I. Aprendices del amor
Aunque la tradición socrática sugiere definir los términos y aproximaciones conceptuales antes de iniciar una discusión racional, frente a la noción de “amor” me parece que tenemos un serio problema y por ello quiero advertirles de una conclusión preliminar: No va a ser fácil ponerse de acuerdo sobre esto del amor, pues si bien nos queda claro que el enamoramiento y el proceso amoroso existen, las preguntas nucleares sobre ¿exactamente qué son? ¿cuánto duran? y ¿por qué nos colocan en una situación paradójica de tanto crecimiento y vulnerabilidad? nos ofrecen casi siempre respuestas parciales, reduccionistas o llenas de incertidumbre, lo cual para fortuna de todos los que intentamos investigarlo, ejercerlo e intervenir sobre los vínculos amorosos nos recuerda que somos unos simples aprendices.
El “amor” más allá de su innegable carga social romántica y de idealización, es un constructo que nos ayuda a comprender los factores decisivos de las relaciones humanas, en particular de las relaciones de pareja. El amor es un objeto de estudio científico que ha permitido comprender las cogniciones, actitudes, sentimientos, conflictos en los vínculos humanos y otros fenómenos asociados tales como la atracción, el altruismo, la intimidad, la pasión, la admiración, el respeto, la confianza, la aceptación, la unidad y su contraparte dialéctica; la ruptura, la estabilidad emocional y también la violencia e incluso la exclusividad y sus expresiones alternativas que consideran al amor como posibilidad de afectos múltiples o proscritos.
En este sentido, en nuestro país ha habido avances importantes en el estudio del fenómeno amoroso. Así lo demuestran las investigaciones psicosociales de la Dra. Rozzana Sánchez Aragón (2005) y el Dr. Rolando Díaz Loving (2004) y aquellas realizadas por el Dr. Eduardo Calixto González a nivel neurobiológico (2014), sin embargo aún seguimos construyendo los senderos apropiados para vagar con rumbo y fijar una ruta hacia la comprensión de la experiencia amorosa que no se fundamente en categorías cerradas, sino en visiones multidisciplinarias.
II. La necesaria visión multidisciplinaria
¿Cuántas veces como miembros de un vínculo amoroso, como profesionales o simplemente en la soledad de una habitación hemos reflexionado y escrito nuestras creencias, definiciones y pensamientos en torno al amor, amar y a las acciones y responsabilidades que de ello se derivan? Tú que me lees ¿cómo conceptualizas el amor y cómo supones que se comporta amorosamente una persona? Si bien cada pregunta responde a dimensiones completamente distintas, convergen en la importancia de considerar que las creencias determinan nuestras conductas amorosas y nos recuerda que para amar o estimar, ser querido y ser amado; es indispensable analizar como significamos el amor y simultáneamente amarnos a nosotros mismos.
Si aludimos a creencias, es innegable la participación de un componente emotivo y actitudinal que le permite a los sujetos inferir, conjeturar, pensar, suponer y actuar como guía de su comportamiento sin que exista necesariamente una relación unidireccional entre las creencias y la conducta. Villoro (2004) al realizar un exhaustivo análisis de conceptos esenciales como creencia, certeza, saber y conocimiento afirma que cualquier creencia, aún la más abstracta, implica expectativas e hipótesis que regulan nuestras acciones ante el mundo. Aclara además que, las creencias operan como una guía y disposición de las posibles acciones, lo cual explica que algunas creencias no puedan traducirse en comportamientos.
Algunos fenómenos del amor, me parece que aún están fuera del rango de la comprensión humana. Lo cierto es que el amor debería ser un catalizador de la salud mental y servir como un espacio legítimo para comportarse de modo verdadero sensible ante un vínculo afectivo intenso. En ese espacio que no necesariamente es retribuido, no existe la «experiencia» o los conocimientos previos, se ejerce como nunca la idea de fe y se magnifica todo lo que se observa, escucha, toca, huele y degusta, y todo lo que se siente suponiendo que nunca se va a terminar. Para el que se atreve a sentir, todo vale la pena. Siempre insiste en que tiene un lugar «seguro», un lugar en el que siempre lo aceptan; a quién ama.
