La palabra sagrada. invocando al Golem


Manuel Martínez Morales

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

El golem, de Jorge Luis Borges

 

¿Acaso la inteligencia artificial entraña un grave riesgo para la especie humana, como han señalado numerosos especialistas, como el célebre Stephen Hawking? Toda técnica, desde su origen, encierra un riesgo para sus creadores. Lo que tenemos que considerar es si la tecnología en su forma y dinámica actuales –en los campos de la inteligencia artificial, la biología sintética, la ingeniería genética y la nanotecnología, entre otros- realmente puede convertirse en un peligro para nosotros. Consideración que debe llevarnos a una seria y profunda reflexión colectiva sobre la ciencia y sus alcances, que incluye dimensiones socioeconómicas y éticas.

De entrada, admitamos que el signo dominante de la cultura occidental es, sin duda, la técnica; entendida ésta no solamente como el cúmulo de útiles -herramientas, máquinas, procesos- fabricados por el hombre sino también como una forma de pensar el mundo. La enajenación inducida en el hombre por un modo de producción basado en la explotación del trabajo y que reduce todo -incluyendo al hombre mismo- a objeto mercantil, no le permite apreciar, en su real magnitud, la dialéctica de la interacción entre lo natural y lo artificial, entre naturaleza y tecnología. El aturdimiento en que vive el hombre unidimensional le oculta que los hombres de cada época y cada formación histórica, se producen a sí mismos a la vez que construyen el escenario del mundo humano, en el cual se enlazan, indisolublemente, lo natural y lo artificial. El hombre «occidental» impulsado por su ciega locura cree que puede esclavizar a la naturaleza a través de la técnica.

 

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

 

De alguna manera seguimos creyendo en el fondo de nuestro espíritu que es posible crear vida con nuestros artificios técnicos o tal vez, como en el pasado, que una invocación precisa puede insuflar vida a la materia inanimada. El lenguaje es uno de los artefactos técnicos más sutiles y efectivos que la humanidad ha desarrollado y perfeccionado, pues la palabra y su sonido parecen remitirnos a lo enigmático, a lo oscuro y misterioso de alguna cábala inmemorial. Decirla, trae consigo una sensación de acceso a lo mágico, a lo inesperado; la intuición de una presencia que no acaba de manifestarse, siempre al acecho desde el rincón oscuro; la presencia de lo otro. Según el folklore judaico, un golem es una imagen, un icono, una efigie que, mediante la liturgia apropiada, cobra vida. La Enciclopedia Británica nos remite a la Biblia y a la literatura talmúdica como las más antiguas fuentes escritas que emplean el término golem para designar una sustancia en embrión e incompleta.

Durante la Edad Media surgieron provocativas leyendas sobre magos que podían insuflar vida a efigies humanas por medio de encantamientos y conjuros. Una conocida historia cuenta que el Rabí Judah Lowe (1525-1609), de Praga, creó un auténtico golem, leyenda que posteriormente inspiró la novela El Golem, de Gustav Meyrink.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;)
No olvidemos que la técnica es el olvido del Ser según afirma, contundente, Martín Heidegger. Filósofo de discurso obscuro, enigmático en sus razones, Heidegger elude las definiciones precisas, técnicas, alegando estar siempre en camino, siempre en busca de la profundidad, en busca del Ser. El pensamiento que posibilita la emergencia del mundo técnico estaba ya en embrión en la filosofía de Platón. No es que la ciencia moderna sea posible gracias a un método de experimentación, sino lo contrario: «La física moderna no es física experimental porque aplique aparatos para interrogar a la naturaleza, sino a la inversa: es porque la física, y ya como teoría pura, impone a la naturaleza que se exponga como un conjunto precalculable de fuerzas; por este motivo el experimento es conminado a interrogar, para saber si la naturaleza así considerada responde al llamado y cómo lo hace». (M. Heidegger, La Cuestión de la Técnica).

