Manuel Martínez Morales
El número π (pi) es la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro, en geometría euclidiana. Es un número irracional y una de las constantes matemáticas más importantes. Se emplea frecuentemente en matemáticas, física e ingeniería.
El valor numérico de π, truncado a sus primeras cifras, es el siguiente:
π = 3,14159265358979323846…
Se trata de un número irracional, lo que significa que no puede expresarse como fracción de dos números enteros, como demostró Johann Heinrich Lambert en 1761. También es un número trascendente, es decir, que no es la raíz de ningún polinomio de coeficientes enteros. En el siglo XIX el matemático alemán Ferdinand Lindemann demostró este hecho, cerrando con ello definitivamente la permanente y ardua investigación acerca del problema de la cuadratura del círculo indicando que no tiene solución. No sólo es trascendental sino que no puede ser aproximado por una secuencia de racionales.
El valor de π, cuya expresión está formada por una sucesión infinita y no periódica de dígitos se ha obtenido con diversas aproximaciones a lo largo de la historia, siendo una de las constantes matemáticas que más aparece en las ecuaciones de la física. Se sabe que desde el año 1900 A.C. en Egipto se hicieron los primeros intentos por desarrollar algoritmos para calcular pi con alguna aproximación; es decir se idearon fórmulas para calcular determinado número de cifras de dicho número.
En fin pi es un número que oculta un asombroso universo.
Desde el diseño de la primera computadora se empezaron a desarrollar programas para el cálculo del número π con la mayor cantidad de cifras posible. De esta forma, en 1949 un ENIAC fue capaz de romper todos los récords, obteniendo 2037 cifras decimales en 70 horas. En el año 2011, se hallaron más de diez billones de decimales de pi mediante el uso de una supercomputadora.
El número pi tiene infinitos decimales. Ha sido y es una ardua empresa calcularlos. Una labor quizá tan bella como inútil. Tan superfluo como coronar el Everest o atravesar el Atlántico en una chalupa –se ha dicho- pero esencial en el conocimiento que el hombre tiene de la naturaleza.
David McDonald ha ido un paso más allá en el debate y ha puesto su creatividad al servicio de la música matemática. El pianista escocés ha tomado la escala de La menor armónica (con la séptima nota alterada) y ha puesto a cada nota un número del 1 al 8, añadiéndole dos notas más (un sol sostenido grave y un si agudo) para completar las diez cifras posibles. Como puede verse por los preparativos, la vinculación entre la música y la ciencia matemática nunca había sido tan evidente.
A partir de ahí, la melodía y los acordes resultantes son la simple traslación de los primeros decimales del número Pi al terreno musical en correspondencia con los números asignados a las notas del teclado. Para dotar de mayor espectacularidad a tan curiosa pieza, McDonald no se restringe a un solo intervalo sino que va alterando las escalas a partir del La 2, 3, 4 y 5 (en base al índice acústico franco-belga, siendo el La 2 el más grave y el 5 el más agudo). Juzgue el resultado usted mismo. (http://socialmusik.es/musica-numero-pi/)
Desde luego, el oyente se queda con la boca abierta al escuchar cómo se va originando una melodía perfectamente coherente sirviéndose únicamente de números y cómo incluso se aprecian varios temas que se repiten eventualmente con algunas variaciones, cual si de un complejo trabajo de composición se tratara. Habrá quien piense que esta música carece de alma pero ello no contesta tajantemente a la gran pregunta: ¿son las matemáticas tanto o más efectivas que el genio humano para componer?