El amante jura, no sabe, no piensa, no conoce ni acepta el significado de la palabra «no», más bien ancla su voluntad y sus expectativas en una mirada, en una presencia, en una relación, en una compañía. Disfruta la sensación de estallamiento visceral, a veces le apuesta al azar, otras a la estabilidad. A veces prefiere el vínculo formal y otras tantas las relaciones proscritas, pensando que las puede convertir en ganancias. Conforme sigue sintiendo, se cree capaz de hablarse de tú con el universo y exigirle una estrella, un relámpago, un planeta, un bosque o un océano para regalárselo a su amada. Se declara como un ser «enamorado», aunque quizás terminé solo y vacío, buscándose en el mismo espacio que antes le era familiar y conocido.
El que ama se enlista en una guerra verdaderamente increíble a la que no lleva más fusil que su propio auto-convencimiento y motivación; y así combate e incluso bien puede regresar victorioso creyéndose poseedor del cariño de otra persona. Lo que no sabe es que habrá un momento en el que sentirá que el mundo se le viene encima y a pesar de ello disfrutará su mítico viaje para decirle a otros como sobrevivir al intento de amar apoyándose de un recurso que no entendemos hasta el final, hasta la inminente ruptura…..ese recurso es el tiempo; por qué el tiempo es el único que puede salvar al amor que ha sufrido una pérdida.
La descripción anterior bien puede servirnos para demostrar que el amor está en el cerebro, y tal afirmación no implica un reduccionismo feroz, sino la posibilidad de entender que el placer, la pasión y la conducta amorosa tienen un sustrato biológico en tres dimensiones, a saber: 1) Neurogenético, pues existen genes involucrados en el proceso de enamorarnos y en la elección de una pareja, 2) Una explicación neuroanatómica que nos recuerda que son las estructuras más profundas y arcaicas de nuestro sistema nervioso central quienes participan para sentirnos embelesados con el amante en turno y suponer erróneamente que sin ella no podremos vivir y 3) Una base neuroquímica en la que actúan la dopamina, las endorfinas, los endocannabinoides, la vasopresina, la oxitocina, las hormonas sexuales, el óxido nítrico y otras sustancias. Entre más dopamina liberamos, más se activa nuestro sistema límbico y entonces, las sensaciones del enamoramiento predominan.
Si bien, desde esta visión se explican las sensaciones y percepciones vividas, los bloqueos racionales, la felicidad asociada y las razones por las cuales los enamorados son irreflexivos, el amor también depende de nuestras experiencias de aprendizaje temprano -particularmente infantiles-, de los modelos de crianza familiares, de la propia historia personal, la clase social, la época histórica y las herramientas emocionales que tengamos a nuestra disposición, todas ellas no solo complementan el proceso amoroso sino que son parte integral de él.
De alguna forma, parece ser que las investigaciones actuales sobre el amor están permitiendo la construcción de una base teórica que evita los determinismos y la interpretación simplista de ideas extremadamente sofisticadas y de agudeza incomparable. No creo que las neurociencias nieguen la posibilidad de la libertad amorosa, simplemente la han despojado de todos sus ropajes idealistas y han mostrado la verdad desnuda en toda su unión dialéctica de contrarios; amor y odio, placer y dolor, unión y ruptura.
El amor es la motivación universal más poderosa de la conducta humana, y por ello quiero pensar que aquellos que lo investigamos somos una especie de pintores de la realidad que plasman a veces con un estilo brutal y otras con un fino pincel los muros que obstruyen este proceso de comprensión del fenómeno amoroso y dibujamos las realidades biológicas, psicológicas y socioculturales para que adquiéramos consciencia de que la posibilidad de auto-determinación amorosa es viable, pero no de la manera en que el individuo la haya concebido, sino como la resultante de una suma de fuerzas infinita. Después de todo, hasta donde “aquí y ahora” entiendo; el amor es la verdadera esencia de una maquinaria aún simple e imperfecta como el alma de un hombre.
