…
Benzulul se dejó caer pesadamente en un banquillo. Recorrió su choza con la vista. Todo estaba igual. Todo en su sitio. Nada faltaba.
Sólo el nombre, se dijo.
Se quitó el gran sombrero de palma, y lo arrojó, cansado, sobre un cofre.
-Los muertos tan saliendo. Buscan hojas pa la semilla.
Hundió sus dedos en el cabello despeinado y grueso. Se pasó la palma de la mano por la frente estrecha.
Sería el Martín. Tal vez fue mi nana; hasta me dijo: hijito. Pero el vivo es vivo y el muerto es muerto, manque naiden, ninguno tenga nombre.
Bebió un largo buche de agua en su tecomate. Hizo gárgaras y lo escupió sonoramente sobre el suelo. Una pequeña polvareda se levantó del piso de tierra. Las gotas quedaron clavadas firmemente.
– El Encarnación Salvatierra no hubiera salido huyendo. El lo tiene su nombre que lo respalda. No necesita de nada. Pero yo sí corrí. Yo soy Benzulul. El es el Encarnación Salvatiera. ¡Me lleva el carajo!
-Se levantó para prender el rescoldo. El café y el frijol y el maíz, esperaban al lado. Es hora del estómago.
-Colocaba los leños entre las tres piedras negras, cuando sonaron golpes en la puerta. Se irguió rápidamente. De nuevo el hormiguear de las piernas.
-¿Qué. . .? -preguntó apagadamente.
-Abríme hijo.
Retrocedió hasta tocar con la gruesa espalda la pared del fondo.
No decía nada. Así se estuvo con el muro moldeándole la espalda. Los ojos negros abiertos hasta el dolor. La boca firmemente cerrada.
La puerta se abrió lentamente.
-¿Qué tenés hijo? Tas de mala cara. ¿Cómo te consentís?
Así dijo la Porfiria entrando al jacal. Al asentar el pie derecho, las arrugas de su rostro dibujaban una mueca de malestar. Sus blancas greñas, sucias de lodo, el envoltorio de la falda raída y magras sus viejas carnes; la Porfiria observó largamente todos los objetos, todos los pomos, todas las cosas del jacal, todo el miedo de Benzulul.
-Sos vos, nana Porfiria. Sentáte. ¿Qué querés?
La vieja se dejó caer al suelo. Depositó cuidadosamente, a un lado, un paquetito cubierto con un paliacate. Se mojó con saliva. un dedo y lo untó trabajosamente en el talón del pie derecho.
-Te hablé hace rato, hijo. Por el camposanto. Vos aliste juyendo.
-No te oyí, nana -Benzulul se acercó al rescoldo y colocó los leños.
-Te hablaba pa que me ayudaras a caminar. Lo lastimé este pie con una espina de cuernito. Estaba buscando huesos de costía pa una limpia que me encargó el Eusebio. Luego lo sentí el dolor. Te vi pasar y te hablé. Me dolía el pie. Pero vos te juyiste.
-No te oyí, nana.
-Hasta los muertos. me oyeron hijo. ¿Por qué tenés miedo?
-No sé. Me cundió de pronto.
-Sos miedoso.
– A veces. Cuando hay luna. Cuando hay frío. Cuando hay muertos.
-Dejá los muertos en paz. Preocupáte de los vivos. Ese es el peligro. Los muertos viven. Los vivos matan. La noche es larga, dura. Hay frío. Hay dolor. Hay gritos. Cuando asoma la madrugada, siempre hay nuevos muertos.
-También los muertos salen a buscar las hojas, nana. Vos me lo contaste.
-Así es, pues. Buscan sus hojas, frescas y mojadas pa envolver la semilla, Cuando falta el apelativo, se ponen las hojas. Así es.
-Yo no tengo nombre juerte. Cuando muera voy a salir buscando las hojas. . .
-Vas.
Benzulul puso el jarro del café al fuego y calentó las tortillas.
-No me siento juerte con mi nombre, nana. Es como ser caballo sin dueño. No es nada. Me siento con miedo. Se me sale el miedo de entre la ropa. Por eso nunca hago nada. Nunca platico. Nunca cuento lo que veo. Sé que no tengo defensa.
-Vos has sido siempre como conejo. No hacés nada. Todo te da calofrío. Sólo en el camino te sentís a gusto. Es lo único que sabés hacer. No querés tener nada. Ni siquiera has probado una mujer. Ni querés hijos. Se te murió el perro y no buscaste otro.
-Si no tengo nombre, ¿pá qué voy a hacer hijos? Luego también ellos, cuando se mueran, van a andar buscando las hojas. Y el perro no más tá avisando que hay un alma cerquita.
-El nombre no sólo es el ruido. No sólo es un cuero de vaca que te escuende. El nombre es como un cofrecito. Guarda mucho. Tá lleno. Son espíritus que te cuidan. Da juerzas. Da sangre. Según el nombre es el chulel que te cuida.
