¿Te gustan los dulces, en especial los bombones o chocolates? ¿Tendrías suficiente fuerza de voluntad para no comerte al menos uno o cederás al impulso en un momento de extremo antojo o placer? Si no te gustan los dulces, piensa entonces un dilema similar entre la fuerza de voluntad y el impulso; ¿unos ojos claros?, ¿un chico o chica inteligente?, ¿un cigarro?, ¿una copa del mejor vino?, ¿una voz seductora?, ¿un beso robado?, ¿un libro genial?, ¿la ropa o el viaje más deseado?


Una dulce tentación

En los años 60, el Dr. Walter Mischel, Psicólogo mundialmente conocido por sus aportes en cuanto a la relación entre emoción y cognición, a la psicología social y de la personalidad realizó un experimento muy simple pero efectivo en la Universidad de Stanford denominado “Marshmallow Test”. Mischel, estudió a un grupo de niños y niñas prescolares a los que entrevistó individualmente en una habitación sin ningún punto de distracción, y a los que obsequió un malvavisco o bombón comentando que debía salir de la sala por unos cuantos minutos sin antes decir la siguiente consigna: “Si lo desean se pueden comer el bombón, pero si me puedes esperar unos minutos te daré dos malvaviscos”. Ante tal escenario, los resultados observados en los niños fueron reveladores. Hubo niños que no pudieron esperar y se comieron el malvavisco inmediatamente, mientras que otros niños supieron “controlar” sus impulsos y recibieron el segundo bombón como premio.

Hasta aquí los resultados de investigación ya eran interesantes, sin embargo el experimento continuó longitudinalmente durante catorce realizando un seguimiento escolar de estos niños que se convirtieron en adolescentes. En este momento, el Dr. Mischel realizó una segunda evaluación y descubrió que aquellos niños impulsivos ahora presentaban una baja autoestima y umbrales muy bajos de frustración, mientras que los otros niños que habían tolerado la “espera” y postergado la satisfacción inmediata se habían convertido en personas con mayor autocontrol y con mejores competencias sociales y emocionales e incluso con mayor éxito académico.

La «prueba del malvavisco» ha sido criticada por constituirse como una medida incierta sobre su poder predictivo de futuros problemas del comportamiento, pero indudablemente ayudó a comprender la capacidad de los seres humanos de postergar la satisfacción. Mischel planteó que a nivel mental, tenemos dos sistemas; un “sistema frío” de naturaleza cognitiva que nos permite pensar, reflexionar, planear y ejecutar acciones y metas racionales. El “sistema caliente” es radicalmente impulsivo y profundamente emocional, precipitado y automático al que poco le importan las implicaciones a largo plazo de nuestro comportamiento. A partir de tales hallazgos se desarrolló una línea de investigación profusa en la psicología que ha intentado responder como se relacionan la emoción, la razón y la toma de decisiones, y entre los paradigmas sobresalientes encontramos la propuesta neurocientífica de Antonio Damasio, quién ha propuesto que la emoción precede a la razón.

 

La propuesta de Antonio Damasio

Una emoción es un estado afectivo, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos -fisiológicos y endocrinos- de origen innato pero simultáneamente influido por la experiencia. Al respecto Scherer (1993) propone que las emociones están formadas por una triada de componentes, las cuales son:

Esquema 1
  • La activación fisiológica intensa del sistema nervioso se refiere a cambios inmediatos en el pulso, ritmo cardiaco, presión arterial y en general en las funciones autónomas o vegetativas.
  • La conducta expresiva facial se asocia a cambios en el rostro y todos los códigos no verbales (corporales) resultantes de una emoción.
  • La sensación subjetiva experimentada por el sujeto se refiere a las creencias, significados e interpretaciones que una persona otorga a una emoción determinada.

Por tanto, las emociones son procesos que sobrevienen súbita y bruscamente y que involucran un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo y que por tanto, influyen en el modo en el que se percibe cualquier evento vivido.

