Varón de unos 30 a 35 años yace junto a otro diez años menor. Los dos, heridos mortalmente con arma blanca. El golpe que recibió uno de ellos le seccionó un omóplato y otra incisión le cortó la cadera y rebanó el hueso coxal derecho. Al otro individuo le amputaron la pierna izquierda por el tobillo, el muslo a la altura de la rodilla y el antebrazo por el codo. Ambos murieron asesinados y abandonados en el suelo, donde agonizaron hasta morir, retorcidos y entrelazados.
Este es el escenario de un crimen ocurrido hace más de dos mil años en el poblado ibérico del Cerro de la Cruz (Córdoba). “Cuando lo descubrimos en 2009 la primera reacción fue de entusiasmo científico, porque es rarísimo encontrar esqueletos de los íberos durante casi cinco siglos (del V al I a.C.), ya que incineraban a sus muertos en rituales funerarios”, comenta el arqueólogo Fernando Quesada Sanz, de la Universidad Autónoma de Madrid que dirigió las excavación.
Análisis de los huesos
“Pero al analizar en detalle los huesos y el contexto comprendimos que los traumas habían sido causados por feroces golpes, de espadas romanas seguramente –añade–. Estos restos son evidencia de la destrucción por Roma de una ciudad ibérica en Andalucía a mediados del siglo II a. C., huellas de una violencia que no es habitual en absoluto poder documentar”. Además, los investigadores han deducido que probablemente los dos individuos estaban emparentados porque presentaban huesos sesamoideos similares.
También se ha encontrado una relación familiar en el descubrimiento de una de las momias más antiguas y mejor conservadas de Europa: el hombre de Galera (por la localidad granadina donde apareció), un adulto de la Edad de Bronce a cuyo lado colocaron a un niño de 4 o 5 años –quizá su hijo– desde otro enterramiento anterior. Después sellaron su nicho en la roca con tablones y barro, lo que ha favorecido la conservación de los tejidos corporales a lo largo de 3.500 años.
“Hemos averiguado que la causa de la muerte del hombre de Galera fue motivada por la presencia de un parásito que causó una infección intestinal”, explica el catedrático Fernando Molina de la Universidad de Granada, codirector de las excavaciones, que añade: “Tras el estudio métrico de los huesos hemos detectado las mismas anomalías hereditarias en el adulto y el niño, lo que indica que eran parientes”.
Junto al hombre de Galera, que actualmente forma parte de unaexposición sobre momias en el Parque de las Ciencias de Granada, aparecieron brazaletes, anillos, un puñalito, una azuela de cobre, telas de lino y un casquete de cuero que ofrecen datos relevantes sobre la vestidura de la época.
Encontrar este tipo de elementos ayuda a los arqueólogos a contextualizar los hallazgos y, a veces, resultan esenciales en las dataciones. Es el caso de los restos de Cervantes, descubiertos recientemente bajo la cripta del convento de las Trinitarias (Madrid), donde aparecen mezclados con los de al menos otras 14 personas.
La presencia de un maravedí e indumentaria litúrgica del siglo XVII ha servido para datar al conjunto. De esta forma se ha podido relacionar esta ‘bolsada’ de huesos con las 17 personas que, según la documentación histórica, fueron enterradas entre 1609 y 1630 y trasladadas a la cripta un siglo después. Entre ellas figuraban Cervantes y su mujer.
Desgraciadamente los restos óseos encontrados están muy fragmentados y en mal estado de conservación, lo que dificulta su estudio antropológico. Imposible encontrar las señales que dejaron los arcabuzazos que recibió Cervantes en la mano y el tórax durante la batalla de Lepanto, o rasgos como su gran nariz.
En otros casos un simple vistazo del esqueleto sirve para conocer algunas características de la persona. Un ejemplo: “Pelvis no muy grande, pero con diámetro y características del sexo femenino. Cráneo completo que conserva toda la dentadura, con dientes muy iguales y sin caries de ningún tipo. Manos con dedos cortos y finos, algunos con uñas largas y afiladas. Esqueleto, en parte momificado, de 1,72 de altura. Pertenece a una mujer de estatura elevada, joven y fuerte. Edad aproximada, entre 26 a 28 años”.
