“Cualquier fantasía sexual que te puedas imaginar se cumple en el mundo de los peces”, afirma a SINC Pablo Sánchez, investigador de la Universidad Politécnica de Catalunya y especialista en piscicultura de lenguados.
Su variedad de opciones sexuales abarca desde la fecundación interna a la externa, pasando por la bucal. Desde peces que son fieles toda la vida hasta una amplia mayoría de costumbres promiscuas y desenfadadas. Y desde cortejos elaborados a tremendas orgías subacuáticas donde nadie se fija demasiado en quién fertiliza a quién.
No es extraño que los peces posean un enorme muestrario de estrategias reproductivas, aclara el biólogo: “Popularmente se incluye en el grupo ‘peces’ todo animal con aletas que viva debajo del agua, pero entre ellos puede haber diferencias evolutivas más importantes que entre mamíferos y anfibios”.
Cambio de sexo a la carta
Por si la variabilidad de hábitos sexuales supiera a poco, hay especies que a lo largo de la vida cambian de sexo. Las doradas (Sparus aurata), por ejemplo, son hermafroditas secuenciales, nacen con gónadas masculinas y femeninas, pero primero maduran unas y después las otras. La mayoría nacen macho y, aproximadamente a los dos años, se transforman en hembras.
En cambio, los meros (Epinephelus marginatus), funcionan al revés. “Es una especie proterogínica, que alcanza su primera madurez a los cinco años como hembra y hacia los 12 años se convierte en macho”, explica a SINC Toni García, investigador del Instituto de ciencias del Mar de Blanes (CSIC).
En poblaciones no sometidas a la explotación pesquera, caso de las reservas marinas, el cambio de sexo está condicionado socialmente. “La transformación de hembra a macho solo se produce cuando desaparece el macho dominante”, cuenta el experto.
El mero macho es un animal muy territorial, solitario y dominante, y se aparea con un auténtico harén de hembras, de entre tres y quince, que viven dentro de los límites de su territorio. “A veces, durante un corto periodo de tiempo, cuando el animal recién se ha convertido en macho puede conservar su coloración femenina, y aprovechar para colarse en el territorio de otro congénere y buscar pareja”, señala Sánchez. Ni las hembras ni el macho dominante sospecharán de sus ‘lascivas’ intenciones.
Además de por edad y tamaño, los peces también cambian de sexo en función del fotoperiodo –cantidad de horas de luz– y de la temperatura a la que se incuban los huevos. “En muchas especies de vertebrados, principalmente en peces y reptiles, la temperatura ambiental influye en la determinación del sexo de los individuos”, explica a SINC Francesc Piferrer, biólogo e investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC en Barcelona.
El equipo de Piferrer publicó a principios de año en las revista PLoS Genetics el mecanismo molecular mediante el cual un aumento en la temperatura de incubación de los huevos de lubina (Dicentrarchus labrax L.) provoca la masculinización de los ejemplares.
Pero como para gustos, colores, también hay peces, como el serrano imperial (Serranus atricauda), que son hermafroditas sincrónicos y tienen testículos y ovarios, ambos funcionales a la vez, “lo que hace que cualquier encuentro con un congénere pueda resultar en una puesta fértil, algo muy útil cuando la densidad de individuos es muy baja”, señala Sánchez.
“Estos peces acostumbran a ser monógamos y a comportarse o bien como hembra o bien como macho durante el apareamiento, pero también pueden autofecundarse”, explican en su investigación Víctor M. Tuset y su equipo, científicos del Instituto Canario de Ciencias Marinas.
Sea como sea, el objetivo fundamental es que los óvulos femeninos sean fecundados por los gametos masculinos y las especies se reproduzcan. Para conseguir este punto clave, el abanico de posibilidades también es amplio. Los peces pueden buscar pareja o grupo y la fecundación puede ser externa, interna o bucal.
Orgías, cortejos y sexo oral
A las sardinas (Sardina pilchardus) les trae sin cuidado quién les fertilice o a quién fertilizan y en temporada de puesta forman enormes agregados o frezas, a modo de ‘orgías marinas’ en las que liberan todo sus gametos al mar de manera simultánea.
Pero no todas las hembras son tan despreocupadas sobre la paternidad de su progenie. El mero de las islas Medas se reproduce en pareja y “la puesta es especialmente espectacular”, afirma Toni García. Al principio, la hembra se coloca sobre el fondo en un punto determinado del territorio del macho, “lo que indica que está dispuesta a jugar”, señala el biólogo.
