Desnudando a Eva: La violencia femenina

Mujer enojada


Dr. Héctor Cerezo Huerta

Me decía: “¡Mírame a los pinches ojos pendejo! No sirves ni´pa la cama”. Aseguraba que vivía con otra persona, insultaba a mi familia, no podía salir ni a viajes de trabajo si ella no estaba de acuerdo. Puso en mi contra hasta a mi propia hija de 5 años diciéndole era secuestrador y que las abandonaría para irme con otra. Ella podía gastar dinero sin pretexto alguno y yo tenía que darle mi salario completo para que ella administrara cualquier gasto. Revisaba cada día mi correo, mi celular. Una vez, en una discusión, rompió todos mis documentos personales; hasta mi título y cédula y quemó toda mi ropa […] Yo supe ese día que si me la madreaba; perdía, me iba a la cárcel y además no pude hacerlo, me paralicé. Me partí la madre aquel día que me empujó por la espalda al ir bajando las escaleras cuando decidí salirme de la casa.

Transcripción del testimonio de “G” / Expaciente / Ciudad Juárez, Chih. 2003.

RESUMEN: El presente artículo divulgativo desarrolla una reflexión sobre la violencia intencional ejercida por mujeres en sus relaciones de pareja; un fenómeno social considerado aislado, carente de datos epidemiológicos consistentes e indigno de atención clínica por el matiz “reactivo o defensivo” por el cual tienden a enmarcarse las agresiones femeninas. Sin embargo, Hernández (2007) explica que la violencia conyugal se construye entre dos y, desde una visión sistémica en esa interacción, la mujer también tiene una participación activa al recurrir a conductas verbales durante los episodios violentos, mismas que fungen como conductas detonantes y retroalimentadoras de la agresión física, por la que optan los varones. Así también, como lo señala Toldos Romero (2013), las mujeres son proclives a la utilización de estrategias violentas diferentes a las ejercidas por el hombre y están se caracterizan por el uso de agresiones psicológicas, comunicativas, alienación de los hijos hacia el padre de familia, chantaje emocional y manipulación de la vida sexual.

 

  1. De varón domado a macho madreado

Ciudad Juárez, Chihuahua constituye aún, uno de los puntos de quiebre de la descomposición social y violencia de género en México. Durante varios años en este escenario fronterizo, fui testigo de feminicidios deleznables y estadísticas lapidarias; cada 7.42 días desaparecía una mujer, cada 12.8 días otra era asesinada y cada 40.34 días una más era violada, torturada y brutalmente exterminada. Una buena parte de mi estancia profesional en la frontera norte, transcurrió como Consultor de escuelas y Psicoterapeuta de A zapatazo limpioparejas violentas en Casa Amiga, Centro de Crisis (Hoy, Casa Amiga Esther Chávez Cano) y precisamente Esther -una mujer admirable que denunció los asesinatos seriales- afirmaba contundente en nuestras acaloradas tertulias, que la causa de las mujeres, debía ser también la causa de los hombres.

Al proporcionar miles de horas de talleres y psicoterapia individual, familiar y de pareja a mujeres y hombres que asumían a la violencia como patrón conductual en sus relaciones amorosas, comprendí una serie de premisas que impedían tanto a víctimas como victimarios modificar sus vidas y, que a los profesionales también les complicaba proporcionar servicios de prevención, intervención y extensión desde un enfoque de género, tales como:

  1. La victimización femenina ha sido el principal objetivo de los estudios psicológicos y por ende, el eje rector para el diseño de políticas públicas.
  2. El enfoque dominante para la comprensión y tratamiento de la violencia continua siendo el modelo sociológico, el cual asume a la violencia como un fenómeno unidireccional -no recíproco- y en el que se recupera información solo de un integrante de la díada.
  3. El estereotipo dicotómico: “las mujeres son víctimas de violencia; los hombres son victimarios” se ha arraigado profundamente en la cultura y debido a ello, innumerables colegas del área de la salud mental, consideran una irreverencia clínica proponer los papeles de agresor y víctima como intercambiables. De hecho, en varios Centros de Atención a la Violencia no les interesa en absoluto atender hombres agresores ni agredidos.
  4. Los mecanismos de minimización y/o justificación de ciertas conductas violentas tanto de hombres y mujeres no contribuye a resolver el problema de la comprensión fenomenológica de los géneros y tampoco nos permite profundizar en el papel de la crianza familiar, la construcción sociocultural de las subjetividades femeninas y masculinas y menos aún, de la importancia de nuestras experiencias de aprendizaje temprano. De este modo, se cree ingenuamente que la agresión psicológica no es tan grave como la agresión física.
  5. La creencia común entre terapeutas, feministas y activistas sin experiencia clínica suficiente que asume tajante, que la psicoterapia con los hombres que ejercen violencia es absolutamente inútil y que, por lo tanto, la prevención debe ser dirigida exclusivamente hacia el empoderamiento y protección de las mujeres; aumentando con ello, la distancia entre géneros.
  6. El personal de salud que atiende casos de violencia, presentan su propia situación particular, caracterizada fundamentalmente por la presencia de un síndrome de estrés crónico derivado por la sobrecarga laboral no correspondiente con el ingreso económico. A pesar de atender pacientes complicados, algunos profesionales de la salud mental no cuentan con un entrenamiento especializado, ni con un equipo de co-terapeutas que proporcione contención emocional para evitar posiciones clínicas polarizadas mediante la presencia del fenómeno denominado: «Triángulo rescatador-víctima-. persecutor». (Cerezo, 2005). El perfil desgastante de estos organismos sanitarios ha sido previamente estudiado por Marín (2004), quien ha corroborado algunas de estas precisiones.

Fuíste túLamentablemente, varios de estos aspectos descritos prevalecen e impiden clarificar que la violencia implica todo acto, omisión, actitud o expresión que genere, o tenga el potencial de generar daño emocional, físico o sexual a la pareja afectiva (Modificado de Castro y Casique, En Rojas Solís, 2013). No fue sino hasta atender y escuchar con profundidad a cientos de hombres que ejercían violencia hacia sus parejas y a otras decenas que habían sido agredidos, cuando facilitando aquellos grupos terapéuticos, descubrieron que como hombres habían sido lo que les habían dicho que fueran y que la masculinidad y la feminidad per se no existían, sino que más bien se trataba de invenciones de carácter fenomenológico y sociocultural.

Cuando estos hombres empezaron a cuestionar los estereotipos de masculinidad opresivos e impuestos; “ser hombre” se convirtió en un ejercicio de escucha y empatía entre los propios hombres y los motivó a diseñar formas sanas, responsables y productivas para interaccionar junto a las mujeres y en develar la armadura psíquica de aquella masculinidad que los obligaba a mantener distancia emocional de otros hombres.

Estos mismos hombres discutieron prolíficamente sobre cómo los percibían las mujeres; egocéntricos, obsesionados por el poder, coercitivos, despiadados y sin inhibiciones en lo que se refiere a la satisfacción de sus instintos sexuales y se conmocionaron al debatir “El varón domado” (Vilar, 1973) y al darse cuenta que tuvo que ser una mujer quién levantó su voz y clarificó la opresión y complejidad de su masculinidad, y esto como decían los participantes de mis talleres: “No porque los hombres no tuviéramos –huevos- para defendernos a nosotros mismos, sino porque no habíamos hablado jamás, ni nos habíamos escuchado entre nosotros” o reflexionando en voz alta en Psicoterapia: “Creo que mi mujer ha hecho un buen marketing de los sentimientos. Ella se ha creído que es la única que los tiene, pero yo como hombre no sólo siento, me comprometo […] A mí me duelen sus humillaciones, sus abandonos, las palabras que me destruyen y la forma en cómo volvió rehenes a los hijos contra mí […] Me convertí en un visitador, en la pensión quincenal para mis chavos, no soy un padre y creo que nunca fui un esposo”.

Hasta con el sarténDe todos los planteamientos voraces que Esther Vilar planteó en aquella primera versión de su revelador libro: “El varón domado” (1973) me parece que aún resultan vigentes en términos de violencia femenina, los siguientes:

 

  • La vida sexual en la pareja puede terminar por convertirse en un mecanismo de compensación.
  • La utilización y manipulación emocional de los hijos como rehenes contra el padre de familia es un acto irresponsable de la mujer.
  • Cuando Vilar afirma que: “la sociedad excluye y desprecia al varón que no se ata, que no engendra niños, que vive unas veces aquí y otras allí” (1973, p. 23) lo compara con la ironía de Sísifo, pero también confirma que si bien el contexto sociocultural de corte patriarcal privilegia a los hombres como colectivo, también ha originado severas consecuencias emocionales. Como afirma Lozoya (1999): “Los privilegios cuestan caros y en el campo de los sentimientos, todo lo que ganamos en poder lo pagamos en represión emocional”. En el mismo sentido, Kimmel (1992) agrega que la expresión emocional, el amor, los vínculos de pareja, la comunicación entre hombres y la experiencia paterna son algunos de los fenómenos que mantienen a los hombres “atrapados y confundidos”.