Respecto al tipo de emociones que los humanos tenemos, Plutchik (1980) identificó y clasificó la tipología emocional y propuso que los animales y los seres humanos experimentan ocho categorías básicas de emociones que motivan varias clases de conducta adoptiva. Éstas son: temor, sorpresa, tristeza, disgusto, ira, esperanza, alegría y aceptación; cada una de éstas nos ayudan a adaptarnos a las demandas de nuestro ambiente aunque de diferentes maneras. Según Plutchik (1980), las diferentes emociones se pueden combinar para producir un rango de experiencias aún más amplio. La esperanza y la alegría, combinadas se convierten en optimismo; la alegría y la aceptación nos hacen sentir cariño; el desengaño es una mezcla de sorpresa y tristeza.

La cantidad de teorías que intentan explicar el papel de las emociones en la cognición resultan innumerables y extensas, y no es el propósito explicar detalladamente cada una de ellas, por lo que en el siguiente esquema solo se presentan una serie de ideas claves de los paradigmas y autores más representativos de las emociones humanas, pues el modelo que nos interesa abordar es el propuesto por el neurocientífico cognitivo Antonio Damasio.

Esquema 2

Al margen de las teorías anteriores, el paradigma propuesto por el Dr. Antonio Damasio resulta pionero en cuanto a la investigación de las relaciones existentes entre las emociones y los sentimientos, la neurofisiología cerebral, la educación y la psicología. Muchos de sus planteamientos los ha dejado patentes en libros como: “El error de Descartes” (1996) y “En busca de Spinoza” (2009), materiales que resultan obligatorios consultar y leer para que amplíes la presente explicación. 

Damasio explica que las emociones proporcionan los criterios esenciales  sobre los cuales se basan el  proceso racional de toma de decisiones sobre nuestras vidas. Damasio profundiza sus investigaciones la emoción y la razón a partir de su experiencia clínica y de rehabilitación con un paciente con un síndrome neurológico (Eslinger y Damasio, 1985). A “Elliot” como se refería Damasio a su paciente se le identificó un tumor benigno que crecía en el perímetro de la corteza prefrontal u orbitofrontal  (en la parte superior de las órbitas oculares) y que por desgracia comprimía los lóbulos frontales hacia arriba, por lo que resultó necesario realizarle una cirugía cerebral y extirpar esos tumores. Elliot fue operado exitosamente e incluso su sintomatología fue gradualmente desapareciendo, sin embargo hubo un pequeño detalle  que a todo mundo llamaba la atención.

Previo a la cirugía, “Elliot” era un adulto dedicado a los negocios, emprendedor, enérgico y con gran inclinación a la vida familiar. Si algo lo caracterizaba según reportaron sus familiares era su iniciativa y la forma en como enfrentaba las situaciones laborales. Sin embargo, posterior a la cirugía mucha cosas empezaron a cambiar, pues si bien intelectualmente continuó bastante lúcido y hábil; ahora era incapaz de tomar decisiones simples y complejas, tales como ¿qué ropa usar?, ¿qué comer?, trabajar o quedarse en casa? o ¿cómo planear la economía familiar?, perdió el trabajo por su incapacidad para realizar actividades complejas relacionadas con su profesión, los negocios que intentaban terminaban en la ruina, volviéndose sumamente arriesgado a tal grado que invirtió su capital con un socio que resultó ser un fraude. Se divorció de su primera mujer, se volvió a casar y se divorció de nuevo. Por último, sin dinero, ni empleo, la seguridad social se negó a otorgarle un  subsidio por invalidez y terminó viviendo bajo la tutela de un hermano (Eslinger y Damasio, 1985).

A partir de esta experiencia Damasio y sus colaboradores (1995) se preguntaron dos cuestiones: 

¿Cómo explicar esta divergencia entre emoción, razón y decisión? y

¿Por qué “Elliot” actuaba como un simple espectador de sus propias vivencias?

Paulatinamente descubrieron que la corteza órbitofrontal regula la planificación de la conducta en relación con la recompensa y el castigo y que además se asocia a la integración de las emociones en el proceso de toma de decisiones y que cuando nos vemos en la necesidad de tomar decisiones acostumbramos reaccionar emocionalmente ante una situación dada. Dicha reacción emocional se manifiesta en nuestro cuerpo como “marcadores somáticos”, es decir; cambios en el sistema nervioso vegetativo o autónomo como respuesta a una alerta fisiológica.

