Manuel Martínez Morales
Si aceptamos que –según la definición que Philip Zimbardo propone en El efecto Lucifer– “la maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”, entonces tendremos que admitir que vivimos bajo un régimen malvado y criminal, puesto que muchas de estas acciones en contra de otros constituyen crímenes tipificados en las leyes establecidas por ese mismo estado.
La noche esta empañada/ habrá que tapar el agujero/ el día se fue en un coche blanco
mañana vendrá un día nuevo/ a ver, que voy a hacer?/ para sacar adelante este funk/ voy a empezar a vivir/ (porque tengo) muy poco que decir…
El estado entero convertido en gran fosa clandestina, excavada en buena parte por la propia autoridad; millones de ciudadanos hundidos en la miseria extrema; la educación sometida a la asfixia financiera; periodistas amordazados; ancianos pensionados humillados mes con mes, teniendo que tomar la calle para casi mendigar lo que por derecho les corresponde; pacientes sufriendo en hospitales públicos por falta de medicamentos y adecuada atención; parientes y amigos de los cientos de víctimas de desapariciones forzadas protestando diariamente en las calles; secuestros, asaltos, tortura, convertidos en constantes cotidianas; imposición de leyes arbitrarias e injustas; desvío de recursos destinados a proyectos productivos. Todo ello, por supuesto, en nombre de la ley y el orden, de la normalidad democrática.
La circunstancia corresponde casi perfectamente con la definición adelantada por Zimbardo; nuestra vida se desenvuelve en un entorno malvado y cruel. Pues si no te gusta, se nos dice, empaca tus tiliches y andando que se hace tarde.
Pero hacia donde enfilar las naves, si el sistema criminal se ha globalizado y falta más de una vida para que sea posible emigrar a otros planetas.
tengo adentro del pecho/ un solo presentimiento/ como de haberme tragado/ una bolsa de cemento/ quien aso la manteca?/ alguien me puso en venta/ ¿quien puso algo en mi vaso?/ el que hable que mienta;/ en el circo, solo queda/ un león hambriento/ a los tigres de bengala/ se los llevo el viento/ tengo adentro del pecho/ un solo presentimiento/ como de haberme tragado/ una bolsa de cemento.
Consecuentes con ser hijos de la modernidad, si queremos combatir la maldad habrá que comenzar por comprenderla racionalmente, y una opción a nuestro alcance podría ser recurrir a los científicos sociales, como Zimbardo, quien comienza por advertirnos que el sentido común se inclina por atribuir la maldad a factores disposicionales, es decir, atribuir la maldad a cualidades que se encuentran esencialmente en el individuo ya sean, por ejemplo, de origen genético, psicológico o moral.
En cotraposición a esta interpretación, Zimbardo -psicólogo social- se ubica entre los que presumen la raíz de la maldad en factores situacionales. La mayoría de nuestras instituciones, apunta Zimbardo, se fundan en la perspectiva disposicional, incluyendo el derecho, la medicina y la religión. Presuponen que la culpabilidad, la enfermedad y el pecado se hallan en el interior del culpable, del enfermo del pecador. Intentan entender planteando preguntas sobre el “quién”: ¿quién es el reponsable? ¿Quién lo ha causado? ¿De quién es la culpa?
Muerto el perro se acabó la rabia, dirán los que así piensan. Remuévase al responsable y el problema se resolverá. De hecho, esto creen muchos de quienes abrazan el sistema de partidos como opción de cambio en la contienda política: cambia al presidente o al gobernador rojo por el azul, el amarillo, o el arcoíris y se acabó la rabia, la maldad y todas sus secuelas.
Sin embargo, como bien adivinó Emiliano Zapata hace poco más de un siglo, la silla del poder está embrujada; esto es, si la trama institucional del sistema político ya tiene sus raíces podridas habrá que ser radical, lo que significa arrancarlo de raíz. Si en estas condiciones te acomodas en la silla y crees estar tomando el poder, estás equivocado, la silla está embrujada pues es el poder el que te toma a tí y tendrás que trabajar para él, reproduciendo la maldad situacional que lo define.