 

  1. La ropa sucia se lava en casa

Te entra por una orejaEl psiquiatra Ernesto Lammoglia (2005) explica que así como un misógino se engancha con una mujer dependiente, muchos hombres son víctimas de mujeres frías y crueles que minimizan su conducta violenta: “no es para tanto” y que asumen una ceguera selectiva al sobrevalorar su dimensión luminosa y negar sus partes oscuras como personas. Adicionalmente, sucede un fenómeno similar al ciclo de la violencia de pareja planteado por Lenore Walker (2012). No importa lo que el hombre diga o haga en la relación, siempre estará mal dicho o hecho. Este juego perverso distorsiona la percepción amorosa, perpetúa el bucle violento y contribuye al mantenimiento del silencio de hombres que difícilmente denunciarán el maltrato y tampoco se acercarán a psicoterapia a pesar de haber sido agredidos.

En opinión de Cano Gil (2015) un psicoterapeuta español, la mujer violenta culpa de forma exclusiva, continua y desproporcionada a sus parejas masculinas de los problemas inherentes a la convivencia, no asume responsabilidad alguna de sus agresiones, coerción y dominio -aspecto similar en el hombre- y se asumen paradójicamente como víctimas defensivas. A nivel cognitivo, se aprecian fallas en el juicio de realidad que les impide la autocrítica, la resonancia afectiva y menos aún, la demanda de psicoterapia. Su marcada desvinculación afectiva de sus parejas masculinas, incita una macabra danza de divorcio o separación que difícilmente se consuma y en caso de lograrse se caracteriza por una tensión desgastante. Si la convivencia con un hombre “imbécil” resulta tan intolerable ¿por qué no buscan a alguien “mejor”? Este aspecto contradictorio, devela cierta intención de maltrato y proyecta personalidades límites, narcisistas, pasivo-agresivas y con déficits emocionales infantiles que se manifiestan agudamente en los episodios violentos mediante conductas regresivas, impulsivas y desafiantes.

Pleito callejeroLa dinámica de hombres víctimas y mujeres agresoras ha sido estudiada por Toldos Romero (2013) y explica que dada su complexión física, patrones de crianza, perfil cognitivo e influencia cultural, las mujeres utilizan estrategias violentas diferentes a las ejercidas por el hombre y éstas se caracterizan por el uso de agresiones psicológicas, comunicativas, alienación de los hijos hacia el padre de familia, chantaje emocional y manipulación de la vida sexual. La violencia femenina tiende a naturalizarse por su carácter “sutil y reactivo”, sin embargo, todo acto violento intencional genera un impacto psicológico devastador e irreversible en la autoestima de las víctimas.

Desde un abordaje sistémico y comunicacional, Perrone y Nannini (En Hernández, 2007) han distinguido entre violencia simétrica y violencia complementaria; la primera se genera en situaciones de desafío en el que uno trata de imponerse al otro; la mujer es la que suele ser la víctima de las agresiones físicas, pero no se somete y se las arregla para continuar la lucha. La agresión es abierta y existe el sentimiento de culpa. La violencia complementaria (violencia de castigo) es un intento por perpetuar una relación de desigualdad donde existe un fuerte y un débil; el fuerte se cree con derecho de castigar al débil, no hay sentimientos de culpa y sí una cierta sanción cultural que justifica su violencia. Sus secuelas son mucho más graves. La violencia de castigo destruye la identidad porque la víctima no pertenece a la misma clase de quien la agrede.

Un estudio estadístico relevante fue realizado por González Galbán y Fernández de Juan (2014) en Baja California, y determinó la probabilidad de que los hombres jóvenes sean víctimas de violencia de pareja, en función de algunas covariables que se presuponen influyentes. Así, los autores reportaron que son los hombres jóvenes, con un nivel educativo bajo, que tienen un trabajo inestable, que nacieron en la frontera norte y que fueron víctimas de violencia en la infancia quienes pueden ser mayormente vulnerables a conductas violentas por parte de sus parejas femeninas.

