Algunas investigaciones han encontrado relación entre el ambiente social y el desarrollo infantil, por lo cual los problemas de salud y atención de discapacidad deben ser tratados de manera integral. “Aunque el problema sea predominantemente motor, debe echarse mano de los aspectos sensoriales, afectivos y cognitivos”, apuntó el doctor Rolando Rivera González, coordinador del Laboratorio de Seguimiento del Neurodesarrollo (LSN) del Instituto Nacional de Pediatría (INP).

En este sentido refirió que la presencia de daño cerebral no es suficiente para prever si éste tendría un desenlace discapacitante o dificultará el desarrollo de un menor, ya que “pueden darse procesos que impacten en la reorganización o plasticidad” cerebral, a los que puede contribuir un entorno psicosocial favorable, el ambiente en el que crece el menor, sobre todo en sus primeros años de vida.

Entre los casos más frecuentes de daño cerebral que se atienden en este laboratorio, donde actualmente se da seguimiento a unos 600 niños, se encuentran infantes que sufrieron encefalopatía perinatal, asfixia cerebral, cardiopatías congénitas, hipotiroidismo congénito, aumento de bilirrubinas y neuro-infecciones en edades tempranas, además de traumatismos craneoencefálicos, entre otros.

Al respecto el doctor Rivera González explicó que ante el daño neurológico existe una serie de procesos que pueden activar los fenómenos de plasticidad y reorganización nerviosa, que incorporados al proceso de crecimiento del niño, evitando las secuelas, como discapacidad intelectual, motriz o sensorial o que, de desarrollarse, tengan menor impacto en el infante.

El aspecto cognitivo, refirió, es de especial interés, porque dentro del desarrollo humano, la inteligencia juega un papel de gran relevancia en el proceso de adaptación.

Los procesos de rehabilitación, intervención o estimulación temprana, al ser integrales no sólo implican al niño, sino a la familia, particularmente a la madre y a diferencia de otros modelos, no sólo se trabajan estrategias terapéuticas, sino que se busca que la madre, el familiar o cuidador tenga la capacidad de percibir en qué momento de su desarrollo se encuentra el pequeño y pueda dar respuesta a sus necesidades.

Los infantes necesitan terapias específicas, pero más que esas facilitaciones que se les ofrezcan sean sensoriales, motrices o de otra índole, lo importante es que le signifiquen algo cuando despliega su potencial en la vida diaria. Este modelo es integral porque modifica al niño, pero también a la madre, a la familia y al contexto en que se desarrolla, apuntó el investigador.

Rivera González aseveró: “Queremos que la madre tenga el conocimiento para transformar a su hijo” y promover un entorno inmediato favorecedor del desarrollo y neurodesarrollo del pequeño.

Por ello, más que enseñarles dinámicas de estimulación temprana, por ejemplo, se pretende que aprendan a interactuar con el chico, a leer las señales que él le emite y a desplegar los elementos de creatividad y de experiencia que le proveen de una serie de estímulos en su escenario cotidiano, subrayó.

El modelo es integral también porque recupera los ámbitos interdisciplinarios, por lo que en este laboratorio concurren  médicos, enfermeros, nutriólogos, psicólogos, maestros en educación especial u otros perfiles como optometristas y biólogos. “Intentamos dar una respuesta disciplinaria amplia, lo que implica mayores posibilidades para comprender los problemas que pretendemos transformar”.

El doctor Rivera González señaló, por otra parte, que han comprobado en algunos casos que “nuestros niños están saliendo en promedio mejor respecto a sus pares”. Es posible que una de las razones de este resultado sea que “estamos enseñando a las mamás a que construyan una serie de nociones para el cuidado, la crianza y a hacerlas promotoras de un desarrollo integral, motor, sensorial y cognitivo del pequeño”.

Refirió que les están dando herramientas que les ayudan a interactuar, a comunicarse, a jugar, a proveerle de experiencias de aprendizaje, de situaciones exploratorias del ambiente que están haciendo que su cerebro se reorganice mejor. La pregunta es ¿qué pasa con los de afuera?

Para el investigador lo que está sucediendo es “casi una epidemia”, y es que las nociones de cuidado y crianza de un niño se están perdiendo; las mamás, sobre todo las jóvenes y las que trabajan, ya no saben cómo jugar con sus hijos, los procesos de comunicación entre ambos se han visto interrumpidos y han sido suplantados por la televisión, videojuegos, teléfonos.

La madre que sabía canciones y contaba cuentos ya no está, ni tampoco las personas que podían dar ese soporte, como los abuelos.

El problema de estilos de crianza adecuados trasciende y por ello con este modelo se busca que el niño tenga un desarrollo humano con bienestar y calidad de vida; una visión humanística que anteponga intereses colectivos, éticos y morales por delante de los individuales.

Este modelo por tanto plantea transmitir esta forma de trabajar con las mamás en general y llegar al primer nivel de atención, de manera que no sólo los chicos que tienen un factor de riesgo de daño cerebral, sino todos los infantes, se beneficien de este modelo.

El investigador, quien también es académico colaborador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) informó que desde hace más de dos décadas la UAM, a través de la Maestría en Rehabilitación Neurológica, y el INP, trabajan en un modelo de intervención encaminado a promover la rehabilitación y el desarrollo de niños que por alguna razón estuvieron expuestos a situaciones de riesgo de daño cerebral.

Remarcó que desde hace muchos años ha adoptado un punto de vista “piagetiano”, que concibe la adaptación humana como un proceso que en un nivel superior de desarrollo recurre a procesos cognitivos y de la inteligencia, comentó.

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