El hombre biónico completo Xinhua/National News/ZUMAPRESS

El hombre biónico completo Xinhua/National News/ZUMAPRESS


Manuel Martínez Morales

Imaginemos un mundo en el que ya no hay diferencias entre hombre y máquina, en el que se ha borrado la línea divisoria entre tecnología y humanidad y en el que el espíritu se funde con el chip. Ese será el mundo en un futuro próximo, tal como lo predice Ray Kurzweil, uno de los inventores de la tecnología más innovadora y llamativa de nuestro tiempo. En el próximo milenio, la unión de la sensibilidad humana y la inteligencia artificial alterará y, tal vez, mejorará nuestra calidad de vida.

En su libro, La era de las máquinas espirituales, Kurzweil presenta no una simple lista de predicciones sino un programa para el futuro. Tras sostener que la tecnología evoluciona de manera exponencial, este tecnólogo señala progresos inexorables que culminarán en la superación del cerebro humano por las computadoras.

Según Kurzweil, las máquinas lograrán esto en las próximas décadas y, no mucho tiempo después, adquirirán atributos humanos. Comenzaremos a relacionarnos con personalidades automatizadas y las emplearemos como profesores, compañeros y amantes, sostiene el autor mencionado.

Un poco después estaremos en condiciones de introducir información en el cerebro a través de canales neuronales directos, a la vez que las computadoras habrán leído y asimilado toda la literatura del mundo. La distinción entre computadoras y humanos se habrá desdibujado hasta el punto que cuando afirmen ser conscientes no tendremos más remedio que creerles.

De Ray Kurzweil hay que decir que en 1994 se le otorgó el Premio Dickson, máxima distinción de la Fundación Carnegie Mellon. En 1988, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) lo nombró inventor del año. Ha recibido nueve doctorados honoris causa y condecoraciones de dos presidentes de Estados Unidos. Ningún improvisado, sabe lo que dice. Habrá que reflexionar sobre sus predicciones.

 

Recordemos que en 1947 el matemático Norbert Wiener y el fisiólogo mexicano Arturo Rosenblueth, fundadores de la cibernética, definieron a ésta como «la ciencia de la comunicación y el control en el animal y en la máquina». Bella definición que nos conduce de inmediato a considerar las analogías entre el comportamiento de las máquinas y el de los animales. Nótese que, dada la poca sutileza de los científicos, la definición anterior incluye, tácitamente, al hombre dentro de la categoría «animal». No debe sorprendernos puesto que en verdad los hombres estamos más cerca de la «animalidad» de lo que imaginamos. Y, por otro lado, gran parte de nuestra conducta se asemeja bastante al comportamiento automatizado de los robots. («Ella era una chica plástica/ de ésas que veo por ahí/ de ésas que cuando se agitan/ sudan Chanel ‘number three’… /son lindas, delgadas, de buen vestir/ de mirada esquiva y falso reír»).

La mayor parte del día mis acciones, mis palabras y mi comportamiento siguen esquemas totalmente automatizados. En cierta medida soy un robot «viviente». Tal vez no pueda ser de otra manera, ya que la simple y cotidiana supervivencia depende del funcionamiento óptimo de innumerables órganos y de funciones internas de mi cuerpo que tienen que ajustarse a los cambios que se dan en mi medio ambiente. Ajustes que tienen que darse en forma automática para ser efectivos. Pero otra porción importante de mis condicionamientos tienen un origen social: «Era una pareja plástica/ de ésas que veo por ahí/ él pensando sólo en dinero/ ella en la moda en París./ Aparentando lo que no son/ viviendo en un mundo de pura ilusión/ ahogados en deudas para mantener/ su status social en boda o coctel».

Estoy inmerso en una sociedad que me lanza estímulos de todo tipo para adaptar mi conducta y mi pensamiento a los no-valores de los mercaderes y politicantropus, quieren convertirme en un robot silencioso, conformista, trabajador y, desde luego, consumista: “Era una ciudad de plástico/ de ésas que no quiero ver/ de edificios cancerosos/ y un corazón de oropel/ donde en vez de sol amanece un dólar/ donde nadie ríe donde nadie llora/ rostros de poliéster/ que escuchan sin oír que miran sin ver/ gente que vendió por su comodidad/ su razón de ser y su libertad”.

 

Henri Lefébvre ha acuñado un elegante término para designar al hombre que se robotiza: “ciberántropo”. Afortunadamente en América Latina todavía contamos con abundantes antídotos contra la robotización. Mi médico de cabecera me recetó uno que hasta la fecha actúa con sorprendente efectividad a pesar de su bajo costo. El problema es que tiene que ser administrado en el ambiente adecuado, en buena compañía y sacudiendo el bote. Se trata de la única y auténtica música afroantillana, y si es de Rúben Blades mucho mejor. Ese Plástico de Blades me quita todo lo automático de encima: “Oye latino, oye hermano, oye amigo/ nunca vendas tu destino/ por el oro ni la comodidad/ vamos todos adelante para juntos terminar/ con la ignorancia que nos trae sugestionados/ con modelos importados/ que no son la solución/ no te dejes confundir/ busca el fondo y su razón/ recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón…”

¿Máquinas espirituales? El plástico se derrite si le da de lleno el sol…

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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