La configuración social, económica y cultural de México de las últimas tres décadas no ha sido favorable para las familias mexicanas. Los estudios sociales indican que el decreciente papel del Estado en la vida social del país, reflejado en el desmantelamiento de los sistemas de protección social, ha resultado en que las familias ahora cubren con recursos propios y con mayores esfuerzos sus necesidades de salud y educación. A esto se añaden las crisis económicas, el desempleo y su precarización en el país, así como los efectos de la globalización en el mercado laboral, los cuales inducen la participación económica de nuevos integrantes de las familias para alcanzar un mayor ingreso. De acuerdo con Rosario Esteinou Madrid, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social e integrante de la Academia Mexicana de Ciencias, los estudios sobre las familias mexicanas generalmente se enfocan en la parte de los recursos, es decir, cuáles son las estrategias económicas que desarrollan para responder al impacto de sus condiciones, “pero las estrategias también se pueden desarrollar en términos simbólicos y emocionales”, dijo Esteinou. Incluso hay teorías “catastrofistas” que suponen su desintegración y con ello la desinstitucionalización de la familia. No obstante, las estadísticas revelan lo contrario, sostiene la investigadora. Tan solo en el año 2010, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (NEGI) registró que el 95% de la población forma hogares donde sus miembros tienen una relación de parentesco con el jefe del hogar; “¿dónde está el aniquilamiento de la familia”, cuestiona. “Esa visión es alarmante. Es cierto que hay presiones muy fuertes, pero las familias se adaptan”, señala Esteinou. En cambio lo que hace falta, agrega, son investigaciones basadas en la detección de las dinámicas internas que las mantienen unidas, es decir, de sus fortalezas, mismas que ya se estudian en otros países, pero poco o nada en nuestro país. Tres de las fortalezas reportadas en estudios extranjeros son la cohesión, la flexibilidad y la comunicación familiar. “Una cosa que sí se ha visto en México es el familismo, que podría ser considerado una fortaleza”, explica la doctora en sociología por la Universidad de Estudios de Turín. El término se refiere al lugar en el que se coloca a la familia por sobre uno de sus miembros. “El parentesco crea obligaciones y en ese sentido crea solidaridad. Pero también puede ser una camisa de fuerza, porque a veces cancela o se impone a los intereses individuales”. Advierte que el familismo tampoco se ha estudiado mucho en el país, “se ha examinado desde el aspecto de la solidaridad, pero no se ha profundizado en sus virtudes y sus defectos”. Por otro lado, considera importante detectar qué tipo de comunicación establecen los miembros de la familia, qué tan efectiva y armónica es, o incluso cómo se da en distintos niveles y estratos sociales, lo cual ayudaría a profundizar en sus dinámicas internas. “No hay ni una encuesta que se oriente hacia estos aspectos”. Rosario Esteinou añade que la comunicación siempre ha existido en las familias, pero ahora comienza a observarse un tipo de comunicación nuevo. “Antes sus integrantes no hablaban abiertamente de sus problemas, los papás decían lo que se tenía qué hacer y los hijos lo hacían, era un tipo de comunicación más jerárquica donde había más distancia entre los individuos, ahora empieza a surgir en algunos sectores una comunicación más abierta, en la cual los problemas se discuten y negocian”. La investigadora reconoce que aún falta un largo camino para recorrer en el estudio de las fortalezas con las que cuentan las familias mexicanas. Los estudios hasta el momento permiten profundizar en sus aspectos externos, “pero nos dicen poco sobre las fortalezas y desafíos que se presentan en la dinámica interna”, concluyó.
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