Damasio (1996) insiste en postular que la razón no puede desligarse de su contexto emocional y que de acuerdo a las emociones que sentimos se determina la forma en como nos movemos. Ante una situación cualquiera tenemos varias opciones para comportarnos; la corteza prefrontal es capaz de crear una representación muy fugaz de los diversos escenarios que pueden producirse como consecuencia de las distintas decisiones. Esto implica que “decidir” resulta un proceso en el que estructuras cerebrales múltiples participan en una brevedad de tiempo colaborando las zonas prefrontales, la corteza somatosensorial y los sistemas más primitivos y profundos del cerebro como la amígdala y el sistema límbico.

“Decidir” provocaría entonces que muchos sectores cerebrales se “encendieran” y nos proporcionen ciertas claves de cómo serían las cosas si tomáramos la decisión A, B, C, D o Z. Ahora lo sorprendente de la propuesta de Damasio es que explica que tales “claves, escenarios o imágenes”, no sólo nos informan de las consecuencias de la situación, sino que también nos sirven para mostrarnos un ejemplo o un esbozo de la reacción emocional que nos provocaría la situación real, y esta “probadita” incluye un anticipo de las sensaciones, sentimientos y reacciones viscerales y fisiológicas propias de la emoción.

Esquematicemos la “hipótesis del marcador somático” propuesta por Damasio:

Esquema 3

Emoción, razón y decisión

En las ciencias cognitivas siempre se ha otorgado mayor relevancia a las dimensiones racionales del ser humano. Incluso, durante cientos de años se consideró que las emociones eran simplemente impulsos meramente fisiológicos y episódicos que se contraponían a la cognición y al raciocinio, sin embargo la psicología cognitiva, la neurociencias, la filosofía, la antropología, la psicología e incluso una ciencia “híbrida” relativamente novedosa; la medicina conductual han demostrado empírica y experimentalmente que las emociones tienen un papel discreto pero estratégico en la percepción del mundo, en la motivación, en nuestros procesos adaptativos, en el proceso  de salud y enfermedad física y mental, en nuestras experiencias afectivas, en nuestros pensamientos y toma de decisiones.

Emoción, razón y decisión son componentes de un proceso indivisible. En este sentido Damasio (1996) nuevamente explicaría mediante la hipótesis del “marcador somático”, cómo el cerebro envía una señal en forma de sensación apreciable en nuestro cuerpo (somestesia), que nos permite tomar mejores decisiones y realizar un análisis rápido y efectivo de las opciones disponibles ante un escenario determinado. Usando una analogía, es como si nuestro cuerpo nos “hablara o se comunicara” o enviara una señal mediante sensaciones somáticas como respuesta a determinados estímulos, lo cual nos permite hacer más eficientes nuestros procesos de toma de decisiones y razonamiento.

Es importante mencionar que la emoción mantiene estrechas relaciones con otros procesos cognitivos, tales como el pensamiento, la memoria, la atención, la motivación, la percepción y el aprendizaje. Ejemplifiquemos tales relaciones con una situación por desgracia muy común en todos nosotros.

  • ¿Recuerdas la última vez que te enojaste intensa y profundamente?
  • ¿Qué generó ese enojo?
  • ¿Cómo te sentiste?
  • ¿Cómo lo resolviste?
  • ¿Aún sigues enojado?
  • ¿Sabías que cuando te enojaste o estresaste elevaste hasta tres mil veces los riesgos a tu salud?
  • ¿Sabías que en ese estado emocional tu cuerpo elevó la producción de “micro-enfermedades subcelulares”?
Imagen 4

A nivel fisiológico ese enojo provocó que tu corazón bombeará más sangre y con mayor rapidez y la enviara a los músculos de tu cuerpo por si había necesidad de correr o defenderse. También se crearon más plaquetas y se puso en marcha

el sistema inmunológico por si había alguna herida en tu cuerpo. Así también, se provocó fatiga y hambre, las células cargadas de los lípidos liberaron grasa en tu flujo sanguíneo, las paredes de las arterias se deterioraron levemente y la grasa acumulada se transformó en colesterol “malo o nocivo”.

¿Suficiente o continuamos?…A nivel psicológico, el enojo como una emoción básica alteró tu atención y concentración, se activaron o desactivaron ciertas redes asociativas relevantes en la pensamiento y memoria, por lo que algunos recuerdos se intensificaron o provocaron que lamentablemente algunas imágenes, sonidos, olores y sensaciones aun no los puedas olvidar o procesar de una forma más sana.