III. ¿Y las “víctimas” del desamor?
Todo vínculo amoroso es vulnerable. No importan los juramentos que se hagan ni los papeles que se firmen, nada ni nadie puede garantizar que el amor sobrevivirá a la prueba implacable del tiempo, a la aparición de nuevas personas que nos atraerán, y de eventos dolorosos e innumerables crisis temporales o permanentes. Después de escuchar y atender a innumerables parejas, de modo simplista podría afirmar que una forma “saludable” de vivir el amor es estar siempre preparado para el posible desamor del otro, y saber con qué recursos emocionales contaremos para enfrentar tales crisis. Sin embargo, esta recomendación es extremadamente pragmática, anticipatoria y éticamente cuestionable, por ello creo que el vínculo amoroso está constituido por tres mundos; mi mundo, tu mundo y nuestro mundo y que los partícipes de una relación amorosa son en realidad compañeros de viaje en sus respectivos procesos de crecimiento personal.
Me impacta saber que todos nosotros frente al amor vivimos algo similar al dilema del “hombre-bala” ese acto circense tan popular. Profundicemos en esta analogía circense. Imaginen a los amantes como ese hombre-bala. Si nos involucramos en la metáfora y pensamos como terapeutas, para tal acto podríamos hacer una preparación cuidadosa del cañón y poner toda clase de redes y protecciones para que el “volador” no vaya a sufrir un accidente o si ya ocurrió, entonces tomar previsiones futuras y apoyarlo en su seguridad, estima y visión al futuro. Lo cierto, es que cuando el cañón detona y después de sentir el violento impulso de la plataforma lanzadora –el amor- en ese momento dramático el volador –el que ama- está solo, todo depende de él. Su cuerpo debió haber estado en posición adecuada en el momento del lanzamiento y tiene que posicionarse a cierto ángulo y en cierto arreglo para que el vuelo se realice como lo planeaba. No hay nada que lo ayude a lograr el objetivo excepto el mismo. Yo quiero pensar que, como Psicólogo sólo puedo crear esos apoyos, pero todo ese trabajo no elimina de ninguna manera la posibilidad de fracaso de que el hombre-bala aterrice en un lugar inapropiado o de plano se lastime seriamente.
He terminado por creer –por mi salud mental y la de las personas con quienes interactúo- que cada relación amorosa en realidad nos capacita para ser mejores amantes y que la psicoterapia de los problemas amorosos debe tener una enorme dosis de confianza en las posibilidades de las personas que atendemos. Yo no entiendo, ni apruebo esa tendencia terapéutica con tintes “rescatistas” hacia los pacientes. Me parece que estos terapeutas bien podrían considerar que la necesidad de rescatar a otros es proporcional a la necesidad que ellos tienen de ser rescatados. Simplemente no podemos, y en todo caso, no debemos volar con ellos. Es parte de su desarrollo humano experimentar esa soledad, desamor, dolor y ruptura y desarrollar esa misteriosa cualidad de la recuperación emocional, por lo que ningún terapeuta debiera robar la experiencia de dolor emocional a sus pacientes.
Referencias:
- Díaz-Loving, R; Sánchez Aragón, R. (2004). Psicología del amor: una visión integral de la relación de pareja. México, DF: Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
- Dr. E. Calixto. (comunicación personal, 20 de febrero, 2014) Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente”.
- Sánchez Aragón, R. (2005). Pasión romántica: Más allá de la intuición, una ciencia del amor. México, DF: Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
- Villoro, L. (2004). Creer, saber y conocer. México, DF: Editorial Siglo XXI.
Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Director del Departamento de Psicología y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM.
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