Resulta –especula Mané, mientras da un trago a su helada cerveza- que no sólo las matemáticas más elementales abren ventanas al orden oculto de las cosas. El mundo como lo percibimos –el mundo fenoménico- es solamente la fachada de un orden a la vez asombroso y terrible, pues si un número tan desabrido como pi, nos da paso no solamente a descubrir regularidades físicas tras lo aparente, sino que encierra una melodía maravillosa, ¿a dónde nos puede conducir la investigación científica y matemática si hacemos el intento de penetrar este orden oculto? Puede ser que ni tan oculto, pues ya Hegel, Marx, Luckács y más tarde Kosik, han señalado que el objetivo de la ciencia y la filosofía es pasar del fenómeno a la esencia, de lo aparente a lo real mediante la reflexión abstracta, esto es la teorización, tan relegada en nuestras aulas en tiempos neoliberales: ¡Qué no te importe la ciencia! Ni la uses. Para que medir sillas y mesas, úsalas… ha sentenciado algún poeta.
La reflexión, en el sentido arriba aludido, no sólo nos permite ver el orden oculto en los números sino también, si nos aplicamos a ello, a comprender nuestra realidad social y a develar las intenciones de los políticos de todo signo, ocultas tras su retórica discursiva, su demagogia y sus decálogos de buenas intenciones.
Por ejemplo, casi todo mundo piensa que Donald Trump y Enrique Peña Nieto son estúpidos, ingenuos, dogmáticos y que toman decisiones equivocadas (a lo pendejo) que afectan a millones de personas. Eso es lo aparente, lo que parece que és; para llegar a la esencia, en estos casos, hay que seguir la ruta del dinero.
Por ejemplo, según la investigadora Silvia Ribeiro, uno de los principales factores en que se apoyó Donald Trump en campaña –y que ahora usa para justificar absurdas medidas antimigrantes, altos impuestos a las importaciones y otras– fue la promesa de reducir la pérdida de empleos.
Sin embargo, según las estadísticas oficiales de Estados Unidos, la mayor parte de la pérdida de empleos en Estados Unidos se debió al aumento de automatización y robotización de las industrias. Estados Unidos produce ahora 85 por ciento más bienes de los que producía en 1987, pero con una planta laboral de dos tercios de la que existía entonces. La proyección es que con mayor uso de sistemas de inteligencia artificial, la automatización se expandirá a más industrias y sectores, eliminando más puestos de trabajo.
Las industrias que anunciaron recientemente que se quedarán o relocalizarán plantas a Estados Unidos, como Ford y General Motors, ya tienen una parte importante de su producción automatizada y van por más. Gran parte de los supuestos nuevos puestos de trabajo que crearán serán en realidad realizados por robots. General Motors se ufana de ser la empresa automotriz que más ha invertido en nuevas tecnologías, incluyendo el desarrollo de vehículos no tripulados, lo cual también redundará en menos puestos de trabajo (choferes, distribución de productos y otras ramas).
Carrier, que anunció que dos plantas de producción de equipos de aire acondicionado se quedarán en Estados Unidos en lugar de instalarse en México (lo cual se presenta como logro de Trump), reconoció a la prensa que los incentivos fiscales que Trump le prometió serán usados para aumentar notablemente la automatización de sus plantas, con lo cual aumentará sus ganancias a mediano plazo, pero reducirá los puestos de trabajo.
Ya como presidente electo, el New York Times preguntó a Trump si los robots iban a remplazar a los trabajadores que votaron por él. Trump reconoció alegremente: lo harán, pero nosotros vamos a construir los robots también. Entonces, detrás de la retórica antimigrante se encubre el proceso de creciente automatización de la producción, de la cuál por supuesto que los gringos quieren estar a la cabeza. Si los chinos se dejan, pues el país con mayor fabricación de robots industriales en el mundo es China, que ya ha realizado grandes inversiones para ser además el primer productor global de robots aplicados a la agricultura y a nuevos campos de manufactura industrial. (Trump, empleo y robots. http://www.jornada.unam.mx/2017/02/18/opinion/019a1eco)
Y de esta robotización, oculta tras la supuesta estupidez y dogmatismo de Trump, poco se habla. Este proceso de creciente y rápida automatización de los procesos productivos tendrá consecuencias probablemente mucho más graves y devastadoras para el mundo que la deportación de millones de migrantes, medida de por si deplorable y también inhumana devastadora.