¿Después de enojarte no tenías ganas de hacer ciertas cosas o literalmente te sentiste anhedónico? –sin placer, sin deseos y sin voluntad- Ello se debió a la influencia del enojo en tu motivación. ¿Intentaste escribir, leer o resolver una tarea de la universidad inmediatamente después de haberte enojado?, ¿Fue difícil? Nuevamente dicha emoción –aquel enojo- influyó en tu aprendizaje y tu capacidad para almacenar información, modificar tu comportamiento y orientarte a la experiencia externa.

Ya no te enojes, ni te preocupes; los momentos de felicidad, la risa y en especial el enamoramiento producen más “micro-reparadores” y “micro-rejuvenecedores” que mejorarán tu nivel de vida, así que sonríe, cuida tu dieta, haz ejercicio, enamórate, besa, toca y practica responsablemente tu sexualidad y erotismo, pues hasta donde sabemos ésta parece ser la clave de la felicidad.

 

Inteligencia emocional

Soy sobreviviente de un campo de concentración. Mis ojos vieron cosas que ninguna persona debería presenciar: cámaras de gas construidas por ingenieros capaces y eficientes, niños envenenados por médicos experimentados y conocedores, recién nacidos asesinados por enfermeras bien adiestradas, mujeres y niños muertos e incinerados por jóvenes competentes, egresados de la escuela secundaria y universidad. Por tanto, me muestro suspicaz cada vez que me hablan de lo que significa la educación para el hombre. Por eso, quiero hacerles la siguiente petición; ayuden a sus alumnos a volverse seres humanos. Sus esfuerzos no deben dirigirse a producir monstruos eruditos, psicópatas educados, hombres instruidos y educados. La lectura, la escritura, la ortografía, la historia y la aritmética sólo son importantes si sirven para que nuestros alumnos sean más humanos”.

(Testimonio de un sobreviviente del holocausto).

Fuente: Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Cairos.

Hace casi 150 años, los psicólogos emprendieron los primeros intentos de definir la inteligencia y de crear pruebas que pudieran medirla. El grito de guerra de aquellos colegas pareciera haber sido: “Si no lo puedes medir…ignóralo”. Durante decenas de años, se pensó que la inteligencia era una función cognitiva innata e inamovible y poco susceptible de ser entrenada o educada; la inteligencia humana era considerada simplemente una manifestación de las capacidades cognitivas.

La pregunta que guio las investigaciones fue ¿Qué tan inteligente eres? y por ello éstos fueron los tiempos gloriosos del coeficiente intelectual (CI) donde la gente era inteligente o no, nacía o no inteligente y no había mucho que hacer al respecto. Un avance fundamental en el combate a estas ideas fue el planteamiento de Howard Gardner (1995) sobre la teoría de las inteligencias múltiples, la cual propuso que la inteligencia no es un proceso unidimensional, sino una capacidad que se puede desarrollar y que todo ser humano tiene una combinación única de nueve tipos de habilidades intelectuales. No niega el componente genético, pero esas potencialidades se van a desarrollar de una manera o de otra dependiendo del medio ambiente, nuestras experiencias y la educación recibida. Ahora la pregunta era: ¿En qué eres inteligente?

A partir del movimiento que inicia la crítica a las posturas psicométricas de la inteligencia e inspirado en las ideas de Gardner, Daniel Goleman propone la noción de inteligencia emocional (IE), la cual presenta un modelo humanista de “ser inteligente”, ubicando las emociones en el centro de la vida del hombre. Al respecto Goleman (1995) explica: 

“En cierto sentido tenemos dos cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencias: la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está determinado por ambas; lo que importa no es sólo el CI sino también la IE (…)”.

Sus ideas plantean un equilibrio inteligente entre razón y sentimientos, cerebro y corazón, pero se debe saber utilizar la emoción de manera inteligente en el que habilidades tales cómo ser capaz de motivarse y persistir frente a las decepciones, controlar el impulso y demorar la gratificación, regular el afecto y evitar que las enfermedades disminuyan la capacidad de pensar, mostrar empatía y abrigar esperanzas (Goleman, 1995). En otras palabras, la disposición emocional de las personas determina sus habilidades cognitivas globales. Por ello, existen personas con mayor conciencia de sí mismo, autorregulación, motivación y empatía, persistencia en los proyectos y habilidad para mantener esperanzas. 

