Juan Cordero, es un pintor mexicano, y el primero en hacer un mural con temas no religiosos, El triunfo de la ciencia y de la industria sobre la ignorancia y la pereza, pintado en la Escuela Nacional Preparatoria, en 1874, por el cual Diego Rivera, considerado el máximo representante del muralismo mexicano, lo reconoció como precursor de ésta corriente.
Juan Cordero nació en Teziutlán, Puebla, el 16 de mayo de 1824, bajo el nombre de Juan Nepomuceno María Bernabé del Corazón de Jesús Cordero de Hoyos; hijo del comerciante español Tomás Cordero y de María Dolores de Hoyos y Mier, ya nacida mexicana.
De su padre aprendió el oficio de “mercero”, es decir, vendedor ambulante de chucherías, actividad que mantuvo.
Desde su infancia mostró su talento para el dibujo, lo que llevó a que su padre lo enviara en 1840 a estudiar a la Antigua Academia de San Carlos, en la Ciudad de México.
El oficio de mercero lo mantuvo, incluso, después de haberse inscrito en la Academia de San Carlos, lo cual lo ayudó a viajar por México y el mundo, según la biografía del autor en el libro “Juan Cordero y la pintura mexicana en el Siglo XIX”.
Este amplio recorrido como comerciante por diversos pueblos, le dio la visión del colorido y la capacidad para retratar los rasgos físicos humanos.
Después de estar en San Carlos, su padre decide enviarlo a Roma, donde se ubica a partir de 1844 y en donde permanece hasta 1853.
Ahí aprendió la «técnica relamida», con tal profundidad que hizo que muchos lo consideren el más plástico de su época.
En Roma, con sus 20 años de edad llegó a la la Academia de San Lucas, con el maestro Natal de Carta y de inmediato llamó la atención del propio Giovanni Silvagni. Ahí también fue discípulo de Pelegrín Clavé, del cual después se volvería su rival artístico y de posiciones de poder.
Sin embargo su estancia en Roma no fue tan notable, porque Juan Cordero tenía una gran técnica, pero era carente de imaginación; de hecho, a lo largo de su trayectoria, no modificó gran cosa su estilo.
Pero eso sí, tenía grandes habilidades para el retrato y con estas comenzó a desarrollar su mayor obra.
En Roma, conoció al general Anastasio Bustamante, el cual al ver las notables cualidades artísticas de Cordero lo impulsó de inmediato. El mismo año de su llegada a Europa, Cordero fue nombrado por el Gobierno Mexicano agregado a la legación cerca de la Corte Pontifícia, pero además en 1846 la Academia de San Carlos le concedió una pensión, a la cual Cordero retribuyó enviando periódicamente algunas de sus obras a México.
Así fue como se mantuvo inicialmente en Roma.
Tres años después de su llegada a la capital de Italia, presentó una de sus obras maestras, el retrato de los escultores pensionados Tomás Pérez y Felipe Valero.
En ese mismo 1847 concluyó otros dos retratos que son obras maestras del neoclasicismo mexicano: «Autorretrato» y «Retrato de los Arquitectos de Agea». Igualmente desarrolló su famoso «Moisés en Rafidín» y la «Mujer del pandero», este último cuadro, inspirado en su novia María Bonnani.
Después de estos trabajos, mostró a plenitud su gran vena en la pintura religiosa y creó su «Anunciación Angélica» (1849), “El Redentor y La Mujer Adúltera” (1853) y los murales de Santa Teresa y San Fernando y la ‘»Stella matutina'» (1875).
En 1855 regresó a México llevando consigo su máxima obra, «El redentor y la mujer adúltera», la cual dividió y apasionó a los pintores de su época.
Con este impulso, Cordero pidió la dirección de pintura de la recién reconstruida Academia de México, la cual tenía su antiguo maestro, el pintor catalán Pelegrín Clavé, con el cual se enemistó al grado de considerarlo su enemigo al ofrecerle sólo la subdirección de Pintura de la Academia.
Con los contactos políticos que tenía, le pidió a Antonio López de Santa Anna, su apoyo para obtener la posición.
Al entonces presidente de México le hizo un retrato ecuestre, con fondo del Bosque de Chapultepec y su ejército de caballería. También retrató a su esposa, Dolores Tosta en una suntuosa sala de mediados del siglo XIX, en 1855.
Santa Anna ordenó que lo nombraran director, pero la junta académica de San Carlos, se mantuvo firme en negarle la posición a Cordero.
Paradójicamente, esto fue lo que lo llevó a realizar su gran trabajo mural, convirtiéndose en el primer pintor mexicano que se encargó de pintar templos y bóvedas religiosas.
Entre 1860 y 1867, al término del imperio de Maximiliano, Cordero se volvió retratista por encargo, y en esa actividad estuvo en Guanajuato, Mérida y Xalapa.
De esa época también son óleos en los cuales demostró un grado de madurez, y mostró un estilo agradable, con colores brillantes, entre estos «La mujer de la hamaca», «La sonámbula», «La bañista» Y «La cazadora».
Después, en 1874, concluyó el primer mural laico pintado en México, su obra «Triunfos de la ciencia y el trabajo sobre la ignorancia y la pereza».
Falleció el 28 de mayo de 1884, en Coyoacán, en la ciudad de México, y poco después, sus únicos murales laicos de la Escuela Nacional Preparatoria, fueron derribados para abrir un ventanal en donde, junto al lema, Saber para prever, prever para obrar, figuraron las palabras de Justo Sierra: Amor, orden y progreso.