Kobayashi Takanobu, investigador y maestro de japonés que actualmente radica en Querétaro, dictó la conferencia “Fukushima: La verdad oculta” en el auditorio de la Facultad de Psicología de la Universidad Veracruzana, durante la cual reflexionó acerca del impacto social y ecológico que hubo a raíz del accidente en la planta nucleoeléctrica.
Recordó que el 11 de marzo de 2011 quedó grabado en la historia de Japón: tras el terremoto, que a su vez originó un tsunami, la planta de Fukushima sufrió severos daños, se registró una fuga radioactiva y a la fecha los daños a la salud ocasionados por este suceso no han sido controlados en su totalidad.
Durante su charla, Kobayashi Takanobu habló de las vivencias y problemas que han enfrentado quienes habitan o habitaron en las cercanías de la central nuclear, así como del manejo que el gobierno ha dado a las afectaciones.
Expuso que no obstante que a los ojos del mundo “el problema fue controlado, la verdad oculta es que los reactores siguen en actividad y, por los vientos dominantes, se sigue contaminando gran parte del territorio de Japón”.
El investigador, que combina sus estancias entre Japón y México, precisó que luego del accidente de Chernóbil –el 26 de abril de 1986–, el de Fukushima es el segundo más grave del que se tiene registro; esto pone de manifiesto que si bien es cierto que la humanidad requiere de avances en la tecnología, ésta aún no es controlada por el hombre, aún en países de primer mundo como Japón.
Apuntó que para marzo de 2011 ese país contaba con 54 plantas nucleoeléctricas, de las cuales cuatro presentaban algún problema, y en la actualidad la cifra rebasa las 57 plantas que están bajo una estricta vigilancia.
Sin embargo, derivado del accidente de Fukushima, dijo que de los más de mil 900 municipios japoneses, 110 presentan contaminación severa, lo que lo llevó a reflexionar que para la terminación del tratamiento del magma fundido se requieren de 30 a 40 años, aunque algunos especialistas estiman que se necesitarán más de 100 años, y para la extracción de residuos radioactivos se requerirán dos, tres o más años.
Ante estos riesgos, Kobayashi destacó que algunos ciudadanos japoneses están optando por producir su propia electricidad, ejemplificando el caso de Chikako Fujii, habitante del poblado de Kunitachi que instaló un panel solar en su casa, apostando con ello a la energía considerada como “limpia”.
En contraparte, indicó que en Japón operan cerca de 5.5 millones de máquinas expendedoras de productos, y que para su funcionamiento se requiere el equivalente a la producción de energía que pueden generar dos plantas nucleares.