Manuel Martínez Morales
En memoria de Raúl Cortés García, compañero universitario y excelente amigo.
En países donde la erudición verdadera o falsa tiene más prestigio
y está mejor recompensada que el talento,
la mala pedagogía florece con gran pompa
en todos los cotos de poder cultural.
Enrique Serna
Alan Sokal, a pesar de su estricta formación científica, siempre sintió una gran atracción por la magia. Le fascinaban los magos que extraían inesperados objetos y animales de sus peculiares sombreros. Un día, siendo ya profesor de Física en la Universidad de Nueva York, se encontró casualmente dentro del camerino de un famoso mago; al ver el sombrero sobre la mesa no resistió la tentación y, después de examinarlo por todos lados, metió la mano dentro y…¡sorpresa! extrajo un blanco conejo de muy buen tamaño. La historia es la siguiente.
A Sokal le preocupaba el que amplios sectores de los medios académicos hubiesen adoptado, hacia finales del siglo pasado, la posición filosófica del «posmodernismo», caracterizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalista, por elaboraciones teóricas desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es nada más que una «narración» o un «mito». Así pues, al físico de la Universidad de Nueva York, se le ocurrió jugar al mago, para divertirse nada más, metió la mano en el sombrero: escribió un artículo parodiando el tipo de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años, textos en los cuales proliferan las afirmaciones sin sentido e incoherentes pero plagadas de términos pseudocientíficos (conciencia cuántica, universo caótico, etcétera), y lo envió a Social Text una revista posmoderna de moda. El título del artículo: «Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica». Y hete aquí que el conejo saltó fuera del sombrero: el artículo fue publicado.
El artículo de Sokal estaba plagado de absurdos, adolecía de una absoluta falta de lógica y, por si fuera poco, postulaba un relativismo cognitivo extremo: empezaba ridiculizando el «dogma», ya superado, según el cual «existe un mundo exterior, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano e incluso de la humanidad en su conjunto». Mediante una serie de saltos lógicos desconcertantes llegaba a la conclusión de que «el pi de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad.»
Al poco tiempo de publicado el artículo, Sokal dio a conocer que se trataba de una parodia, lo que provocó una airada reacción por parte de la educada academia «posmodernista». Según uno de sus críticos, Sokal no era más que un científico pedante y sin sentido del humor, y que su artículo era como corregir errores gramaticales en cartas de amor. Incluso fue acusado de falta de ética por haber enviado el paródico trabajo a Social Text. Todavía no para el clamor en contra de quien descubrió al conejo dentro del sombrero, y no es para menos, pues el artículo de Sokal se construyó analizando y tomando textos de varios de los grandes santones del posmodernismo como Jaques Lacan, Julia Kristeva, Giles Deleuze y Félix Guattari.
El trabajo de Sokal, publicado en 1996, dio origen a una larga y acalorada polémica que aun persiste en los medios académicos. Yo me enteré de ella a través de la publicación Notices of the American Mathematical Society, dirigida principalmente a matemáticos y profesores de matemáticas. En ese tiempo se publicaron numerosos artículos y cartas a favor y en contra de la postura de Sokal y todavía se sigue tocando el tema.
Actualmente sigue teniendo presencia la corriente posmodernista en los círculos académicos, particularmente en lo concerniente a desacreditar toda noción de verdad objetiva y a abusar de extrapolaciones y analogías exageradas entre las ciencias naturales y exactas y las ciencias sociales y las humanidades. Así, no ha faltado quien diga que del principio de incertidumbre de Heisenberg se infiere que los electrones tienen libre albedrío, o que la personalidad de un neurótico tiene la forma topológica de una dona. Sokal no hizo más que seguir consecuentemente esta forma de argumentar, si es que así pudiera llamársele.
Si todo da igual, si no quieren aceptarse los criterios de verdad arduamente construídos por la tradición científica de los últimos cinco siglos, entonces da lo mismo enseñar la teoría de la evolución que la creación según el Génesis, enseñar mecánica cuántica que doctrinas sobre la libertad de los electrones. El riesgo es grande, aceptar los dogmas del posmodernismo conducen al olvido de la historia; olvidar la historia es despojar a los conceptos y a las teorías científicas y filosóficas de todo valor cognitivo, y aceptar esto último es abrir el camino para la imposición del pensamiento único, clave esencial del fascismo.
El posmodernismo encierra todavía muchos conejos en su sombrero mágico. En Imposturas Intelectuales, de Alan Sokal y Jean Bricmont, (Ed. Paidós, 1999), puede encontrarse el artículo original de Sokal, la historia del debate que provocó y un tratamiento detallado de sus ideas sobre el posmodernismo a partir del análisis de autores como Lacan y los otros ya mencionados.
Los trucos posmodernos siguen permeando la pedagogía y la academia hasta la fecha. Por lo pronto busco refugio en la compleja complejidad del hipercomplejo pensamiento complejo transmoderno.
¿Reir, llorar o poner las cosas en su lugar? ¡qué hueva!