La descripción la facilitaron miembros de la Institución Fernán González cuando levantaron la tapa del sepulcro de la princesa Kristina de Noruega (Bergen, 1234 – Sevilla, 1262), enterrada en una colegiata de la localidad burgalesa de Covarrubias. Lo hicieron en 1958 con motivo del 700 aniversario de su enlace con el infante Felipe de Castilla, hermano de Alfonso X el Sabio.
Su matrimonio duró poco, pero antes de morir, la princesa hizo prometer a su esposo que construiría en Covarrubias una capilla a San Olav, patrón de su lejano hogar. En 2011 se cumplió su sueño cuando laFundación Kristina de Noruega inauguró un vanguardista edificio de acero y madera dedicado al santo.
En el caso de la princesa noruega los análisis no han podido confirmar si, como cuenta la leyenda, murió de melancolía en Andalucía recordando sus gélidas tierras; pero la ciencia sí ha tenido más éxito a la hora de corroborar otras historias de amor, como la de los amantes de Teruel.
Datación con carbono 14
Sus momias aparecieron en 1555 en una iglesia de la capital turolense y hoy descansan en el Mausoleo de los Amantes inaugurado en 2005. Ese año se publicaron los resultados de la datación con carbono 14 efectuados por la paleobióloga Ana Gracia Téllez, miembro del equipo de investigación de Atapuerca.
Los resultados confirman que las edades cronológicas de los individuos masculino y femenino examinados se solapan entre los años 1300 y1390, un periodo ligeramente posterior al de los documentos históricos, aunque existe un margen de error.
La historia cuenta que cuando Juan Martínez de Marcilla vuelve en 1217 a Teruel para casarse con su amada Isabel de Segura se encuentra que se acaba de casar con otro, tras pasar el plazo de cinco años que le habían dado para conseguir fortuna. Ella no le concede un último beso y Juan cae muerto. En su funeral, Isabel también fallece sobre el cadáver cuando le da el beso que le negó en vida.
Al tomar sus muestras, los científicos también descubrieron una extraña piel mucho más actual recubriendo todo el cuerpo de la joven. Se puede tratar de la restauración continuada a lo largo de los siglos en los que esta famosa pareja no ha dejado de ser una fuente de inspiración para los artistas y la gente. Cada mes de febrero, Teruel revive la tragedia de estos amantes celebrando las Bodas de Isabel de Segura.
La datación de personajes históricos con la técnica del carbono 14 también puede ayudar a resolver debates históricos, como si los restos de la tumba del apóstol Santiago en la catedral compostelana pertenecen realmente al santo (siglo I) o al hereje Prisciliano (siglo IV), como apuntan algunas fuentes. En este caso, este tipo de análisis aclararía sin duda su antigüedad, aunque los resultados del método pueden ser poco efectivos en huesos como los de Cervantes.
“El C14 funciona bien para restos más antiguos, pero en nuestro caso nos daría un rango demasiado amplio y no aportaría demasiada luz”, aclara la osteoarqueóloga Almudena García Rubio de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, del equipo que busca los restos del autor del Quijote. La investigadora insiste en que la cultura material (moneda y telas) asociada a los huesos encontrados es la que ha servido para establecer su cronología.
Identificación con ADN
Pero si hay una técnica científica que los medios de comunicación han demandado una y otra vez al equipo es la prueba del ADN, tantas veces como negativas han dado los expertos: “Estos análisis genéticos se hacen cuando existe la posibilidad de cotejarlos con algo, y con Cervantes no tendríamos con quien comparar porque no tuvo descendencia», insiste Francisco Etxeberría, antropólogo forense de la Universidad del País Vasco y director del proyecto. Se podría comparar con el ADN de su hermana, enterrada en un convento de Alcalá de Henares, pero sus restos también descansan mezclados con los de dos centenares de religiosas, lo que dificulta su identificación.