-Yo no tengo chulel, nana.
– Tenés; pero es chiquitío.
-Tenga -le alargó a la nana un poco de café y una tortilla.
-El chulel es como un jabalí. Corretea, gruñe, da miedo. Pero si le metés el cuchío se queda quieto, y es tuyo, y te lo podés llevar. Vos llevás uno. Si querés un jabalí más grande, nomás lo escogés y le enterrás el cuchío otra cuenta. ¿Me entendés?
-No, nana.
-Fijáte. El nombre se te metió en el cuerpo y te puso su nahual, con la sangre que sacó la Trinidad cuando te parió. Te tocó Benzulul. Si no querés ese lo podés cambiar. Te sacás el Benzulul con un poco de sangre. Luego lo metés al otro, el que querás. El chulel te cuida como si desde siempre hubiera estado contigo.
Benzulul se quedó en silencio. Bebió lentamente el café. La nana volvió a poner saliva en la herida de la espina.
-Quiero ser Encarnación Salvatierra. Es juerte. Es jodido. Es bravo. Quiero ser como el Encarnación, nana.
-Bueno. Lo serás el Encarnación. Sacá el cuchío. Poné el copal en la lumbre.
La nana se rascó las piernas y dibujó una sonrisa. Benzulul se levantó.
-Voy a ser igual que el otro Encarnación nana? ¿Voy a ser juerte? ¿Voy a meter miedo ¿Voy a estar lleno de paga? ¿Voy a llevar mujer? ¿Voy a contar todo lo que he visto en el camino?
-Vas hijo.
-Aquí tá el cuchío. Aquí tá el copal. Aquí tá Benzulul nana.
-Dame el brazo hijo. Persináte. Poné el copal. Aguantáte, pues. Virgen de la Muerte, Virgen del Dolor, San José del Grito, San Pablo de la Juerza…
-La luna se perdió en un pinar de nubes. Tenejapa quedó a oscuras. Benzulul cayó en las sombras.
Los hermanos Salvatierra venían entrando al pueblo. Altos, morenos; musculosas manos guían las riendas de los caballos fogosos.
-Vamos a celebrar, Encarnación.
-Vamos. Nadie va a decir que el Encarnación Salvatierra es mal hermano. Y pa que veas, Joaquín, no sólo a vos invito, que también se vengan los acompañantes. Ya lo saben: primero el deber después el placer. Ya lo tronamos al marido de la Rosa. Ya voy a poder dormir tranquilo con la Rosa. Ahora a celebrar.
-Este Encarnación es un diablo. Mirá que echarse así nada más al Domingo pa quedarse con la hembra. Este Encarnación siempre tan ocurrente.
-Vanós pá la casa del Chema. Tiene trago.
-Vanós.
Desmontaron frente a la puerta de la cantina. Encarnación llamó, tocando con sus grandes manos.
-Abrí vos, Chema. AquÍ está Encarnación Salvatierra.
Un silencio, roto únicamente por un ronco ladrido, contestó a los hombres.
-Abrí rápido, pues; no vaya a ser que te cuelgue de los huevos.
-Este Encarnación es ocurrente.
La puerta rechinó al abrirse. El Chema, abotonándose los pantalones les hizo el saludo.
-Pasa, hermano. Pasen, señores. AquÍ es la casa de los amigos de Encarnación.
-Pa dentro pues.
Ruidosamente el grupo entró a la cantina.
-Siéntense muchachos. Yo, el Encarnación Salvatierra, invito la botella. Pero cuidadito y no se la acaban porque los capo.
-Este Encarnación tan ocurrente.
La botella fue puesta en la mesa.
-Bonita luna hay esta noche, Encarnación.
-Había. Ya se metió en el nuberío. Capaz llueve.
-La indiada está resentida contigo, Encarnación. Los oyí ahora. Están bravos por la ahorcada del Martín Tzotzoc.
– A qué Chema tan blandito. Agradecido debe haber quedado el indio. Eso de quitarse de penas, así de ramplón, sin que cueste nada, no cualquiera tiene la suerte de probarlo.
Una risotada interrumpió la libación.
-Este Encarnación siempre tan ocurrente.
Un relámpago quebró la noche, y los perros aullaron en todo Tenejapa.
-Oye Chema: Tá buena la Rosa, o no tá buena.
– Está buena.
-Pos ya sólo abre las patas pa mí, Chema.
-Este Encarnación siempre tan ocurrente.
-Oí Encarnación -terció el Joaquín Salvatierra- a ver si a ésta le sacás cría. Hay que ir haciendo hijos.
-Qué va, Joaquín. Pá qué. Entre más Salvatierras haya, peor pa nosotros. Como que se debilita la juerza del nombre y aluego no es garantía.
-Este Encarnación tan ocurrente.
