Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá.
Miguel de Unamuno.
En términos simples, un beso es el acto de presionar los labios contra la superficie de un sujeto u objeto (generalmente la piel o los labios de otra persona), como una expresión social de afecto, de saludo, de respeto o de amor. El beso tiene una función social humana determinante en el proceso de cortejo.
Sin embargo, el origen de esta práctica ancestral, según especialistas, podría no tener ninguna relación a la de expresión de emociones y deseos, como se conoce actualmente.
Para la presidenta de la Asociación Mexicana de Primatología, Celina Anaya-Huertas, esta placentera costumbre puede entenderse si se mira hacia atrás en la cadena evolutiva –si se cree en la teoría de la evolución como la del origen del hombre-.
“Algunos primates alimentan boca a boca a sus hijos, primero masticando la comida y posteriormente pasándola a sus crías; el origen del beso pudo comenzar ahí”, apuntó la especialista, quien añadió que el primatólogo Frans de Waal y el etólogo Eibl-Eibesfeldt sostienen esta teoría: besar sin transferir comida es una expresión humana de amor y afecto casi universal[1].
“Parece que nuestros antepasados directos tenían esa costumbre, ya que hay estudios paleontológicos que mencionan que las hembras de homínidos, por ejemplo el hombre de CroMagnon, alimentaban boca a boca a sus crías”, afirma.
Otro postulado sobre el origen del beso es la del antropólogo Vaughn Bryant, de la Universidad de Texas, referente en la Filematología, ciencia que estudia el beso y todo lo que se considera un lenguaje universal y no verbal para demostrar afecto.
Bryant está convencido de que el beso es una práctica milenaria que evolucionó a partir de otro saludo más común entre nuestros antepasados que consistía en aproximar sus narices y olfatearse para averiguar la salud y el estatus social de la persona que tenían delante, muy parecido al saludo que actualmente emplean los esquimales. De algún modo terminaron “moviéndose hacia los labios y pensaron que era mucho mejor”[2].
Sigmund Freud afirmaba que la boca es el primer lugar donde se asienta el deseo sexual. Consideraba que los besos eran la búsqueda del pecho materno en los labios de otras personas, ya que en los lactantes utilizan los mismos movimientos y los mismos músculos que cuando se besa.
Estudios revelan que los besos mejoran el aliento a través de la secreción de saliva, que a su vez drena la boca de las células muertas y las bacterias; además, durante el ósculo, el cuerpo produce substancias químicas que protegen en contra de las infecciones, entre otros beneficios como la quema de 15 calorías en tres minutos.
La satisfacción al besar tiene una explicación médica. Al hacerlo, hace liberar oxitocina, una hormona importantísima en el enamoramiento, el orgasmo, el parto y el amamantamiento, asociada con el cariño, la ternura y el contacto físico con los demás.
Besarse también estimula la liberación de endorfinas, unos opiáceos naturales del organismo que provocan una sensación placentera, actúan como antídoto para la depresión, la angustia, el desánimo, la tristeza o la aflicción. Aunado a ello estimula la secreción de distintas hormonas que funcionan como analgésicos y que fortalecen nuestras defensas inmunológicas[3].
No obstante, en ocasiones la práctica placentera se ve opacada por el tedio, la trivialidad de la vida en parejas: “El primer beso es mágico, el segundo íntimo, el tercero rutinario”, decía el escritor estadunidense Raymond Chandler.
El poeta madrileño Ramón Gómez de la Serna tenía otra visión: dar besos lentos y creer que así duran más los amores.
[1] http://ar.selecciones.com/contenido/a543_los-beneficios-del-beso
[2] Ibídem
[3] http://www.cienciasdelasalud.edu.ar/besos.html