Hay un caso en el que sí se ha podido utilizar el ADN: el de Cristóbal Colón. “Hay compatibilidad entre el ADN mitocondrial de los restos de Colón en la catedral de Sevilla y el de su hermano Diego enterrado en la fábrica de Cartuja-Pickmann, un resultado que concuerda con la hipótesis de que ambos sean hermanos (hijos de la misma madre)”, señala José A. Lorente, director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada y del proyecto sobre Colón.
De esta forma se ha confirmado que, al menos parte de los restos de Colón están en Sevilla. Queda pendiente saber si, como aseguran los dominicanos, en su catedral de Santo Domingo también reposan otros fragmentos por el devenir histórico de los huesos del descubridor de América.
En otro convento de Santo Domingo, pero aquí en España, en Tenerife, también se ha empleado el ADN para identificar a uno de sus personajes más singulares: el corsario Amaro Pargo (San Cristóbal de la Laguna, 1678-1747), que al servicio de la corona española atacaba a los buques británicos y neerlandeses para quedarse con su botín.
Su esqueleto –que apareció junto al de sus padres, un esclavo y otras personas– fue exhumando en 2013 por antropólogos forenses de la Universidad Autónoma de Madrid dirigidos por el profesor Ángel Fuentes. “Pudimos identificar positivamente a Amaro por aspectos antropométricos, y al refrendar su ADN con una muestra de descendientes de una hermana, el resultado también fue positivo”, comenta Gabriel de Santa Ana, otro de los miembros del equipo.
Esta exhumación ha sido financiada por la empresa de videojuegos Ubisoft, que se ha inspirado en el corsario canario para la cuarta entrega de la saga Assassin’s Creed. También está previsto reconstruir el rostro de Amaro Pargo y, como en muchos de todos estos estudios, está previsto publicar sus resultados en revistas científicas.
Otra de las aplicaciones del ADN es para confirmar si dos fragmentos de hueso u otros tejidos pertenecen a la misma persona. Por ejemplo, si alguna vez apareciera el cráneo perdido de Francisco de Goya, cuyos restos descansan sin cabeza en la ermita madrileña de San Antonio de Florida, sería fácil comprobar con esta técnica si de verdad pertenece al pintor.
Pero además de para identificar, el ADN sirve para conocer los orígenes geográficos de los individuos. “En el caso de Colón –cuya procedencia es objeto de continuo debate–, tenemos datos de su ADN del cromosoma Y y el de su hijo Hernando, que se pueden comparar con el que hemos recogido también de cientos de personas con apellido Colombo en la región de Génova y Colom en Cataluña, Valencia, Baleares y sur de Francia”, apunta Lorente.
“Esta segunda fase del estudio depende de que haya una tecnología capaz de obtener ADN de suficiente calidad y cantidad, teniendo en cuenta que sólo disponemos de fragmentos muy pequeños de huesos de Colón y de su hijo”, reconoce el director del proyecto, quien subraya que las decisiones sobre lo que se hace y cuándo dependen de un equipo multidisciplinar internacional.
En este contexto surge la duda sobre si se podría aplicar un procedimiento similar para individualizar por fin los restos de Cervantes entre el conjunto de huesos encontrados. ¿Se podría comparar su ADN con el de personas que se apelliden Cervantes? “Sería muy complicado –señala Lorente–, igual que en el caso de Colón lo es. Tras casi 500 años…Es difícil que se obtenga información útil”.
Por su parte, Etxebarría también considera muy remota esa posibilidad, aunque apunta: “En todo caso se podrían proporcionar coincidencias de ancestros desde el punto de vista genealógico, pero no de identificación. Lo mismo se podría hacer con el apellido Saavedra, pero sucedería igual, por vía materna”. En cualquier caso, si algún día se consigue un rasgo diferenciador del ADN de los Cervantes o los Saavedra y solo uno de los individuos encontrados en la cripta de la Trinitarias lo posee, sería un avance definitivo en la investigación. Los dos expertos coinciden en que esta vía es “muy complicada”, pero no imposible para la ciencia en el futuro.
(Enrique Sacristán/SINC)