El macho responde acercándose, la tantea dándole unos suaves golpes en la cabeza y rozándola con su cuerpo en un característico movimiento de aleteo. Si la hembra responde a estas caricias, inicia una subida vertical seguida por su pretendiente y ambos giran uno alrededor de otro durante esta ascensión. En numerosas ocasiones la cosa acaba aquí y se separan para volver al fondo e iniciar de nuevo el cortejo.
En otras, la historia va a más. La cabeza se les colorea de rojo y vuelven a subir a la superficie enzarzados en una espiral cada vez más trepidante hasta que, al final, la hembra desova varios millares de huevos, el macho eyacula inmediatamente y cada uno regresa al fondo y se va por su lado. Atrás dejan una nube de huevos que es rápidamente asaltada por hambrientas obladas (Oblada melanura), “que parecen intuir cuándo la subida va a acabar realmente en puesta”, señala García.
Tanto en las frezas como en el mero de las islas Medas la fecundación de los gametos es externa. Algunos cíclidos africanos y sudamericanos tienen otro tipo de estrategia.
La hembra de estos peces de agua dulce pone los huevos y se los mete en la boca para protegerlos. Curiosamente, cosas de la naturaleza, la aleta anal del macho tiene la misma forma y color que los huevos, por lo que ella se confunde. La hembra se dirige hacia la aleta del macho y, cuando se la mete inocentemente en la boca, él se ocupa de maximizar la fertilización. Obviamente no es muy selectiva sobre a qué macho se acerca o si siempre se acerca al mismo.
Te quiero para toda la vida
“Existen pocos casos confirmados por análisis molecular de peces que mantengan la misma pareja dentro de una misma temporada de puesta y a la vez en sucesivas –apunta Sánchez–. Una de ellas es un caballito de mar australiano (Hippocampus subelongatus) aunque también se han detectado ‘infidelidades’ dentro de esta especie”.
La monogamia puede referirse a diferentes patrones de conducta. En el sentido genético más estricto, una especie es monógama si existe una relación de apareamiento exclusiva entre un solo macho con una sola hembra. Sin embargo, también se pueden considerar monógamas si se mantiene la misma pareja en la mayoría de temporadas reproductivas.
“Este segundo caso podría considerarse una monogamia de tipo social que no tiene implicaciones de exclusividad, simplemente de conveniencia: tú tienes una cuevita cómoda y segura, tú eres grande y asustas a los depredadores, la densidad de nuestra especie es baja, etc.”, explica Pablo Sánchez.
Además del caballito de mar, otro ejemplo de monogamia es el género Amphiprion, el pez payaso que, además, presenta cuidado parental de los huevos y las crías. “Lo que la película de ‘Buscando a Nemo’ no cuenta es que suelen ser hermafroditas proterándricos y, que si uno extrae a la hembra de la anémona, el macho revierte su sexo y se convierte en hembra. Así que Marlin podría haber experimentado alguna crisis de identidad mientras llevaba a Nemo al cole de los peces”, bromea Sánchez.
Ahí está, se la llevó el tiburón
Los tiburones también se aparean en pareja, aunque no son monógamos. “Las hembras de muchas especies copulan con varios machos y hasta existe multipaternidad dentro de una misma camada”, explica a SINC Gabriel Morey de la Conselleria d»Agricultura Medi Ambient i Territori Govern de les Illes Balears.
El éxito evolutivo de los elasmobranquios –tiburones y rayas–, se debe en gran medida a la fertilización interna. “Sus crías no son numerosas, pero nacen grandes y completamente preparadas para sobrevivir en el medio”, comenta el experto.
La actitud de apareamiento de los tiburones puede ser muy compleja y los rituales previos entre machos y hembras varían considerablemente entre las especies. Los patrones de comportamiento, como nado sincronizado, cambios de color y mordiscos ‘cariñosos’ del macho a la hembra son comunes. “Aunque el macho no muerde con todas sus fuerzas, las hembras tienen una piel más gruesa para protegerse”, explica Morey.
Además, los tiburones tienen dos órganos copuladores llamados pterigopodios “que derivan de las alteras pelvianas y que de manera funcional se pueden entender como penes, aunque no en su estructura ni origen”, señala el experto. Una vez que los huevos de la hembra han sido fecundados, los embriones se pueden desarrollar de varias maneras distintas en función de la especie, pero casi nunca bajo el cuidado de los padres.
En conclusión, a tiburones, meros, sardinas, doradas, y peces en general, se les da bastante bien tocar con la nariz más de una pecera, hacer burbujas de amor por donde quieran y bordar de corales todas las cinturas que haga falta. Todo por un mayor éxito reproductivo.