Hoy ampliamente conocido, el libro “El Origen de las Especies” en un principio tuvo que saltar varios escollos, primero para ver la luz y después para que la teoría fuese aceptada
De hecho este nombre con el que hoy se le conoce se le colocó hasta la sexta edición, publicada en 1872, 13 años después de que apareció la primera, el 24 de noviembre de 1859, con el titulo “On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida)”.
Durante la primera mitad del Siglo XIX la idea evolucionista había ido creciendo, pero en Inglaterra sus propuestas eran detenidas porque la comunidad científica de la época, y por tanto la generación de conocimiento, estaba ligada a la Iglesia de Inglaterra, mientras que la ciencia era parte de la teología natural.
Las ideas sobre la transmutación de las especies fueron controvertidas, ya que entraban en conflicto con las creencias de que las especies eran parte inmutable de una jerarquía diseñada y que los seres humanos eran únicos, sin relación con otros animales.
De hecho tras la Guerra Civil Inglesa (durante la cual monárquicos y parlamentaristas se enfrentaron de 1642 a 1651) propició que la Royal Society buscase fortalecer las teorías de creación única para ir en la tendencia de mostrar que la ciencia no era un peligro para la estabilidad política y religiosa.
Aún así la visión evolucionista fue creciendo y sustentándose. El abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, esbozó una hipótesis de la transmutación de las especies en la década de 1790 y Jean-Baptiste Lamarck publicó una teoría más desarrollada en 1809. Ambas preveían que la generación espontánea producía formas simples de vida que cada vez adquirían mayor complejidad, adaptándose al medio ambiente por cambios heredados de adultos causados por el uso o desuso.
El gran salto de Charles Darwin, para comprender, precisamente, la evolución de las especies, se dio cuando se embarcó en el HMS Beagle, invitado por Robert FitzRoy, el capitán de la nave, quien buscaba tanto un acompañante como alguien que fuese capaz de recoger información durante el viaje.
El resultado de este segundo viaje es ampliamente conocido. Darwin se adentró en la jungla preguntándose por el origen de su diversidad. Escaló montañas y encontró fósiles de conchas marinas: ¿había llegado alguna vez el nivel del mar a esa altura? ¿o era la corteza terrestre capaz de plegarse hasta ese punto? Capturó pájaros en distintas islas del archipiélago de las Galápagos y observó a las iguanas marinas. Hablaba de sus hallazgos con el Capitán FitzRoy hasta altas horas de la noche, debatiendo sobre la creación y tratando de asimilar estas pruebas que parecían contrarias a sus propias creencias.
A su vuelta a Inglaterra en 1836, Darwin vuelve a su casa de campo donde sigue ordenando y estudiando los materiales recogidos. El naturalista quería clasificar la variación prodigiosa que había observado, y también explicar cómo se había originado.
Durante esa etapa posterior en junio de 1858 recibió un escrito de Alfred Russel Wallace, quien le mandó sus conclusiones de sus estudios, primero en la cuenca del río Amazonas y posteriormente en el archipiélago malayo, mediante los cuales concluyó en la evolución de las especies por selección natural.
Ante la coincidencia de ideas decidieron presentar ante la Sociedad Linneana de Londres el 1° de julio de 1858 el trabajo en común al que se lo considera como el documento fundacional del evolucionismo genético. El trabajo fue leído en ausencia de ambos pues Wallace estaba todavía en Malasia trabajando y Darwin estaba de luto con su mujer por la muerte de su hijo de 19 meses de edad tan solo tres días antes.
El artículo no causó una sensación inmediata; sin embargo, fue aceptado para su publicación en las actas de la sociedad de ese mismo año.
Y el libro vio la luz el 24 de noviembre de 1859, con una redacción para lectores no especializados, por lo que suscitó un gran interés desde su publicación.
Como Darwin fue un científico eminente, sus conclusiones fueron tomadas en serio y la evidencia que presentó motivó que el debate científico, filosófico y religioso sobre el origen de las especies se reactivase.