El lunes 29 de octubre de 1945, el club Maintenant, creado por Jacques Calmy y Marc Beigbeder después de la Segunda Guerra Mundial y de la liberación de Francia, organiza en la Salle des Centraux de París, una conferencia de Jean-Paul Sartre titulada «El Existencialismo es un humanismo».
Esa noche nació el Existencialismo como doctrina filosófica y Sartre junto con Simone de Beauvoir se convertían en el símbolo de toda una generación.
La conferencia se anunció con bombos y platillos en los principales medios de comunicación y aunque los organizadores presumían cual sería la respuesta, la velada superó todas las previsiones. Boris Vian hizo una recensión en La espuma de los días: empujones, sillas rotas, damas desmayadas, Sartre obligado a abrirse paso a codazos.
Hubo gente arremolinada a la entrada y en los días siguientes aparecieron reseñas en los principales periódicos de la época.
Sartre ya era una figura en el mundo del arte e intelectual de París, pues sus obras de teatro ya habían sido grandes éxitos y la estética sartriana era expresión implícita de resistencia en el París ocupado.
Antes de este documento fundacional, Sartre ya había tenido un gran éxito con “El ser y la nada”, aparecido 1943, en plena Ocupación nazi, pero aún así el libro recibió críticas muy elogiosas incluso en la prensa nazi y colaboracionista, porque estos vislumbraban en Sartre la influencia de Heidegger y, en consecuencia, lo consideraban un posible puente entre las culturas francesa y alemana.
Para sus oyentes la conferencia “El existencialismo es un humanismo” tenía un sentido muy concreto: significaba el esfuerzo, incluso político, por encontrar una vía de reflexión autónoma, diferente a la que segregaban desde su propia “vulgata” filosófica las dos grandes fuerzas que emergían de la Resistencia: el comunismo (materialismo histórico) y el cristianismo (personalismo). El mensaje sartriano de la contingencia de la existencia humana se inscribe, pues, en un paisaje cultural y filosófico: el de la revisión de la fenomenología (Husserl, Heidegger) y en un entorno sociopolítico: el de la búsqueda de un nuevo horizonte moral que será fiel a la lección del sinsentido bélico, incorporando la angustia como un dato a no olvidar.
Sin embargo, y aún cuando se preveía –y se cumplió sobradamente- el éxito de la conferencia, no estaba previsto publicar nada, pero en 1946 un editor publicó el discurso completo a partir de una versión mecanográfica del mismo, sin contar con el permiso de Sartre.
Pero su origen está entre las grandes guerras que Europa vivió en el siglo XX, más su momento de esplendor llegó después de terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando ya se tenía el considerado documento fundacional y con una Europa que tenía su economía por los suelos y con gran parte de la población diezmada todavía por los estragos del conflicto bélico.
La mayoría de la sociedad europea permanecía perpleja ante el cruento conflicto armado, incapaz de dilucidar qué podría haber provocado un fenómeno tan devastador, arrastrando consigo al conjunto de las civilizaciones.
En ese contexto, no obstante, el Existencialismo surge como una propuesta ante el miedo que provocada la nueva situación en el grueso de la población, conminando al individuo a percatarse de que era dueño de su propio destino, pero al mismo tiempo indicando que era en sí mismo, en su propia individualidad consciente, donde se urdían tanto sus éxitos como sus fracasos, haciéndolo necesariamente responsable de sus actos. Este antropocentrismo exacerbado echaba por tierra cualquier posibilidad de culpar al entorno de la destrucción del mismo.
De este modo, se aboga por reponer el raciocinio (o, más llanamente, el sentido común) en el ser humano, alegando que, dotado de la capacidad de razonar y analizar desde un sistema lógico su realidad más inmediata, su misión era reconstruir desde el pensamiento la sociedad que había destruido su exceso de vehemencia e impetuosidad, alentándolo a hacerse cargo de su propio destino una vez más.
Una obra de combate
En 1945, Sartre dispone de una revista, LES TEMPS MODERNES (con Simone de Beauvoir, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Aron, Michel Leiris y Jean Paulhan, es decir, con lo mejor de la nueva generación filosófica –excepto Jankélévitch y Ellul) y puede, por tanto, lanzarse a la polémica cultural, incluso desde una cierta posición de fuerza.
De hecho, la conferencia constituye una especie de doble “letra de batalla” contra quienes han reprochado al existencialismo: «invitar a las gentes a permanecer en el quietismo de la desesperación» y lo consideran meramente “subjetivista” (es decir, los comunistas) y –a la vez– contra quienes consideran que «desatendemos cierto número de bellezas risueñas, el lado luminoso de la naturaleza humana» y que «negamos la seriedad de las empresas humanas, puesto que si suprimimos los mandamientos de Dios y los valores inscritos en la eternidad, sólo nos queda la estricta gratuidad» (los cristianos).
Ambos grupos, comunistas y cristianos, coinciden en que el existencialismo pone «el acento en el lado malo de la vida». Y con ambos grupos, al fin y al cabo, Sartre polemizará durante toda su vida: al marxismo siempre –incluso en la época de la Crítica de la razón dialéctica– le reprochará que metodológicamente es absurdo partir del mundo antes de poder estar seguro sobre mi propia conciencia. Contra el cristianismo –y el kantismo– Sartre se negó siempre a considerar que puedan existir valores a priori de carácter imperativo (como los mandamientos religiosos o los imperativos categóricos) y verá la invocación a la transcendencia como un ejercicio de escapismo ante la responsabilidad.
En definitiva, el problema sartriano (¿cómo elaborar una moral a partir de una ontología que niega la trascendencia?, ¿cómo hacer posible una antropología de un hombre sin esencia?) se sitúa mucho mejor –¡me parece!– cuando se entiende contra quien combate. Si el existencialismo es “un humanismo” es importante distinguirlo con atención de los otros modelos de humanismo que encontraremos en el mercado de las ideas de su época.
Finalmente, hay un riesgo del que Sartre es muy consciente al escribir e”El existencialismo es un humanismo”: que su pensamiento se degrade a un puro tópico en el sentido que la cantante Juliette Gréco evocaba todavía en una visita a Barcelona (julio de 2004), al decir: «cuando en 1947 pregunté “¿quiénes son los existencialistas?”, me respondieron: “son unos tipos que viven en París y hacen lo que les da la gana”; y me pareció magnífico». Sartre constata que el movimiento existencialista «se ha vuelto una moda» y que «en el fondo la palabra ha tomado tal amplitud y tal extensión que no significa absolutamente nada». El peligro de banalidad acecha por todas partes y se quiere enfrentar también mediante un texto que, sin dejar de ser popular, se presenta como rotundamente filosófico.
Lo que Sartre busca, en definitiva, es marcar un territorio –el del «existencialismo ateo»–, por oposición tanto al marxismo como al existencialismo cristiano de Jaspers y Gabriel Marcel, (pues el personalismo ni siquiera se menciona). Hay en toda la obra un empeño profundo en destacar que el existencialismo se presenta como una filosofía con un mensaje opuesto al de la metafísica tradicional y que lleva implícita una manera diferente de situarse ante el hombre. Afirmar que «la existencia precede a la esencia» significa tanto como desmontar el universo estático común a la metafísica escolástica y al mecanicismo.
El documento completo, por si gusta leerlo, está aquí
El existencialismo es un humanismo, Jean-Paul Sartre