En otra investigación realizada por Hernández (2007) a 50 mujeres en Saltillo, Coahuila y cuyo objetivo fue determinar la manera en que las mujeres retroalimentan la violencia de su pareja con su conducta verbal o no verbal, se reportaron hallazgos muy interesantes:

  • Si bien la violencia física es predominantemente masculina, la verbal es casi recíproca entre los cónyuges.
  • La violencia se construye entre dos, primeramente como una escalada verbal y después física, cuyo punto final es la agresión que termina con el enfrentamiento y con la situación así generada.
  • La mujer recurre durante los episodios violentos a conductas verbales, mismas que fungen como conductas detonantes y retroalimentadoras en la construcción de los episodios violentos; a su vez, los hombres optan por conductas no verbales, como la agresión física, a la que reciben respuesta de las mujeres en algunas ocasiones, quienes, al no poder mantener la escalada, terminan retirándose.
  • El que la violencia se construya, no significa en absoluto que ambos cónyuges tengan igual responsabilidad, pues el agresor intencional siempre tiene una responsabilidad mayor.
  • Es preciso que los dos actores de la violencia hagan algo diferente,
  • nuevo, lejos de la interpretación tradicional que señalaba al violento como agente del cambio.
  • La mujer tiene una participación activa; nada justifica la agresión física, pero encasillar a la mujer como víctima y no hacer visibles sus conductas detonantes y retroalimentadoras obstaculiza la modificación del círculo de la violencia.

A grito peladoUn estudio adicional fue realizado en la Ciudad de México por Trujano, Martínez y Camacho (2010) con cien jóvenes heterosexuales -solteros y casados- y cuyo objetivo fue identificar qué actitudes y comportamientos percibían como violentos de su pareja femenina, así como la frecuencia y modalidades con que se presentaban; reportó que la violencia está presente en ambas muestras con niveles bajos, pero se apreció una mayor incidencia y una mayor percepción en los hombres casados. Las modalidades con mayor frecuencia y mejor percibidas por ambos grupos incluyeron la violencia psicológica, la sexual y la económica nuevamente fue mayor en el grupo de los casados. Los autores advierten que pese a que la incidencia en las muestras sean bajas, no deja de ser un indicador preocupante, pues una vez que se han instalado episodios de violencia, la posibilidad de que aumenten tanto en frecuencia como en intensidad será alta.

A nivel sudamericano, una investigación cualitativa realizada recientemente en Chile por Rojas, Galleguillos, Miranda y Valencia (2013) analizó los discursos de hombres víctimas de violencia conyugal y los resultados mostraron que la expresión más común de violencia femenina es la verbal, particularmente los gritos y las humillaciones, a través de los cuales imponen autoridad, fortaleza y control. Sin embargo, si estas acciones no dan resultados, añaden actos de agresión física como cachetadas, patadas, destrucción de documentos u objetos personales del cónyuge e incluso el lanzamiento de objetos como zapatos y platos. Por otro lado, las mujeres utilizan violencia verbal para exigirles a sus parejas que se comporten de acuerdo al modelo hegemónico de “hombre”, cuestionando con ello su masculinidad.

En este sentido, la propia ideología patriarcal que beneficia a los hombres en aspectos cotidianos, es la misma que les impone estereotipos rígidos con respecto a lo que se espera de ellos como hombres “fuertes” en la relación de pareja y por tal razón, el hecho de ser violentado queda oculto y al mismo tiempo impune.

 

III. Una reflexión final

Desde una visión ética, me parece cuestionable que los actos de violencia ejercidos por los hombres sean señalados con índice de fuego y se les acuse de un sexismo exacerbado –que si bien es absolutamente cierto- cuando se trata de agresiones intencionales femeninas, se les connota exclusivamente como actos reactivos de violencia doméstica y con ello se subestiman e invisibilizan las agresiones cometidas por las mujeres hacia sus parejas.

Presuponer que, en virtud de nuestra condición sexo-genérica, una persona es potencialmente violenta, irracional o incompetente para lograr su recuperación emocional a través de la psicoterapia es aún más sexista, retrógrado que la propia violencia y nos anula a mujeres y hombres, la posibilidad de mejorar nuestras interacciones.

