El salario mínimo en México ha caído de manera sostenida durante las últimas décadas generando junto con otros factores el empobrecimiento masivo de los mexicanos y una desigualdad creciente, señala el doctor Fernando Chávez Gutiérrez, profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Dado que el salario mínimo es uno de los más importantes factores del bienestar familiar es insoslayable discutir y resolver, sin pretextos ni demoras, esta problemática, consideró el economista y coordinador del Observatorio Macroeconómico de México de la UAM en su artículo “La polémica mexicana sobre los salarios mínimos”, publicado en la revista electrónica América economía.
El académico se pronuncia en favor de la discusión pública del documento “Política de recuperación del salario mínimo en México y en el Distrito Federal. Propuesta para un acuerdo”, texto base de la iniciativa de Miguel Ángel. Mancera, jefe de Gobierno del Distrito Federal para aumentar el salario mínimo a 82.86 pesos.
En su opinión el documento elaborado por un grupo de economistas, abogados e historiadores que exponen el tema del salario mínimo legal, sus rezagos, distorsiones y costos sociales, es una visión alternativa socialdemócrata y progresista que plantea objetivos y propuestas claras que permiten el debate público del tema.
Entre los diagnósticos cualitativos y conceptuales que se presentan en el documento, Chávez Gutiérrez destaca 10 puntos que considera respaldan la pertinencia de la iniciativa: En las últimas tres décadas el poder adquisitivo cayó severamente –un 75 por ciento desde su punto máximo– porque se privilegió la estabilidad monetaria, la financiera y la competitividad económica, dejando en un plano secundario objetivos de equidad social.
El salario mínimo no es un simple precio de mercado, es una figura jurídico-constitucional que instaura y exige el derecho social de un ingreso decoroso que cubra necesidades básicas.
59 por ciento de los trabajadores del D.F. no puede adquirir la canasta alimentaria con sus ingresos salariales, este porcentaje está por encima del que se registra a escala nacional que es de 50.4 por ciento.
La precarización predomina en el mercado laboral: la endeble recuperación del empleo entre 2008-2014 se dio preferentemente en la franja de uno a dos salarios mínimos, en segundo lugar en los empleos de un salario mínimo, al tiempo que se perdieron empleos en términos absolutos en la franja de tres a cinco salarios mínimos.
En 2013 la población ocupada que percibía hasta un salario mínimo –ese que no compra ni la canasta alimentaria básica– era de 7 millones de personas.
En la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) México tenía en 2013 el salario mínimo real anual más bajo de los países miembros. Entre 2002 y 2011 los salarios mínimos se mantuvieron invariables, al respecto la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) señaló que “México es el único país al final de la década donde el valor del salario mínimo es inferior al del umbral de pobreza per cápita”.
El salario neto promedio por hora en la Ciudad de México en 2012 era de cuatro dólares, en contraste, otras ciudades latinoamericanas como Santiago, Bogotá, Rio de Janeiro o Buenos Aires tenían salarios mínimos de entre cinco a siete dólares, la brecha es abismal tratándose de urbes como Los Ángeles, Nueva York o Chicago con salarios de 20 a 25 dólares por hora.
La evolución general de los salarios mínimos reales y los salarios mínimos reales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) han sido ajenos a la trayectoria de la productividad, sea que se mida por persona o por hora y la misma tendencia se constata en la industria manufacturera.
En relación con lo anterior, en la tabla latinoamericana México tiene uno de los salarios reales más bajos a la vez que está entre los niveles más altos de productividad, históricamente, cuando la productividad cae, el ingreso al salario mínimo real se desploma, sin embargo, cuando la productividad sube el salario mínimo real se mantiene indiferente a tal incremento lo que se puede calificar como una conexión inversa e irracional, que ha conducido al empobrecimiento de casi la mitad de los mexicanos.
Datos de la OCDE apuntan que la participación de los salarios en el PIB fue hacia 2011 una de las más bajas –27 por ciento–, comparativamente Chile alcanzó el 40 por ciento y Dinamarca, el mejor ubicado en el comparativo internacional alcanzó 65 por ciento.