En tu nombre también he soñado con caracoles,
con insectos monumentales que destrozan mercados y avenidas;
poemas breves, heridos, que tejen y destejen lo que todos sueñan…
Itaca, de Gustavo Ongarro.
Dice una reciente nota de La Jornada, que Enrique Peña Nieto estuvo en Celaya, Guanajuato para inaugurar una planta automotriz. Como parte de los nuevos procesos de automatización de la marca Honda, se presentó el robot Asimo, y se mostraron sus destrezas para caminar, correr y hasta bailar.
Luego de dejar boquiabierta a la concurrencia con tal desarrollo tecnológico, el mandatario planteó en su mensaje que “sospecha que en algunos años uno de estos androides llegue a gobernar un estado, un municipio o un país”.
Están preparados –añadió– para hacer muy bien las cosas: inalterados en sus emociones y no dejarse llevar por ninguna otra emoción que no sea la de hacer perfectamente bien las cosas. Yo creo que eso no ocurrirá (que pudieran gobernar), porque para quienes tenemos la responsabilidad social de gobernar, algo que será insustituible por la mejor tecnología o por un robot, es el poder compartir las emociones, los sentimientos y generar las empatías, concluyó.
No hubo aclaración alguna por parte de su equipo de prensa para aclarar lo que el mandatario en realidad quiso decir, por lo que su discurso quedó como evidencia de cierto despiste tanto en lo referente al estado actual de la robótica como aquello que alguna vez se conoció como el arte de gobernar. En fin, ya es sabido que Cantinflas es el modelo de orador de nuestra nunca bien ponderada “clase política”.
Ese mismo día, en otra sección del periódico aparece una crónica de la exitosa presentación en la UNAM de Paul Zaloom, mejor conocido como Beakman, y quien es una estrella en el firmamento de la divulgación científica.
Con una masiva clase de ciencia, dice la crónica, miles de adultos jóvenes subieron a la máquina del tiempo para transportarse a su infancia o temprana adolescencia, cuando un personaje de la televisión (Beakman) les despertó el interés por cuestionarse muchos de los fenómenos de la naturaleza.
Una multitud juvenil, lo mismo bachilleres o profesionistas, llegaron hasta la explanada del Museo de las Ciencias Universum, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para revivir el fenómeno que hace un par de décadas causó Paul Zaloom.
En su primera visita a México, en particular a la UNAM, fueron miles los que respondieron a la convocatoria del Instituto de Física de esta casa de estudios, con motivo del 75 aniversario de su fundación.
Decenas llegaron caracterizados como el excéntrico científico de bata verde fosforescente y peluquín erizado, por su paso cercano a la electricidad, o de la rata Lester, quien era el inútil e incrédulo ayudante en la emisión televisiva, de gran éxito en la década de los 90 en América Latina, y que en México se transmitió por canal Once.
Bere, una de las fanáticas que creció al amparo de los locuaces experimentos del hombre pico, sintetizó el sentimiento de los miles de treintañeros y veinteañeros que asistieron:
Cuando apareció sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, me sudaban las manos y hasta una lágrima me salió. Fue como cuando esperas a tu estrella de rock favorita. Volví a mi niñez.
La sensación la destacó el mismo Zaloom, pues dijo estar agradecido con todos aquellos quienes le hacen saber: Soy científico en parte gracias a tu programa.
Tres horas antes de la clase, el circuito de la zona cultural de Ciudad Universitaria (CU) se vio invadido por miles de ávidos alumnos que formaron un día antes largas filas en las taquillas del estadio para canjear su código por los boletos de acceso.
No faltaron vivales que ofrecieron, en las redes sociales, boletos por mil 200 pesos. Algunos aparecieron en los accesos para tratar de embaucar a algún incauto. Ataviado con bata verde, Édgar Torres, de 32 años, y quien estudia un doctorado en acústica, manifestó: Yo si los hubiera pagado.
Extraordinario suceso que muestra el gran interés que existe, en amplios sectores de la población, por acercarse a la ciencia. Y también nos enseña que la ciencia, la comunicación de la ciencia, puede ser un espectáculo tan atractivo para los jóvenes como un concierto de rock. ¡Qué maravilla! La ciencia como espectáculo, atrayendo multitudes, sin necesidad de parafernalia alguna o la presencia de artefactos llamativos como Asimo. Tan sólo un actor, Mr. Beakman, apasionado por la ciencia.