La violencia femenina hacia el hombre existe, aunque es indiscutible que las estadísticas a nivel global muestran una enorme proporción de mujeres que han sido objeto de violencia de género por parte del hombre. No obstante, los hombres agredidos al igual que muchas mujeres sufren en silencio y lo hacen por las mismas razones; no tener con quién hablar, considerar que la violencia es un asunto privado y vergonzoso o porque han buscado ayuda profesional y han obtenido respuestas prejuiciosas y difusas. Aún queda pendiente seguir investigando sobre la violencia femenina ejercida no sólo hacia los hombres, sino también la dirigida hacia otras mujeres, hacia senectos y hacia niños. El propósito del texto fue nombrar a un tipo de violencia -que si bien no se ha extendido aún- al nombrarla la limitamos, y al limitarla, deseo que a todas y a todos nos motive a comprenderlo.

 

Referencias:

  • Cano, J. (2015). La mujer maltratadora. El tabú silenciado. En Psicodinámicajlc. Consultado el 2 de septiembre de 2015. Disponible en: http://www.psicodinamicajlc.com/articulos/jlc/muj_malt.html#.Ve4A3MtRHmI
  • Cerezo, H. (2005). El triángulo rescatador-víctima-persecutor. Implicaciones para los profesionales que atienden víctimas de violencia. En PsicoPediaHoy, 7(6). Consultado el 2 de septiembre de 2015. Disponible en: http://psicopediahoy.com/rescatador-victima-persecutor/
  • González Galbán, H; Fernández de Juan, T. (2014). Hombres violentados en la pareja. Jóvenes de Baja California, México. Culturales, Julio-Diciembre, 129-155.
  • Hernández Montaño, A. (2007). La participación de las mujeres en las interacciones violentas con su pareja: una perspectiva sistémica. Enseñanza e Investigación en Psicología, julio-diciembre, 315-326.
  • Kimmel, M. (1992). La reproducción teórica sobre la masculinidad: nuevos aportes, fin de siglo, género y cambio civilizatorio. Chile: Isis Internacional-Ediciones de las Mujeres.
  • Lammoglia, E. (2005). La violencia está en casa. Agresión doméstica. México, D.F: Grijalbo.
  • Lozoya, J. (1999) Política de Alianzas: El Movimiento de Hombres y el Feminismo. Jornadas Feministas. Almuñecar (Granada).
  • Marín, C. (2004). Conocimientos, actitudes y prácticas del personal de salud que atiende mujeres víctimas de violencia. San José, Costa Rica: Centro Americano de Población y Bill & Melinda Gates Foundation.
  • Perrone, R. y Nannini, M. (1997). Violencia y abusos sexuales en la familia: un abordaje sistémico y comunicacional. Buenos Aires: Paidós.
  • Rivera, L. (1998). Prevalencia de violencia de género en el ámbito conyugal. Cuernavaca, Morelos, México: Instituto Nacional de Salud Pública.
  • Rojas-Andrade, R., Galleguillos, G., Miranda, P., & Valencia, J. (2013). Los hombres también sufren. Estudio cualitativo de la violencia de la mujer hacia el hombre en el contexto de pareja. Revista Vanguardia Psicológica Clínica Teórica y Práctica, 3(2), 150-159.
  • Rojas-Solís, J. (2013). Violencia en el noviazgo de adolescentes mexicanos: Una revisión. Revista de Educación y Desarrollo, 27 49-58.
  • Toldos, M. (2013). Hombres víctimas y mujeres agresoras: La cara oculta de la violencia entre sexos. México, D.F: Cántico Editorial.
  • Trujano, P., Martínez, A., & Camacho, S. (2010). Varones víctimas de violencia doméstica: un estudio exploratorio acerca de su percepción y aceptación. Diversitas: Perspectivas en Psicología, 6(2), 339-354
  • Vilar, E. (1973). El varón domado. México, D.F: Grijalbo.
  • Walker, L. (2012). El síndrome de la mujer maltratada. Barcelona, España: Desclee de Brouwer.

 

Héctor Cerezo Huerta: Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesor-Investigador del Departamento de Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla. Profesor-Instructor de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Experto en Formación pedagógica y Psicología basada en evidencias. Soy UNAMor verdadero.

 

 

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