Esquema 5

En opinión de Goleman (1995) los seres humanos llegamos incompletos a este mundo ya que si bien la genética nos ha proporcionado una serie de rasgos y tendencias que determinarán invariablemente algunos aspectos de nuestra existencia, será nuestra interacción con el contexto interno y externo, la que completará nuestro perfil humano de tal forma que cada uno de nosotros seremos únicos e irrepetibles. En este proceso, las emociones juegan un papel fundamental.

Desde la postura de Álvarez (2001), investigaciones recientes han dado la razón a lo teorizado por Goleman, particularmente en lo referente a que un coeficiente intelectual alto no es sinónimo de éxito, ni un coeficiente intelectual bajo es garantía de fracaso, más bien el éxito radica en la posibilidad de expresar nuestros sentimientos e incluso comprenderlos. Por ello, el analfabetismo emocional en nuestra sociedad se está manifestando de formas trágicas en los últimos años, en comportamientos concretos como la ansiedad, la violencia, el estrés incontrolable, los trastornos alimenticios; anorexia y bulimia, el consumo de drogas, e incluso ante la presencia de profesionales conflictivos que se desgastan en inútiles luchas internas que les impiden no sólo establecer relaciones saludables con los demás, sino también con ellos mismos.

Finalicemos con un ejemplo representativo y dramático de la relación entre emoción, razón y decisión.

Melburn McBroom era un jefe autoritario y dominante que tenía atemorizados a todos sus subordinados, un hecho que tal vez no hubiera tenido mayor trascendencia si su trabajo se hubiera desempeñado en una oficina o en una fábrica. Pero el caso es que McBroom era piloto de avión.

Un día de 1978, su avión se estaba aproximando al aeropuerto de Portland, Oregón, cuando de pronto se dio cuenta de que tenía problemas con el tren de aterrizaje. Ante aquella situación, McBroom comenzó a dar vueltas en torno a la pista de aterrizaje, perdiendo un tiempo precioso mientras trataba de solucionar el problema.

Tanto se obsesionó que consumió toda la gasolina del depósito mientras los copilotos, temerosos de su ira, permanecían en silencio hasta el último momento. Finalmente el avión terminó estrellándose y en el accidente perecieron diez personas.

Fuente: Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. Barcelona: Kairos.

El escenario descrito representa de modo impactante la relación entre emoción, razón y decisión y las necesarias habilidades de inteligencia emocional que cada uno de nosotros está obligado a desarrollar. Espero puedas pensar en otros ejemplos similares aplicables a la vida cotidiana en donde se hace presente la vinculación entre emoción y cognición.

 

Referencias:

  • Álvarez, M. (2001). Diseño y evaluación de programas de educación emocional. España: CISSPRAXIS Educación.
  • Damasio, A. (1996). El error de Descartes. España: Grijalbo Mondadori.
  • Damasio, A. (1995). Toward a Neurobiology of Emotion and Feeling: Operational Concepts and Hypotheses. The Neuroscientist, 1, 19-25.
  • Damasio, A. (2009). En busca de Spinoza: Neurobiología de la emoción y los sentimientos. España: Crítica.
  • Eslinger, P. & Damasio, A. (1985). Severe disturbance of higher cognition after bilateral frontal lobe ablation: Patient EVR. Neurology. 35, 1731-1741.
  • Gardner, H. (1995). Estructuras de la mente. La teoría de las inteligencias múltiples. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Goleman, D. (1996). Inteligencia emocional. España: Cairos.
  • Mischel, W., et al. (1989). Delay of gratification in children. Science, 244(4907), 933–938.
  • Plutchik, R. (1980). Una teoría psicogeneral de la evolución de las emociones. México: Trillas.
  • Scherer, K. (1986). Facets of Emotion: Recent Research. Hillasdale, USA: Lawrence Erlbaum.

Héctor Cerezo Huerta. Doctor en Psicología Educativa y del Desarrollo por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Instructor de Educación Continua de la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Profesor de Cátedra de la División de Profesional y Posgrado del Departamento de Estudios Humanísticos y Formación Ética del Tecnológico de Monterrey, Campus Puebla.

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Twitter: @HectorCerezoH

Blog: http://docenciaydocentes.blogspot.com

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