El rabí le explicaba el universo
«esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.»
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Será que, como apunta Miguel Espejo en El Enigma de la Técnica (Colección Filosófica, Universidad Autónoma de Puebla; 1987), no somos nosotros quienes hacemos los útiles sino que son precisamente ellos quienes nos «hacen» a nosotros. Esta concepción molesta profundamente a todo pensamiento que durante siglos se ha acostumbrado a la idea de que somos fabricantes de útiles, fundamentalmente de «relojes», en la percepción cartesiana.

Y es precisamente este hacernos los artefactos a nosotros lo que realmente debiera inquietarnos.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía.

¿Por qué meditar sobre la técnica? ¿Acaso la técnica, como producto de la actividad de los hombres, no es algo inmediato y transparente? Debe meditarse sobre la esencia de la técnica, sostiene Heidegger, precisamente porque esa esencia no está dada en los objetos técnicos (útiles) ni puede ser definida tampoco en el seno de límites exclusivamente antropológicos. Enigmáticas afirmaciones que se asocian a la idea de que con el desarrollo de la técnica occidental, el hombre reta a la naturaleza; la ciencia moderna se ha desarrollado en contra de Dios y de los dioses. La preocupación por la técnica debe ser una cuestión central en nuestros días, pues por primera vez desde el origen del hombre, el planeta se mundializa y comienza la integración de miles de culturas diversas a un sólo polo organizador, que es fundamentalmente económico y técnico, aunque quizás deba hacerse la salvedad de que no hay, estrictamente hablando, economía moderna ni sociedad industrial sin la ciencia y la técnica que inauguran una nueva forma de organización social, que se practica y se impone a nivel planetario. Para Heidegger es ahí donde se vinculan y se entrecruzan la pérdida de las cosas con la orfandad de la poesía en estos tiempos de penuria.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ‘¿Cómo’ (se dijo)
‘pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?’

‘¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?’

 

La visión de Heidegger no deja de ser apocalíptica. Con gran sentido profético, hace décadas el filósofo sentenciaba: «Más inquietante que la conquista del espacio, se anuncia la transformación de la biología en biofísica. Esto significa que el hombre puede ser producido, conforme a un fin determinado, con no importa qué objeto técnico».

Hoy día, vale la pena hacer un alto en el camino de la irracionalidad tecnológica para meditar un poco sobre estas cuestiones vitales.

Aunque Mané, como siempre, busca escapar por puertas falsas y me dice que no sea pesimista ni presuma de falsa erudición, que un golem suele ser muy servicial y uno puede activarlo o desactivarlo a voluntad, introduciendo o retirando de su boca un papel con las palabras sagradas escritas en él. Más sencillo que manejar un robot y que con las nuevas tecnologías tal vez sería posible controlarlo a través de un aparato de mando remoto.

Sin embargo, agrega Mané, la fidelidad de un golem a su creador no está garantizada. El golem puede salir respondón o, peor aún, convertirse en un maniático sexual que hace de las suyas por la noche. Algunos otros golems de los que se tiene noticia, pasan sus días en tristes ferias de pueblo haciéndola de saltimbanquis o de payasos suplentes.

Para que dar tanto brinco estando el suelo tan parejo –dice con burla Mané-; iras, una revista internacional de gran circulación consigna que en ciertos laboratorios de renombre en los Estados Unidos de Norteamérica, han dado con la fórmula mágica que hace de una muñeca inflable –equipada con todas las de la ley- un[a] golem sumamente activa y fiel. El artículo en cuestión no menciona el costo de este indispensable ítem para hombres solitarios.

También, los mandones del PRI últimamente han especulado mucho con la idea de producir golems en masa para sustituir a la latosa clase de obreros, campesinos y demás pobres que habitan este país. Tales golems vestirían uniformes limpios y brillantes, serían dóciles y obedientes, no recibirían salario y no necesitarían horas de descanso y esparcimiento.

 

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?


            Y la inacción dejé, que es la cordura…

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