Pues el traslado de grandes plantas de manufactura industrial a México y otros países del sur en las últimas décadas se debió a que las trasnacionales encontraron así formas de aumentar exponencialmente sus ganancias, explotando una situación de bajos a ínfimos salarios, pésimas condiciones y derechos laborales y terreno impune para la contaminación y devastación ambiental, además de ahorrarse el pago de impuestos en su sede. Todo lo cual fue asegurado y aumentado con los tratados de libre comercio. La vuelta de algunas plantas industriales a Estados Unidos se basa en una revaluación de sus ventajas comparativas a partir de las crisis actuales. Seguramente, la amenaza de Trump de colocar altos impuestos a las importaciones es un componente, pero la nueva ola de automatización inteligente juega un rol clave. Si Trump, como prometió a las empresas, les subvenciona con dinero del erario un desarrollo más rápido hacia la nueva generación de automatización inteligente, esto sin duda forma parte de la ecuación de ganancias de esas empresas. Claro que también le sirve a Trump como supuesta demostración de fuerza y como imagen de que está revirtiendo la pérdida de empleos.
Pero las predicciones sobre la cantidad de empleos que se perderán por la aplicación industrial de nuevas formas de robótica e inteligencia artificial en ese país varían de 9 a 47 por ciento, según el estudio que se tome de referencia. A nivel global, recientes reportes de la OCDE, la Universidad de Oxford y el Foro de Davos –entre los más citados en el tema–, todos prevén mayor pérdida neta de empleos de la que ya ha ocurrido, tendencia que afirman se ha acelerado desde 2000. UNCTAD, el organismo de Naciones Unidas sobre comercio y desarrollo, prevé que en los llamados países en desarrollo hasta dos tercios de los empleos pueden ser sustituidos por robots.
Pero la automatización y la robótica están lejos de ser novedades. La novedad es el salto exponencial en el desarrollo de la inteligencia artificial y la convergencia con esa y otras nuevas tecnologías, como nano y biotecnología, que se está expandiendo más allá de la fabricación industrial, a la agricultura y alimentación, transporte, comunicación, servicios, comercio, industrias extractivas, entre otros sectores claves; con múltiples impactos ambientales, a la salud, y también sobre el empleo.
Y según los reportes mencionados, la expansión de la nueva ola de automatización inteligente eliminará más empleos de los que generará, afectando también sectores distintos de los que ya venían siendo sustituidos por ella.
Si le rascamos un poquito, balbucea Mané después de su tercera chela, con los instrumentos analíticos apropiados encontraremos cuál es el son al que bailan y quien paga la música. Las aparentemente aberrantes medidas de Trump contra la población de inmigrantes en su país, las “Reformas Estructurales” que Peña Nieto está imponiendo en México, obedecen a lógicas muy precisas y un tanto ocultas.
El asunto es que, cómo en el caso de la música de pi, hay que dar con la clave precisa que nos permita descubrir el orden oculto tras las fingidas faramallas de Trump y Peña. El ejercicio no es nada fácil. Habrá que echar mano, como se dijo, de los instrumentos analíticos apropiados.
Y es ahí donde la puerca tuerce el rabo, alcanza a medio decir el Mané, pues para acometer esta tarea no es suficiente con suscribir panfletos de protesta o asistir a marchas contestatarias. Habrá que entrarle, como académicos, a las matemáticas de la complejidad, la inteligencia artificial, la economía y la sociología mediante el trabajo inter y multidisciplinario. Para comenzar –finaliza el parroquiano frecuente de Las Glorias de Poncho el Sabio- ahí les dejo de tarea que se lean aunque sea por encimita el librillo “The Hidden Order”, de John Holland, reconocido especialista en inteligencia artificial, para comenzar a adquirir los conceptos básicos y entrarle al toro.