En el devenir histórico de los modernos estados nacionales, el control y usufructo de los recursos naturales, así como la autosuficiencia alimentaria y la autonomía en el desarrollo científico y técnico, han sido algunas de las condiciones sin las cuales aquéllos no pueden asegurar su identidad ni el ejercicio pleno de su soberanía y autodeterminación.
Entre otros recursos estratégicos destacan el petróleo y aquellos que derivan en fuentes de energía, como son los ríos, los yacimientos de uranio y las regiones donde puede aprovecharse la energía solar o la fuerza de los vientos para la generación de electricidad.
El caso del petróleo es paradigmático por la importancia que adquirieron los combustibles fósiles como fuente principal para la generación de energía y, consecuentemente, por la disputa generada durante el último siglo en torno a la extracción, explotación, industrialización y comercialización del producto y sus derivados.
Con tal de tener acceso a los yacimientos de petróleo y así poder extraerlo y explotarlo, las transnacionales –y los estados a su servicio- están dispuestas a desatar sangrientas guerras sin escrúpulo alguno, pero su dominio sobre este recurso no se limita únicamente al saqueo sostenido en la violencia, sino que se extiende también hacia otras esferas como la investigación científica y el concomitante desarrollo tecnológico. Así, podemos constatar que la dependencia tecnológica y el subdesarrollo científico, inducidos intencionalmente a partir de los intereses económicos de las transnacionales, han sido la regla –más que la excepción- en la historia moderna de México.
En particular, la ciencia y la tecnología han estado vinculadas –para bien o para mal- a la lucha por el petróleo.
Por causa de utilidad pública, el 18 de marzo de 1983 Lázaro Cárdenas decreta la expropiación de los bienes propiedad de las compañías inglesas y estadunidenses, y el 7 de junio de ese año se crea Petróleos Mexicanos. Con la nacionalización de la industria del petróleo ya no sólo se exportan crudos y productos primarios, sino que se orienta a satisfacer y estimular la demanda interior.
Ante esta situación, las compañías transnacionales inician una campaña de represalia, dejando de abastecer insumos tecnológicos clave en la refinación del petróleo mexicano para obtener gasolinas. El periodo de crisis que se sucede, ante el bloqueo internacional promovido por las compañías afectadas, marca el inicio del desarrollo nacional de la industria petrolera. Se fabrican en el país algunas refacciones que se necesitaban con extrema urgencia; el ferrocarril soluciona el problema de la distribución de gasolina, combustóleo y otros derivados a todo el país.
Por otro lado, un grupo de químicos mexicanos producen el antidetonante de gasolina con una tecnología propia, el tetraetilio de plomo. Esto marca la importancia de contar con capacidad tecnológica propia, a pesar de que la planta donde tiene lugar esta innovación es cerrada por Pemex, una vez reanudadas las ventas internacionales de insumos a México ya que deja de ser rentable ante los menores precios internacionales –seguramente subsidiados- del antidetonante.
En este contexto, destaca la creación del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP), por iniciativa del entonces director general de Pemex, Jesús Reyes Heroles, quien reconoció que la planeación y el desarrollo de la industria petrolera deberían ser congruentes con las necesidades de una economía mixta. Por esta razón, consideró necesario fomentar la investigación petrolera y formar recursos humanos que impulsaran el desarrollo de tecnología propia.
Empero, a partir de la implantación de la llamada política “neoliberal”, alrededor de 1982, comenzó un embate deliberado contra la educación pública superior, la investigación científica y el incipiente desarrollo tecnológico; embate traducido en la paulatina asfixia financiera de las instituciones públicas encargadas de las tareas mencionadas y, de ameritarlo, la cancelación de proyectos o la clausura definitiva de centros e institutos de investigación científica y tecnológica.
Actualmente, el IMP no recibe suficiente presupuesto del gobierno y éste se justifica diciendo que debe generar sus propios recursos. En las discusiones de la reforma energética, muchos personajes, algunos del poder Legislativo, otros, directivos o ex funcionarios de Pemex, han arremetido contra el Instituto Mexicano del Petróleo, responsabilizándolo de la inoperancia tecnológica de Petróleos Mexicanos.
Quizá la suerte del instituto no cambie en los próximos años, porque las actividades de la Secretaría de Energía y de Petróleos Mexicanos están enfocadas en buscar opciones que les permitan no solamente continuar con la producción de los hidrocarburos, sino buscar incrementarla, obviamente con el apoyo de tecnología externa –obedientes al mandato del capital transnacional- en tanto que el IMP y las universidades continuarán en el limbo.
Pero el IMP -al igual que otros centros y universidades en que se cultiva la investigación científica y el desarrollo tecnológico con ánimo nacionalista- está en crisis gracias no a “equivocadas” políticas del Estado mexicano, sino a una intención deliberada para encallar la ciencia y la tecnología autóctonas y favorecer la perenne dependencia del gran capital transnacional.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.