Una larva de insecto que vivió durante el cretácico, hace unos 110 millones de años, y que aparece recubierta de restos vegetales, es la evidencia de camuflaje en insectos más antigua conocida hasta ahora, según un artículo que publica la última edición de la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). El artículo se basa en el estudio de una pieza excepcional de ámbar descubierta en el año 2008 en el yacimiento de El Soplao (Cantabria), el más extenso y rico en ámbar de la era mesozoica en Europa. Participan en el estudio los investigadores Ricardo Pérez de la Fuente y Xavier Delclòs, del Departamento de Estratigrafía, Paleontología y Geociencias Marinas, de la Universidad de Barcelona; Enrique Peñalver, del Museo Geominero del Instituto Geológico y Minero de España; Mariela Speranza, Carmen Ascaso y Jacek Wierzchos, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, del CSIC, y Michael S. Engel, de la Universidad de Kansas (EE. UU.).
Cubrirse de basura para ocultarse en el medio
El fósil, de unos cuatro milímetros de longitud, es una larva depredadora del grupo de los neurópteros que aparece recubierta por una maraña de pequeños filamentos de origen vegetal recolectados con sus mandíbulas con el fin de formar un escudo protector y confundirse así con el entorno. Este tipo de comportamiento, el trash-carrying o transporte de basura, es una estrategia de supervivencia que se da también en formas actuales para camuflarse ante las presas o los depredadores. La especie fósil, afín a las actuales crisopas verdes, representa un nuevo género que ha sido denominado crisopa alucinante de Diógenes (Hallucinochrysa diogenesi), en alusión a su apariencia sorprendente y al síndrome de Diógenes, una patología que afecta a algunas personas, que acumulan basura de manera compulsiva.
Según el estudio, la basura que recubre al fósil son tricomas, pelos vegetales de formas y funciones diversas que crecen en la superficie de las plantas. Mediante el estudio de la morfología, la microestructura y la composición de esos tricomas, los investigadores han podido confirmar que pertenecían a helechos.
Las larvas actuales de crisopas verdes acumulan restos vegetales o animales de todo tipo y los retienen mediante unos pequeños muñones con pelos que tienen en el dorso. Por el contrario, la Hallucinochrysa diogenesi, de aspecto único y distinto al de las crisopas verdes de nuestros días, mostraba largos túbulos con abundantes pelos terminados en forma de trompeta que actuaban a modo de ancla. Toda esta estructura, desconocida hasta ahora para la ciencia, formaba una cestilla dorsal que retenía la basura e impedía que se desprendiera al moverse la larva.
El camuflaje más antiguo en el mundo de los insectos
En opinión de los autores, «la Hallucinochrysa diogenesi muestra que el comportamiento del camuflaje y sus adaptaciones morfológicas relacionadas aparecieron de forma muy temprana en los insectos, ya en la época de los dinosaurios. En el caso de las crisopas verdes, se puede decir que este sofisticado comportamiento ha permanecido sin cambio durante al menos 110 millones de años, hecho que aporta una información relevante para los estudios evolutivos sobre el comportamiento animal y las estrategias de adaptación al medio de los organismos a lo largo de la historia de la Tierra».
Otro dato excepcional del estudio es que refleja una estrecha relación ancestral planta-insecto —posiblemente un ejemplo de mutualismo—, ya que la larva depredadora libraba de plagas al helecho mientras que este constituía su hábitat y le aportaba la basura protectora: es decir, ambos organismos habrían obtenido un beneficio mutuo. En un escenario cretácico en el que los bosques resiníferos de la antigua península Ibérica —entonces una isla— eran asolados por grandes incendios forestales, esta larva recolectó su basura a partir de un tipo de helecho que crecía abundantemente tras el paso del fuego.
El yacimiento de El Soplao, donde se ha producido el hallazgo, es uno de los grandes referentes actuales para desentrañar los misterios de la evolución de los invertebrados terrestres y conocer cómo eran los ecosistemas boscosos de hace 110 millones de años. El presente estudio, que se enmarca dentro de las investigaciones del grupo AMBARES (Ámbares de España), ha sido posible gracias a la colaboración de la Cueva de El Soplao, de SIEC S. A. y del Gobierno de Cantabria, y ha sido financiado con fondos gubernamentales autonómicos, españoles y norteamericanos.