Isaac Newton

Isaac Newton


Manuel Martínez Morales

Si no sabe, pa’ que pregunta…

Era viernes y el calor pegaba duro, por lo que el fresco salón del bar Las Glorias de Poncho el Sabio resultaba un atractivo oasis para vagos y plurinominales de todas las ocupaciones. También era el día que el profesor Malacates visitaba el antro para saciar su sed y, como de costumbre, intentaba impresionar a sus comparsas de cantina con cualquier disertación pedante que lo hiciera sentirse en el pedestal más alto de la intelectualidad. Para apoyar su discurso, siempre cargaba un pesado maletín repleto de artículos, revistas y folletines dizque “científicos”, tales como Muy Impresionante, Un mundo nos vigila y Cristo científico.

Ese día no fue la excepción y en cuanto Malacates se sentó en la mesa acostumbrada extrajo del maletín un grueso volumen que exhibió con orgullo: “Miren camaradas, aquí les muestro un ejemplar del famoso libro de Sir Isaac Newton, Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, en su traducción al castellano: Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, obra que dio origen a la revolución científica de la que surge la ciencia moderna. Así que, haciendo a un lado sus chacoteos por un momento, muestren reverencia hacia una obra cumbre del pensamiento humano.”

-No la chingue profe, a nosotros que nos importan las jaladas del tal Niuton si además ni las entenderemos, menos con este calor. Mejor invite las heladas.

-¡Incorregibles ignorantes!, o nincompoops, como los llamaría Voltaire; además de traer el original también tengo en mi maletín un texto de divulgación que en su edición original se denominó Newton para señoritas (Newtonianism for Ladies), que fue impreso por vez primera poco después de que Isaac Newton publicara su libro, en 1687, en latín.

Les diré que, si bien desde un principio se reconoció la importancia de la obra de Newton, escrita en latín y empleando matemática muy rigurosa con un desarrollo axiomático-deductivo, el texto era poco leído hasta que uno de sus contemporáneos, cuyo nombre se me escapa, escribió en inglés de la época el texto de divulgación arriba citado pensando particularmente en las damas que frecuentaban la corte inglesa de aquellos tiempos, convirtiéndose en un best seller. Para dichos cortesanos y nobles era necesario estar al corriente en literatura y filosofía, pues lo que ahora denominamos física se conocía como filosofía natural, de moda en los salones de la corte.

Lo que provocó que infatuados personajes de la época, como Voltaire, para no perder la gracia de sus mecenas (los SNIFF de aquel entonces), se lanzaran al ruedo de la divulgación científica, aunque para ellos se trataba de un ejercicio literario solamente. Este reconocido escritor (se dice que plagiando a su intelectualmente bien dotada amante Madame du Chatelet) escribió el folleto Los elementos de Newton, “para reducir este gigante a la altura de los tontos (nincompoops) de mis colegas”, según sus propias palabras.

Una de las principales consecuencias de la teoría de Newton –dice Malacates- es que se revelaba una especie de racionalidad, u orden matemático, en la naturaleza pues implicaba que en principio el funcionamiento del universo, ya se tratara de fenómenos terrestres o siderales, podía explicarse como el mecanismo de un reloj. Es decir mediante causas y mecanismos calculables matemáticamente, lo cual se demostró algún tiempo después cuando Halley, a partir de la teoría newtoniana, pudo calcular con precisión el retorno de un cometa. Hasta entonces se consideraba la aparición de cometas como un fenómeno sujeto a designios divinos y, por tanto, asociado a eventos impredecibles como la muerte de un rey, catástrofes naturales y otros similares.

La obra de Newton inició un movimiento intelectual que ya no buscaba en la autoridad de Aristóteles, o en la divinidad, la explicación de las cosas. Se dice que fue Alexander Pope quien sintetizó esta circunstancia en algunos versos: “la Naturaleza y sus leyes se ocultaban en la noche/ Dios dijo: ¡Qué Newton sea!/ Y la luz se hizo.”

-Ya Profe, no exagere- espetó Mané, quien en ese momento se integraba al grupo de sabios beodos. La teoría de Newton, si bien fue base de la ciencia moderna ya ha evolucionado y ha sido superada por la teoría de la relatividad y la física cuántica. Sin embargo –añade Mané- lo que si puedo afirmar es que ese Newton era un chingón al que todavía hay que estudiar. Pues cuando la matemática conocida no le alcanzó para culminar su teoría se aventó el tiro de inventar –sí, ¡inventar!- el cálculo diferencial e integral, que hasta la fecha usamos ingeniebrios y científicos por igual. Además, todavía se emplea ampliamente la mecánica newtoniana para el diseño de autos y aviones por ejemplo.

-¡Uta!, ¿y qué es eso del cálculo deferencial?- pregunta Sidonio, yo a duras penas llevo el cálculo de las chelas que me he tomado para que el Malaquías no me vaya a peinar a la hora de pagar la cuenta.

-Si no sabes, pa’ que preguntas wey- replica Chon Tepochas, mejor llégale al libro de divulgación Newton para señoritas, aún cuando no lo seas, y que el profe te preste el grueso original de Sir Isaac, aunque sea para que te sientes encima de el y no te veas tan apocado.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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