Jesús Ramírez Bermúdez heredó el talento de narrar de su padre, el escritor José Agustín, y aprendió la habilidad de observar su entorno de Gabriel García Márquez, pero no quiso estudiar literatura, se inclinó por la medicina y luego neuropsiquiatría; no obstante, ahora desarrolla un peculiar tipo de literatura que está basada en su experiencia científica.
Jesús Ramírez Bermúdez, quien actualmente es jefe de la Unidad de Neuropsiquiatría del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INNN), cuenta con 73 artículos científicos y tres de textos literarios.
En los dos ámbitos es brillante, en 2006 recibió el premio a la investigación científica que otorga la International Neuropsychiatric Association y en 2009 obtuvo el Premio del Instituto Nacional de Bellas Artes José Revueltas, por el ensayo El último testigo de la creación.
Quizás su éxito en los dos ámbitos se debe a que en las dos actividades que realiza, a pesar de que son completamente diferentes, se desarrollan habilidades que se complementan.
Una infancia entre libros
El neuropsiquiatra y escritor relata: “Me eduqué en una familia que tenía un concepto literario muy arraigado, mi padre todas las noches nos contaba historias de mitología china, griega y, por supuesto, prehispánica”.
A medida que iba creciendo, su papá le presentaba historias más realistas, esto le enseñó a ver el mundo desde la literatura. Actualmente “veo el mundo como un conjunto de historias interconectadas, como un tejido de relatos”.
Así, el pequeño Jesús Ramírez Bermúdez vivió su infancia rodeado de literatura. Los domingos, diversos escritores como Juan José Arreola o Gabriel García Márquez visitaban a su padre, así que él convivía con ellos y desde muy pequeño empezó a escribir sus primeros textos.
“Desde niño yo escribía historietas con mi hermano Agustín. A los 12 años hice mi primera novela, la cual por cierto reescribí como tres veces y afortunadamente no la publiqué porque ahora me daría mucha pena mostrarla, era una novela malísima”.
No obstante, al mismo tiempo que escribía su primera novela, también descubría en la escuela las ciencias biológicas que lo cautivaron desde el primer contacto que tuvo con ellas.
Aunque su destino parecía que sería la literatura, Jesús Ramírez Bermúdez decidió que estudiaría medicina en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), lo cual en un principio a su padre le pareció muy interesante ya que imaginaba que su hijo sería psicoanalista como Sigmund Freud o Carl Gustav Jung.
Conforme más se adentraba en su carrera, más le gustaba la investigación, por eso decidió realizar una maestría en psiquiatría y posteriormente un posdoctorado en neuropsiquiatría, ambos posgrados en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Para decepción de mi padre, cada vez me volví más científico, me enamoré de la investigación (…) Yo encontré en la medicina psiquiátrica un puente, una manera de conectar la ciencia con la literatura”.
La ciencia y la literatura son complementarias
Pese a que la ciencia y la literatura son disciplinas diferentes, el científico miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), consideró que se complementan porque las habilidades que se desarrollan para una actividad se pueden emplear en la otra.
Por ejemplo, para hacer una novela se necesita mucha imaginación, te obliga a estar inmerso en un mundo ficticio que, aunque no existe, para el novelista es como si fuera completamente real.
En la ciencia también se necesita de una buena dosis de imaginación para proponer una hipótesis; sin embargo, después hay que contrastarla con los hechos y ahí ya la imaginación tiene poco que decir.
“Los textos literarios están hechos por historias y considero que la ciencia también está formada por historias, solo que son otro tipo de personajes, por ejemplo, los protagonistas pueden ser un anticuerpo que ataca las células u otras cosas”.
Además son complementarias porque “favorecen el desarrollo de distintas habilidades emocionales y otras estructuras de la personalidad. Mientras que la literatura impulsa la creatividad, la imaginación y el aspecto lúdico, la ciencia entrena la disciplina porque en la ciencia uno no hace lo que se le ‘pega la gana’, a diferencia de la literatura”.
Asimismo, en la ciencia hay que trabajar en equipo, ahora las grandes investigaciones son muy colaborativas, en cambio la literatura es muy individualista.
Por eso desde hace varios años, el prestigiado científico, además de sus colaboraciones científicas, ha escrito diversos materiales literarios como Paramnesia, El último testigo de la creación —el cual fue traducido al inglés y editado por Small Beer Press, además de ser galardonado con el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas—, Breve diccionario clínico del alma y Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas.
Para los próximos años prepara un texto literario en el que promete narrar algunos de los acontecimientos neurológicos que ha sufrido mientras realiza otra de sus pasiones, los deportes extremos como el buceo y el montañismo; además de continuar con sus investigaciones científicas enfocadas en las enfermedades neurodegenerativas.