas erupciones regresaron a la superficie solar, estas dos no lo hicieron, convirtiéndose en ‘eyecciones de masa coronal’: nubes de partículas atómicas cargadas eléctricamente que escapan del Sol y se expanden por el espacio interplanetario.
Estas nubes de protones, electrones e iones pesados pueden ser detectadas por los sensores de los satélites que rodean nuestro planeta y las sondas que navegan por el espacio interplanetario.
Las llamaradas —y las eyecciones que las acompañaron— surgieron de una ‘región activa’ de la fotosfera, que es la superficie que vemos desde la Tierra.
“La apariencia de esta región activa mientras producía potentes llamaradas y varias eyecciones de masa coronal resultó de lo más interesante, tras meses de muy baja actividad solar”, admite Juha-Pekka Luntama, responsable de la meteorología espacial en la oficina de Conocimiento del Medio Espacial de la ESA.
“Aunque estas erupciones son muy difíciles de predecir y, debido a la rotación, la región en que se produjeron estos eventos ahora se encuentra en el disco solar posterior, seguimos vigilando la situación, especialmente para cuando la región activa vuelva a quedar visible”.
La primera erupción tuvo lugar el 6 de septiembre y desencadenó una potente tormenta geomagnética que alcanzó la Tierra la tarde del 7 de septiembre. Su llegada fue detectada por varias naves de monitorización solar y orbitadores de la ESA y de la NASA.
Además, provocó auroras más fuertes de lo habitual los días 7 y 8 de septiembre, que llegaron a verse hasta en el norte de Alemania y en el norte de los Estados Unidos.
Esta llamarada y su eyección se vieron acompañadas por una oleada de partículas atómicas energizadas procedentes del Sol. Aunque pudieron ser detectadas por satélites en órbita, no fue así en el caso de los sistemas terrestres, debido a que nuestra atmósfera actúa a modo de pantalla.
La segunda erupción se produjo el 10 de septiembre. En este caso, tuvo lugar una gran llamarada solar que también emitió un fuerte pulso de rayos X y una oleada de protones a enorme velocidad, algunos de los cuales prácticamente alcanzaron la velocidad de la luz.
Esta eyección fue más rápida que la primera, pero también se fue perdiendo en su trayecto del Sol a la Tierra y solo una pequeña parte cubrió nuestro planeta el 12 de septiembre.
Este evento provocó un fuerte incremento en las partículas energéticas, por lo que las redes de vigilancia detectaron niveles superiores de radiación en la superficie terrestre y, los días 12 y 13 de septiembre, se observó una tormenta magnética moderada.
La radiación que llegó antes de la segunda eyección fue suficiente para hacer que las cámaras de navegación de ciertos satélites quedaran temporalmente cegadas, y se esperaba que pertubara temporalmente las comunicaciones por radio a latitudes elevadas.
En un caso, el del satélite Integral de la ESA —un observatorio orbital de rayos gamma con unos instrumentos cuya electrónica resulta especialmente sensible a la radiación—, tuvo que confiar en la autonomía de sus sistemas a bordo para poner sus instrumentos en ‘modo seguro’ y esperar a que descendieran los niveles de radiación.
“Nuestros instrumentos quedaron desconectados durante una revolución de 64 horas, lo que significa que, lamentablemente, perdimos parte del tiempo de observación prioritario —reconoce el responsable de operaciones de Integral, Richard Southworth—. Los instrumentos volvieron a activarse sin signos de daño alguno”.
Gaia, el satélite astrométrico de la ESA, también sufrió algunos efectos, aunque comparativamente menores.
“El telescopio de Gaia experimentó un número muy alto de detecciones ‘falsas’ de estrellas, generando los correspondientes datos y pequeñas variaciones en la actitud de la nave”, señala el responsable de operaciones David Milligan.
“Estas falsas detecciones pueden eliminarse del catálogo de datos, y Gaia sigue funcionando a la perfección”.
El segundo evento también destacó por proceder de una región activa del Sol que ya había rotado a través del disco según se ve desde la Tierra, y desaparecer de nuestro campo de visión muy poco después.
“No contamos con naves en ese lado del Sol para poder observar la actividad actual”, explica Juha-Pekka.
“Lo que realmente necesitamos son nuevas formas de ver la cara del Sol que rota hacia la Tierra, lo que nos permitiría mejorar nuestras previsiones y predicciones”.
La ESA ya está definiendo una futura misión al Sol que mejoraría nuestras capacidades de vigilancia y previsión de la meteorología espacial.