En otro orden de ideas, el mismo día aparece en el diario mencionado la columna Infancia y Sociedad, firmada por Andrea Bárcena quien en esta ocasión la cabecea: Cerebro y escuela. Y comienza preguntándose: “¿Qué clase de escuela puede ser una en la que no haya exámenes ni libros preseleccionados? ¿Se puede educar en esas condiciones? ¿Pueden darse procesos de aprendizaje sin esas herramientas? Por supuesto que sí y, probablemente, con mejores resultados que los que obtienen hoy nuestras escuelas primarias…. Las escuelas llamadas democráticas, nuevas, modernas o activas comparten un supuesto científico básico que, al parecer, la SEP nunca ha querido tomar en cuenta: El cerebro infantil madura y completa el desarrollo de sus funciones intelectuales entre 5 y 13 años de edad, justo en los años que transcurren en la escuela primaria. Por ello, los conocimientos no deben ser preestablecidos ni su asimilación ser el gran objetivo, sino más bien deben ser el instrumento para que las funciones intelectuales se desarrollen. Es decir, el niño y sus capacidades deben ser el programa. Alguna vez tuve en mis manos el horario escolar en un país en el que los niños son muy importantes: el tiempo no estaba distribuido por materias como geografía, historia o gramática, sino por facultades a trabajar como pensamiento, lenguaje, sentido musical y otras… La gran dificultad de las autoridades para atender ese tipo de propuestas está en su obsesión por el control, cuyos costos, si sumamos libros oficiales más pruebas masivas inconsistentes y oscuras como Enlace, más todo un aparato gigantesco de burocracia estéril, dedicada a diseñar y manejar controles, significan muchos millones de millones de pesos que están haciendo falta para invertir en más escuelas, más maestros y estrategias que logren el primer objetivo de una verdadera reforma educativa.”
En estas tres notas aparece en escena, en una u otra forma, la ciencia, el conocimiento científico. Se nos muestra a la ciencia desde tres perspectivas presentadas en un mismo plano, como en alguno de los cuadros cubistas de Picasso.
En el caso de la visita de Enrique Peña Nieto a la planta automotriz de Honda, el aspecto que resalta es el aspecto tecnológico mostrado desde una perspectiva economicista (su impacto en la producción industrial) y propagandística: la aparición de Asimo mostrando sus capacidades, que dieron pie a los coloridos y confusos comentarios de Peña Nieto.
Por otra parte, la exitosa presentación de Mr. Beakman en la UNAM evidencia que, a pesar de todo, existe una enorme avidez en amplios sectores de la población por acercarse al conocimiento científico, lo que a su vez muestra la gran importancia que tiene la comunicación pública de la ciencia, de la cual la divulgación –al estilo de Zaloom- es un área sustantiva.
El artículo de Andrea Bárcena también nos remite a otro aspecto de la ciencia: la necesidad real y urgente que existe de apropiarnos del conocimiento existente sobre la relación entre cerebro, medio ambiente y aprendizaje, y la necesidad también de generar conocimiento orientado a resolver problemas en el campo de la educación por ejemplo. Bárcena alude a procesos relacionados con la maduración del cerebro en los niños como fundamento para sustentar una propuesta pedagógica, lo que requiere necesariamente de proyectar investigaciones enfocadas a la relación entre desarrollo cerebral, medio ambiente y aprendizaje. Es decir, existe una aguda problemática en diversos ámbitos de la vida social –la educación en este caso- que demandan la intervención de la investigación científica para proponer soluciones a dicha problemática.
En síntesis, existe ya una incontenible necesidad de desarrollar ciencia y técnica para acceder a una mejor forma de vida, para alcanzar mayores niveles de bienestar social, ya sea incrementando la productividad económica, o mejorando los sistemas educativo y de salud para hacer de nuestros jóvenes mejores ciudadanos.
Pero el horizonte se nubla cuando nos percatamos del oscuro ambiente en que se desenvuelve la vida en México.
No es novedad señalar que la economía mexicana está subordinada a los dictados del capital transnacional, mediante la intervención de su capataz: el gobierno de los Estados Unidos. Situación que nos coloca en una situación de eterno subdesarrollo, que nos obliga a malbaratar nuestros recursos naturales y humanos al mejor postor, lo que se traduce en una pobreza endémica; raquíticos sistemas de educación, de salud pública y de ciencia y tecnología; una población en su mayoría deseducada y, consecuentemente, manipulada y sujeta al control ideológico.
Entonces, digo yo, aún en estas condiciones de penuria debemos esforzarnos por resistir y sobrevivir, luchando por elevar el nivel educativo de la población, tarea en la cual el acceso al conocimiento científico y tecnológico juega un papel preponderante que nos permitiría distinguir entre el “show” mediático con fines de propaganda política (el baile de Asimo frente a Peña Nieto y los desafortunados comentarios de éste) y propuestas como el espectáculo de divulgación científica, educativo por excelencia (la exitosa presentación de Mr. Beakman en ciudad universitaria), que atrajo a miles de jóvenes, así como la que hace Andrea Bárcena en su texto Cerebro y escuela.
Necesitamos una ciencia para todos y no, como es el caso, una ciencia al servicio de unos cuantos que solamente la emplean para acrecentar sus ganancias a costa de lo que sea.
Dice Mané que cuando sea grande quiere ser como Beakman.