La ciencia desde el Macuiltépetl: Ciencia y tecnología en tiempos de pobreza

Pobreza, miseria


Manuel Martínez Morales

¿Por qué preguntarnos aquí y ahora por la relación entre ciencia, tecnología y sociedad? ¿Acaso no existen asuntos de mayor importancia sobre los cuales discutir o disertar en estos tiempos de penuria? Tal vez revisando lo aseverado por quienes han reflexionado a profundidad en estas cuestiones sea posible orientarnos. «La ambición última de la ciencia entera es fundamentalmente, como creo, dilucidar la relación del hombre con el universo», dice Jacques Monod, Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1965 y autor de El Azar y la Necesidad: Ensayo sobre la Filosofía Natural de la Biología Moderna. Mas esta relación del hombre con el universo se da mediada por la historia y por las relaciones de los hombres entre sí, la relación está condicionada por el ser social del hombre; no es una relación puramente individual. Observo el universo a partir de mis sentidos cultivados, socializados; me oriento en el mundo empleando el lenguaje; exploro la naturaleza utilizando la ciencia y los instrumentos técnicos a mi alcance, elementos culturales por excelencia.

Intento imaginar como perciben el universo material y el mundo social los hombres y mujeres que se cuentan entre los cincuenta millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema. El nombre de Monod y las brillantes teorías de la biología contemporánea son ajenos a ese universo que se experimenta en la carencia de lo más elemental: comida, techo, vestido, salud, educación. La pobreza material induce un deterioro general del individuo; conlleva la pobreza cultural de quien la sufre, limitando sus posibilidades de desarrollo personal y de participación social. El hambre, las enfermedades y la ignorancia crónicas convierten a los hombres en guiñapos, susceptibles de ser sometidos y manipulados con facilidad.

Hay que insistir en que la ciencia y la técnica per se, no tienen ni pueden tener como objetivo el abatimiento de la pobreza o la consecución de mayor igualdad social. Las desigualdades y la pobreza desaparecerán sólo si se transforman las relaciones entre los hombres. Mas en un proceso de auténtica transformación social, la ciencia y la técnica juegan un papel subsidiario pero indispensable, ya que el conocimiento técnico-científico puede contribuir a acelerar los procesos de transformación en diversos ámbitos (en la producción industrial y agrícola, en la planificación económica, en la educación, etcétera). También la difusión y la divulgación del pensamiento científico acercan al hombre -como señala Monod- a comprender su relación con el universo y con los demás hombres, enriqueciendo sustantivamente su vida concreta y cotidiana.

El filósofo Martin Heidegger afirma contundentemente que «la técnica es el olvido del ser», para luego precisar: «La esencia de la técnica moderna lleva al hombre al camino de aquel desocultar, por el que lo real deviene por todas partes y de una manera más o menos perceptible, constante.» Aunque en el camino de este desocultar, advierte el filósofo, se presenta un peligro supremo para el hombre: extraviarse en la apariencia y volverse, el hombre mismo, en una constante más. «Entretanto, el hombre ya no se encuentra más, ni en parte alguna, precisamente a sí mismo, es decir, a su esencia». (Filosofía, Ciencia y Técnica, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1997)

¿Por qué meditar sobre la ciencia y la técnica? ¿Acaso la técnica, como producto de la actividad de los hombres, no es algo inmediato y transparente? Debe meditarse sobre la esencia de la técnica, sostiene Heidegger, precisamente porque esa esencia no está dada en los objetos técnicos ni puede ser definida tampoco en el seno de límites exclusivamente antropológicos. Afirmaciones que se asocian a la idea de que con el desarrollo de la técnica occidental el hombre reta a la naturaleza; la ciencia moderna se ha desarrollado en contra de Dios y de los dioses.

Entonces, la cuestión de la técnica debe ser un tema central en nuestros días, pues por primera vez desde el origen del hombre, los procesos se globalizan y comienza la integración de miles de culturas diversas a un solo polo organizador, que es fundamentalmente económico y técnico, inaugurando una nueva forma de organización social que se practica y se impone a nivel planetario.

La visión de Heidegger no deja de ser apocalíptica. Con gran sentido profético, el filósofo sentenciaba hace muchas décadas: «Más inquietante que la conquista del espacio, se anuncia la transformación de la biología en biofísica. Esto significa que el hombre puede ser producido conforme a un fin determinado, con no importa qué objeto técnico.»

Resumiendo lo hasta aquí expuesto podemos decir, un tanto simplificadamente, que hay dos visiones contrapuestas sobre la ciencia y la técnica; la visión «optimista», de la que Monod sería un exponente, según la cual la ciencia ayuda al hombre a esclarecer su relación con el universo e implícitamente se infiere que la práctica científica contribuirá, si es bien «aplicada», al beneficio social. Esta posición es eminentemente teórica e instrumentalista: la ciencia es neutral, no es en si misma buena o mala, el uso que le dan los hombres es el que orienta en un sentido o en otro las aplicaciones de la ciencia. Por otro lado, la visión «pesimista» sobre la ciencia, según la cual la ciencia y la técnica entrañan un peligro supremo para el hombre -palabras de Heidegger-, se aleja del instrumentalismo y, a pesar de su tono metafísico, plantea un verdadero problema práctico: el hombre enfrentado a una de sus obras cumbres: el saber técnico-científico. Pero en un caso y otro, se encuentra presente la dimensión social de la ciencia y de la técnica. En estas dos concepciones se hace patente que ciencia y tecnología, al igual que el lenguaje y las artes, son construcciones sociales condicionadas histórica y culturalmente.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

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