Manuel Martínez Morales
El término analfabetismo designa la condición de aquel que no sabe leer y escribir; y por analfabetismo funcional entendemos la condición de quienes, aún sabiendo leer y escribir, no comprenden lo que leen o no tiene la capacidad de poner por escrito alguna idea o algo que quieran comunicar.
En forma análoga se designa como analfabeto científico a quien desconoce lo que es la ciencia y sus métodos. Igualmente puede hablarse de analfabetismo científico a secas, y de analfabetismo científico funcional, designando este último término –por ejemplo- la circunstancia de quien aún habiendo recibido una formación científica formal, no atina a comprender cabalmente lo que la ciencia es, ni el fundamento de sus métodos.
Según se desprende de diversos estudios, una buena parte de la población mexicana es analfabeta o analfabeta funcional. Para quienes ejercemos la docencia en el nivel superior es verdaderamente preocupante verificar directamente que un número significativo de estudiantes universitarios pueden ser clasificados como analfabetas funcionales. Así que no es de sorprender que el analfabetismo científico esté más extendido aún.
La situación debía alarmarnos pues la ciencia ya no es sólo un atributo ventajoso de nuestra especie, sino que se ha constituido en un elemento indispensable de la supervivencia. Si la ciencia desapareciera hoy, nosotros, los descendientes de aquellas criaturas que no habían necesitado de la ciencia moderna, podríamos perecer, porque ahora sí nos es indispensable. En nuestros días somos demasiado numerosos como para poder sobrevivir en las naciones modernas sin energía, abrigo, alimentos, medicina y tecnología, productos derivados de la ciencia.
Hoy la distribución desigual de la ciencia moderna entre los pueblos de la Tierra nos ha colocado al borde de la extinción. Este desastre puede ocurrir a causa de un aumento creciente de oscurantismo habitual que menoscaba esa ciencia de la cual ahora dependemos, o porque el competidor pone en juego estrategias que arruinan los modelos de conocimiento que manejamos nosotros y nos fuerza a desempeñarnos en situaciones en las que nuestra manera de interpretar el mundo resulta menos que inservible…
Tales son algunas conclusiones a las que ha llegado Marcelino Cereijido -distinguido investigador, divulgador y crítico de la ciencia- en su libro La ciencia como calamidad. Un ensayo sobre el analfabetismo científico y sus efectos.(Gedisa, 2009)
Cereijido trata de demostrar que “en nuestros días la distribución desigual de la ciencia moderna entre los pueblos de la Tierra nos ha colocado al borde de la extinción”.
El choque entre el Primer Mundo y el Tercer Mundo –asegura Cereijido- amenaza borrar ¡a ambos! del mapa; pues “la diferencia entre la cantidad y calidad de conocimiento entre dos personas, empresas, o países desencadena inevitablemente procesos por los cuales el más poderoso toma como ‘medio’ a quien no lo posee, se trate del médico que vivirá de curar pacientes, de electricistas que vivirán de subsanar apagones, maestros que vivirán de la docencia, potencias que vendrán a tomar nuestro petróleo, cobre, cacao, fuentes hídricas, mujeres guapas, órganos de nuestros niños para trasplantar. Es en este sentido que la ciencia moderna desencadena uno de los procesos más terribles por el cual el Primer Mundo toma como ‘medio’ al Tercer Mundo.”
Pero es muy claro en cuanto a que no se debe tener la impresión de que ambos mundos fueran “analogables a dos corredores olímpicos que, simplemente, corren a distinta velocidad, pero no aplican trucos sucios para demorar al contrincante…El colonialismo siempre ha impedido el desarrollo del conocimiento y la tecnología del dominado.”
En resumen, Cereijido sostiene que el analfabetismo científico prevaleciente en los países subordinados –como México- ha sido fomentado intencionalmente por las naciones dominantes como una forma de asegurar su hegemonía económica, política y cultural. Dice que incluso nuestros estudiosos y escritores más distinguidos participan en el oscurecimiento de la mente de sus compatriotas del Tercer Mundo.
La interfase entre el conocimiento del Primer Mundo y el del Tercero suelen ser “universidades” que no son tales, líderes empresariales que prometen que si llegan a ganar la elección, fragmentarán las universidades de su patria tal como les ordenó alguna agencia financiera internacional, funcionarios amaestrados para ocupar cargos directivos en la ciencia de su país para desbaratar desde ahí cualquier esfuerzo que intente pasar de la investigación a la ciencia o, llegado el caso, directamente persuadir a las fuerzas armadas que las rompan con fuerza bruta, concluye Cereijido, para luego proponer acciones para combatir el analfabetismo científico, como son el fortalecimiento de la enseñanza de la ciencia en todos los niveles educativos, la organización de centros científicos virtuales dirigidos a resolver problemas regionales o nacionales, la difusión y divulgación de la ciencia, y otras que expone ampliamente en su libro.
Hago mía la apreciación de Cereijido, quien señala la necesidad de que el concepto de ciencia quede claro en la mente de todo aquel que se dedique a la investigación científica: “Es realmente monstruoso que sigamos otorgando doctorados en ciencia, a muchachos a quienes sólo hemos instruido en el uso de un espectrofotómetro y en el manejo de la bibliografía, pero que no tienen siquiera una idea remota de qué es la Ciencia, cuál es su estructura y su inserción en la sociedad… Algunos de nuestros países están haciendo un esfuerzo realmente excepcional por divulgar la Ciencia. Pero por ahora se concentran en ‘los hechos’ de la Ciencia: fotos de galaxias, bacterias que comen petróleo, computadoras que juegan al ajedrez. Pero jamás divulgan qué es la Ciencia, cuál es su estructura, cómo funciona, por qué Latinoamérica no la tiene, por qué se ponen funcionarios economicistas a manejarla.”
Después de todo, no podemos esperar que la sociedad entienda qué es ni para qué sirve la Ciencia, si ni siquiera formamos investigadores que lo sepan. (Cereijido dixit)
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.