La Fiesta del Copal, en Temalacatzingo, Guerrero, es un auténtico ritual prehispánico de petición de lluvia, muy similar a los practicados hace más de 500 años, y que pervive como resultado de su práctica por habitantes de esa localidad serrana, al margen de influencias religiosas o políticas.
Aurora Montúfar López, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quien desde hace más de un lustro ha estudiado esta tradición, indicó que “se trata de una reminiscencia de las fiestas calendáricas prehispánicas, en la que se recurre a la autoridad divina para que traiga el agua; es un rito en el que participa toda la familia, incluidos los niños, quienes hacen figuras antropomorfas con amaranto, y que son parte importante de la ofrenda o ‘la promesa’, como también la identifican en Temalacatzingo”.
Temalacatzingo es una pequeña comunidad de agricultores y artesanos ubicada en la región de La Montaña en Guerrero; pertenece al municipio de Olinalá, que se localiza a más de 180 kilómetros de Chilpancingo.
La distancia, en tiempo, entre la capital del estado de Guerrero y Olinalá, es de poco más de dos horas, pero para llegar a Temalacatzingo aún hay que realizar una travesía de aproximadamente 30 minutos por un camino de terracería.
Dicha comunidad náhuatl tiene una población aproximada de tres mil habitantes; la mayor parte se dedica a la artesanía, específicamente al laqueado, y a las actividades agrícolas. Antaño fue un sitio de ocupación prehispánica, detalló la investigadora del INAH.
Cada 24 de abril, por la tarde —añadió Montúfar López—, la comunidad comienza a experimentar un movimiento poco frecuente: todos se preparan para asistir a la Fiesta del Copal. La ofrenda es elaborada por la mayordomía en turno; la gente se reúne para confeccionar las cadenas de flores que adornarán la Santa Cruz, ubicada en la parte más alta del Cerro de la Lluvia.
Otros sacrifican animales, chivos y guajolotes, y guardan la sangre que formará parte de “la promesa”. Las plumas del ave de corral también se conservan, así como su buche, el cual es inflado para utilizarse como teponaxtle (tambor). A su vez, las mujeres, cocinan la carne y preparan el mole, y en especial, hacen tamales con hoja de maíz, pues representan la cosecha del año pasado.
Aurora Montúfar subrayó una peculiaridad de este ritual. Los niños elaboran figuras de amaranto que representarán las estrellas, la luna, los volcanes, así como hombres y mujeres. Los ojos de las figuras antropomorfas son frijoles, en tanto que la boca es delineada con granos de maíz. Al término del rito, los niños se comen el amaranto, pero “los ojos y la boca son guardados para utilizarlos durante el proceso de siembra”.
Ya en la madrugada, abundó la investigadora, quienes participan en esta ceremonia inician su recorrido hacia el Cerro de la Lluvia, donde colocan la ofrenda integrada con la carne, guisos, pan, tortillas, mezcal, cigarros y las cadenas de flores, etcétera.
Cuando empiezan a aparecer los primeros rayos del sol, continuó Aurora Montúfar, se encienden los “toritos” (fuegos artificiales) y el copal; los primeros simulan la yunta, en tanto que el humo de la resina aromática —además de sacralizar el rito— hace las veces de las nubes de tormenta, la concentración de agua que necesitan para el campo. Al mismo tiempo, los buches inflados de los guajolotes son golpeados, con lo que tratan de recrear los truenos.
“En la cosmovisión de los habitantes de Temalacatzingo, la Fiesta del Copal es la forma de conservar y mantener el equilibrio entre hombres y dioses; es decir, ‘te doy para que me des’. Pero más allá, dicha ceremonia forma también parte del legado oral que ha perdurado durante casi 500 años”, enfatizó la especialista.
La Santa Cruz, clavada en el Cerro de la Lluvia, es la advocación de la santa tierra; en tanto, los productos que integran la ofrenda le son ofrecidos con danzas, copal “en su propia casa”, pues para muchos campesinos, “los cerros son los reservorios del agua, de las riquezas naturales y el hábitat de los dioses de la fertilidad”.
Cuando las danzas acaban, dijo Montúfar López, los participantes de la ceremonia comen de la ofrenda misma, mientras que los artículos como los eslabones de las cadenas de flores, son repartidos para colocarlos en las puertas de cada casa, a modo de amuleto para la buenaventura durante la época de siembra.
La petición de lluvia en Temalacatzingo, concluyó Aurora Montúfar, es muy particular porque está al margen de eventos políticos y de la Iglesia, además de que por su ubicación, la localidad no es un sitio turístico que atraiga a personas ajenas a la comunidad.