La ciencia desde el Macuiltépetl

SOLEDAD COMPARTIDA

 

Manuel Martínez Morales

Quiero que sepan que el sol viene a mi casa

y que departimos

y otros viejos amigos me acompañan.

Alejandro Aura

 

     Todo hombre o mujer, o cualquier otro ser vivo, al nacer es una piedra estrellándose en el estanque de la vida. Piedra grande o pequeña, roca o minúscula partícula, atraviesa la superficie del agua agitándola, lanzando en todas direcciones las ondas concéntricas que serán los hechos de su vida. No se sabe a donde irán a parar los sinuosos movimientos de la vida, del destino de cada ser; se encontrará este sacudimiento con otras ondas para conformar crestas y valles, interferencia de la vida individual con otras vidas entrecruzadas por el azar y el caos del mundo.

     Una onda de vida, energía pura, no es la materia que se traslada, sólo movimiento,  ondulación que se encuentra con otras semejantes viajando desde otros nacimientos, enlazándose con ellas ya para erguirse alto sobre la superficie, ya para cancelarse sin identidad en la oscuridad del fondo.

No valía la pena/ seguir,/ por eso abrimos/ todas las compuertas/ que quedaban/ y dejamos/ que el agua/ nos cubriera./ Más tarde/ salieron a flote/ nuestros desperdicios./ Que no se hubieran tomado/ por lo que nosotros fuimos.

     Pero la piedra, roca o minúscula partícula, después del choque con la superficie del mundo, sigue su inexorable ruta hacia el fondo del estanque. En esa trayectoria que es el corto viaje del nacer al morir, se camina en solitario, aun cuando en la superficie se agitan y entrelazan todas las ondas que son las vidas compartidas por la fortuna, buena o mala.

     Entonces  vivimos en una soledad compartida; somos la piedra que no se detiene en su camino a la oscuridad y, a la vez, somos la energía en el frente de la ola que viaja al encuentro de otras energías, movidos de aquí para allá por los azares del destino y los caprichos de la voluntad.

     La conciencia titubea, se perturba por la dualidad piedra-onda, materia-energía, cuerpo-espíritu, no atina a sentirse roca o agua; en la duda se va la vida, la roca reposa en el fondo, la ola sigue su incesante viaje sobre la superficie, sobrevive al andar de la piedra, ya sin identidad, fundida en otras vidas, rebotando en las orillas del estanque sin reposo.

     La soledad compartida que es esta vida nuestra, sólo alcanza a balbucear en la poesía, más allá del sentido literal de las palabras: cuerpo y alma, sentido y espíritu.

     Por ello, cuando me acerque al fondo del estanque quiero que el poeta hable por mí.

No me detuve, me entregué por completo y fui.

Fui a los placeres irreales,

forjados a medias por mi mente.

Estuve dentro de la iluminada noche.

Bebí vinos fuertes

en la forma que los hedonistas beben.

(Constantino Cavafis)

            ¡Felices fiestas de fin de año a todos los amables lectores de esta columna!

            Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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