Todo lo que termina termina mal, poco a poco,/ y si no termina se contamina mal, y/ eso se cubre de polvo;/ me parece que soy de la quinta que vio el mundial setenta y ocho, / me toco crecer viendo a mi alrededor paranoia y dolor,/ la moneda cayó por el lado de la soledad (otra vez);
La alternativa puede estar en el enfoque situacional que inicia planteando preguntas sobre el “qué”: ¿qué condiciones pueden contribuir a determinadas reacciones? ¿Qué circunstancias pueden generar una conducta? ¿Qué aspecto tiene la situación desde el punto de vista de quienes se encuentran en ella?
La diferencia entre el enfoque disposicional y el enfoque situacional es parecida a la que hay entre la medicina clínica y la salud pública. La medicina clínica intenta hallar el origen de la enfermedad o la discapacidad en el interior de la persona afectada; en tanto la salud pública presupone que los vectores de la enfermedad están en el entorno y crean las condiciones que alimentan la enfermedad. Por ejemplo, desde el punto de vista disposicional, a un niño que manifieste problemas de aprendizaje se le puede administrar una variedad de tratamientos médicos y conductuales para que supere el problema. Pero en muchos casos, y sobre todo en comunidades pobres y marginadas, la causa del problema es la ingestión de plomo, ya que es frecuente que estas comunidades se encuentren en zonas expuestas a la contaminación por desechos industriales y de otro tipo.
Yo diría que las diversas manifestaciones de la maldad –que incluye las diferentes formas de violencia- son propiciadas cuando están presentes relaciones de poder: te maltrato porque puedo hacerlo, porque tengo el poder para hacerlo. ¿Y quién te da este poder? Pues el sistema político, el religioso o el cultural.
Entonces, concluyo que se ejercen la crueldad y la violencia en el contexto de relaciones de dominación, ya sea en el hogar, el sitio de trabajo, las instituciones educativas o en el seno de una sociedad dominada por una clase o grupo faccioso. Si se desmantelan esas relaciones de dominación y sustituyen por otras en que no se den las condiciones para ejercer dicha dominación, se sentarán las bases para que la maldad y sus secuelas se diluyan.
no me lastimes con tus crimenes perfectos,/ mientras la gente indiferente se da cuenta,/ de vez en cuando solamente sale afuera la peor madera;/ si resulta que si, si podrás entender,/ lo que me pasa a mi esta noche.
Generalmente no somos del todo conscientes del poder que ejercen los sistemas, que a través de sus instituciones establecen mecanismos para traducir una ideología (como las causas del mal) en procedimientos operativos (como la caza de brujas del Santo Oficio), Entonces hay que considerar a los sistemas de poder que crean las condiciones situacionales. Dicho de otro modo, para entender una pauta de conducta compleja es necesario tener en cuenta el sistema, además de la disposición y la situación concreta.
Encuentro inevitable, por su pertinencia, sintetizar lo antes dicho citando a Zimbardo:
Cuando se producen conductas aberrantes, ilícitas o inmorales en el seno de una institución o un cuerpo dedicado a la seguridad, como la policía o el ejército, se suele decir que los autores son unas “manzanas podridas”. Esto lleva implícito que constituyen una rara excepción, que se encuentran en el lado oscuro de la línea impermeable que separa el mal del bien, y que al otro lado de esa línea está la mayoría que forman las manzanas sanas… Pero esta atribución disposicional que habla de “manzanas podridas” pasa por alto que el cesto de las manzanas puede corromper a quienes se hallan en su interior. El análisis sistémico se centra en los creadores de ese cesto, en quienes tienen el poder de crearlo.
Los creadores del cesto son la “élite del poder”, que con frecuencia actúa entre bastidores; son los que organizan en gran medida las condiciones de nuestra vida y nos obligan a dedicar nuestro tiempo a los marcos institucionales que construyen…..Y es que están al mando de las principales jerarquías y organizaciones de la sociedad. Dirigen las grandes empresas. Dirigen la maquinaria del estado y reclaman sus prerrogativas. Dirigen a la clase militar. Ocupan puestos de mando estratégicos en la estructura social que les ofrecen el medio para conseguir el poder, la riqueza y la fama de que gozan.
Cuando los diversos intereses de estos dueños del poder coinciden, acaban definiendo nuestra realidad. El complejo militar-industrial-religioso es el megasistema supremo que hoy controla gran parte de los recursos y la calidad de vida de muchos seres humanos. (Philip Zimbardo: El efecto Lucifer. El porqué de la maldad. Paidós, 2015)
Cuando el poder se alía con el miedo crónico, se hace formidable.
¿Le suena familiar?