Hace unos días llamó mi atención un texto publicado en el blog denominado “el observador impertinente”. El texto en cuestión, titulado “El error de la divulgación científica”, comienza planteando una serie de interesantes preguntas sobre la divulgación científica:
“¿Saben por qué, al menos en parte, la llamada cultura de ciencias no encuentra su hueco relevante en la sociedad? ¿Por qué no tiene el pedigrí ni el glamour de los cuadros, esculturas, obras de teatro y óperas? ¿Por qué es una cultura de segunda? Porque desde siempre la divulgación ha querido transmitir conocimientos y se ha olvidado de entretener, de hacer disfrutar. ¡Claro que se puede disfrutar con el conocimiento! Pero quedarse en únicamente en ese aspecto es tener cortedad de miras.”
Y después de argumentar a favor de estas aseveraciones, el autor –que firma como masabadell– concluye su corto artículo con este provocativo cierre:
“Cuando se habla de la necesidad de la divulgación científica se nos llena la boca con eso de formar un espíritu crítico, de la necesidad de saber de ciencia para tener una sociedad capaz de tomar decisiones… ¡Bondadosas paparruchas! Que levante la mano quien lea divulgación científica para hacerse un ciudadano más responsable. Si lo hace es porque se divierte, porque le gusta. Me molesta esa necesidad de encontrar justificaciones moralmente elevadas para defender la divulgación y popularización científicas.”
Este artículo suscitó una interesante polémica en el mencionado blog, pero considero que plantea una falsa disyuntiva: o la divulgación científica es divertida, entretenida, o bien se orienta a despertar el espíritu crítico de quienes son sus receptores.
Según masabadell, quien pretenda emplear la divulgación de la ciencia para contribuir a la formación de ciudadanos más concientes y responsables no pasará de los buenos deseos y simplemente estará incurriendo en “bondadosas paparruchas”.
No veo razón alguna por la cual la comunicación de la ciencia no pueda tener varios objetivos a la vez: informar, divertir, educar, difundir conocimientos y técnicas útiles a la comunidad, contribuir a que el ciudadano comprenda mejor el entorno –físico, biológico, social- en que vive, despertar el espíritu crítico; en fin, en última instancia se trata de hacer disponible el conocimiento científico a la sociedad en que éste se genera. Disponible en una multitud de formas posibles.
El comunicador de la ciencia es un mediador entre quienes generan el conocimiento científico y la comunidad que contribuye a que conocimiento se produzca. En todo caso, el divulgador debe preguntarse por la pertinencia social del producto que él –el comunicador- hace llegar a un público específico. Y es esta pertinencia entendida en un sentido amplio y profundo, la que incluye todas las posibilidades de la divulgación científica -como las arriba enumeradas.
La comunicación de la ciencia es una tarea de primera importancia en la sociedad contemporánea. Ésta, además de entretener, proporciona al ciudadano elementos que le permiten una participación más eficaz en la construcción de una sociedad democrática. Ciudadanos carentes de información y conocimiento sobre la forma en que opera la investigación científica –en la escala social o individual- y los productos tecnológicos que de ella derivan es fácil víctima de la manipulación mediática e incluso del fraude; tan sólo recuerde el escandaloso fraude de llamado detector G-200 del que fue víctima (¿voluntaria?) el gobierno mexicano. (ver: http://alef.mx/wp/vernota.php?/64664/LITERATURA/LA-CIENCIA-DESDE-EL-MACUILTEPETL:-El-Metodo-Tripletonyk-y-el-Detector-Molecular-GT-200-)
La comunicación de la ciencia es un campo que ofrece la posibilidad de explorar nuevas formas de socialización del conocimiento. Tomando como punto de partida las necesidades puntuales de los grupos sociales y sus formas de interacción, se pueden desarrollar estrategias de comunicación efectivas y mucho más pertinentes, no solamente para crear puentes entre ciencia y sociedad, sino para apoyar las necesidades ciudadanas con el conocimiento científico que se tenga disponible y así contribuir a mejorar sus condiciones de vida.
Aunque tradicionalmente se ha entendido como la traducción de contenidos de un lenguaje especializado a otro coloquial y el envío de mensajes “traducidos” a través de diversos canales, la comunicación pública de la ciencia es una perspectiva que se enfoca en el análisis de las características del público para el diseño de estrategias comunicativas acordes al contexto de recepción, con un propósito ligado a las necesidades sociales.
La comunicación de la ciencia busca generar respuestas específicas en comunidades específicas: desde el conocimiento de información, la generación de opiniones o el cambio de actitudes, hasta la adopción de hábitos y prácticas y el uso del conocimiento derivado de la investigación para la toma de decisiones. El énfasis se ubica en las necesidades y problemáticas de los públicos y no únicamente en las de la comunidad científica.
La comunicación de la ciencia es algo más que paparruchas: educa, forma conciencia y también entretiene.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.