Más allá de ser la materia prima de una entretenida tarde palomera, las películas que tratan sobre la creación de prodigiosos cíborgs o mutantes, malévolas criaturas extraterrestres que invaden la Tierra o alguna nave espacial, incluso el cuerpo humano, también son referentes útiles en análisis filosóficos en torno a nuestro origen, evolución y futuro.
Esa fue la propuesta de arranque de la ponencia “Sobre hibridaciones tecnológicas en el imaginario cinematográfico”, presentada por el doctor en filosofía Jorge Linares Salgado el 27 de noviembre en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en el marco del Congreso Internacional ‘Sin origen. Reflexiones naturales desde el arte, la ciencia y la filosofía’.
De acuerdo con el filósofo, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, las hibridaciones o cruzas entre nuestra especie con seres alienígenos o con dispositivos cibernéticos que vemos en los filmes, son la prefiguración de una nueva estética (percepción de la esencia y belleza) de los cuerpos humanos tras su fusión con lo otro.
Asimismo, son augurios de lo que podrían generar el bioarte y la biotecnología en los próximos años “producciones desafiantes, desequilibrantes, quizá monstruosas, porque rompen los límites de nuestra condición natural y nos invitan a repensar el sentido de la maleable y frágil naturaleza corporal que cimenta la identidad humana”, aseguró.
A lo largo de nuestra historia en la Tierra, hemos confeccionado y fijado ese imaginario en artefactos, relatos, así como en diversas formas de escritura y representaciones visuales –abundó el especialista-, de manera que ahora, a partir de los avances en el conocimiento de nuestro genoma y el de otros organismos, el cine de ciencia ficción, junto con otras expresiones, ha reforzado “la idea de que el tatuaje identitario de la humanidad está cifrado en las moléculas de la vida”.
Este hecho resulta paradójico –comentó Linares Salgado- pues por un lado, ha revelado nuestro profundo vínculo con los demás seres vivos, reafirmando así nuestra pertenencia a la comunidad biótica. Pero por el otro, la capacidad que hemos desarrollado para manipular y remodelar esa información genética “ha oscurecido nuestro destino; lo que podemos observar parece una configuración abierta, polimórfica, frágil y ambigua”.
De esta manera, “la imagen simbólica del humano es ahora, más que un signo acabado, un proyecto por el que la humanidad aspira a convertirse en otra cosa y constituye el efecto de una voluntad colectiva de parecernos a la imagen que ideamos de nosotros mismos”, propuso el especialista, la cual corresponde a la de una especie biotécnica “que se construye y se remodela en la misma medida en que transforma y reconfigura al resto de las especies y de los ambientes naturales”.
En su ponencia, Jorge Linares hizo un breve recorrido histórico de las principales concepciones que han dado lugar a las diferentes imágenes simbólicas de la humanidad y que son la base de nuestro actual imaginario.
Así, hemos atravesado por la concepción logocentrista que ve al hombre como cuerpo y mente; la espiritualista, típica de la religión judeo-cristiana, que separa aún más la unidad cuerpo-alma pues supone que hay en el humano elementos sobrenaturales. También se han desarrollado concepciones que nos ven como seres “carentes” e “indefensos” que necesitan armarse de instrumentos y de artefactos para sobrevivir; así como aquellas donde hay un proceso de naturalización que busca concebirnos como parte del conjunto de seres vivos.
En los últimos años, ha empezado a cobrar fuerza la concepción transhumanista, según la cual, la ciencia y la tecnología son la base para mejorar nuestra condición como especie. Esta nueva visualización -explicó Linares Salgado- ya ha suscitado en el imaginario social, académico y mediático escenarios futuros que van desde lo apocalíptico hasta lo más integrado; de manera que “hay quienes proclaman que el ser humano será capaz de controlar, reconfigurar y literalmente refabricar su propio cuerpo para generar nuevas capacidades físicas, genéticas, intelectuales, incluso morales”.
De acuerdo con el filósofo, estas proyecciones nos llevan necesariamente a cuestionarnos si nuestra ampliada capacidad tecnocientífica de transformación del entorno y de nosotros mismos amenaza o no nuestras concepciones polimórficas y estéticas sobre nuestra imagen humana.
Asimismo, nos hacen cuestionarnos sobre los límites que tenemos para manipular y reconfigurar ese entorno. Sobre este punto, el especialista reconoció que en la naturaleza no existe tal límite, “nosotros tenemos que fijarlo de algún modo precautoriamente” o de lo contrario nos enfrentaremos a las fatídicas consecuencias que deriven de la falta de prudencia o el exceso de ambición, como lo muestra el cine y la literatura. “Tenemos que reconocer que toda la naturaleza es cambio y transformación, pero hay un logos, un orden”.
Al respecto, comentó que hay casos donde se presentan posiciones contradictorias, como los de aquellas personas que son muy liberales en el plano biotecnológico pues aceptarían, por ejemplo, hacer cambios y transformaciones a su cuerpo, pero en plano cultural son muy etnocéntricos, al considerar que las culturas son absolutamente definitorias y fijas, que nadie puede transmutar de cultura, aunque eso sea relativamente fácil.
El bioarte quizá aborde esas contradicciones, sugirió el especialista, de cuando “aceptamos la transformación, la maleabilidad, la plasticidad de lo vivo, pero queremos aferrarnos a la no plasticidad de lo cultural”
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