El primer gallo anunció la hora. Los fogones empezaron a encenderse. Algunos jacales dejaban escapar ya el humo por los resquicios del techo.
La campana sonó con la primera luz.
Los grupos de mujeres avanzaron hacia el molino.
Los hombres iniciaron la marcha hacia las milpas.
Las viejas se dirigieron a la primera misa.
El Encarnación, el Joaquín y los acompañantes salieron de la casa del Chema.
Se oyeron los últimos mugidos de la ordeña.
La Porfiria abandonó el jacal de Benzulul.
Ese día, Juan Rodríguez Benzulul, amaneció distinto. Tenía alegría. Estaba contento. Se notaba fuerte. Más diablo.
-Ahora tengo chulel. La semilla tá salvada. Ya no voy a salir a buscar hojitas así que me muera. Ya no hay Benzulul miedoso. Ya no hay Juan que no dice lo que pasó en el camino. Benzulul se fue con la luna, como el tata conejo. Ahora soy el Encarnación.
Ese día se quedó en el pueblo. Ese día no fue al aserradero.
Hombre con nombre tiene chulel galán. Hombre con chulel se manda solo. Hombre que se manda solo no tiene patrón.
Salió a la calle, y todo Tenejapa vio que el Benzulul era distinto, que el Benzulul había cambiado.
Se encontró con la Lupe y le propuso que se fueran juntos para el monte.
Le habló al Salvador Pérez Bolón y le quitó su dinero.
Bebió trago y gritó su fuerza.
-Aquí naiden tiene miedo.
A todos les dijo:
-Aquistá Encarnación Salvatierra.
Y todos le vieron con desconfianza.
-Aquí se va a decir todo lo que el camino sabe -gritó-, Encarnación Salvatierra no tiene miedo. Encarnación Salvatierra dice todo lo ve. No escuende nada.
Y dijo todo lo que sabía. Lo que averiguó en el llano. Lo que vio en el río. Lo que le confiaron los rastros. Lo que la loma oculta. Todo lo dijo el Benzulul. Lo que siempre tuvo en el fondo, como piedritas redondas, lo fue dejando salir con fuerza.
-Es la acabalación del tiempo -gritaba-, ya las piedras son cerros y a los cerros naiden los detiene.
Los hombres miraron fijamente, asombrados, al Benzulul.
No miren a los ojos porque se mueren amenazó,
-Es ocurrente el Encarnación -dijo alguien en voz baja.
Todos supieron que era el Encarnación Salvatierra.
Tanto lo dijo, tanto lo oyeron, que se lo fueron a contar al otro Encarnación.
Todo día Benzulul anunció su nuevo nombre. Quiso que todos conocieran que tenía pantalones. Que supieran que llevaba mágico cuidándole los pasos.
Todo el día lo anduvo gritando. Todos lo supieron.
Tanto lo dijo, tanto lo oyeron, que se lo fueron a contar al otro Encarnación.
La noche enfrió las piedras de Tenejapa. El camino estuvo triste. Las lomas, los árboles, las encinas y los conejos conocieron otro suceso aquella noche.
-Abrí Chema, o te capo.
-Este Encarnación siempre tan ocurrente.
La botella llenó las gargantas de los Salvatierra y de los acompañantes.
-Oí vos Encarnación. ¿A quién colgaste hoy en la tardecita? Me llegó el rumor.
-¡Ah que gente tan chismosa! No pueden ver una cosita de nada porque luego luego él echar argüende.
-Cosita de nada. Ocurrente siempre el Encarnación.
-Fue al Benzulul que te colgaste, ¿verdad?
-No vayas a creer que lo ahorqué. Nomás lo colgué de los brazos. Fue que el muy maldecido me andaba robando el nombre. Y así uno se queda sin defensa. Si me hubiera robado un caballo, o un toro, o hasta la misma Rosa, tal vez ni le hubiera dicho nada. Me hubiera caído en gracia que se estuviera haciendo el macho. Pero quiso robar el nombre. Andaba diciendo que él era el Encarnación y eso no lo permito. A naiden se lo consiento.
-Bien dicho, hermano. Bien dicho.
-Por eso fue que me lo llevé pal camino. Al mismo roble que ya me conoce. Desde que lo saqué del pueblo empezó la aburrición. Que si él era respetuoso. Que si él no contaba no sé qué cosas. En fin, una bola de sonseras. Al fin se puso a chillar como una vieja. Harto chillaba. Por eso como que me empezó a entrar la lástima. Ya por no dejar, nomás me lo colgué, pero no pa ahorcarlo, de los brazos lo guindé nomás, pero luego me puse a pensar que a lo mejor seguía con las ganas de perjudicarme la defensa. Saqué el cuchillo y le arranqué la lengua para que no me ande robando el nombre. Allá lo dejé.
-Este Encarnación siempre tan ocurrente.