Mané recuerda con nostalgia sus primeros contactos con la inteligencia artificial; por ejemplo el casual hallazgo del libro: ‘»Computation: Finite and Infinite Machines'» (Computación: Máquinas Finitas e Infinitas), de Marvin Minsky, que le abrió una nueva perspectiva de la ciencia y que, podría decirse, definió su vocación: moverse de la física al estudio de la ciencia de la computación. Le pareció maravilloso que el comportamiento de una máquina, de un autómata, pudiera describirse en términos matemáticos precisos y que, a partir de esta caracterización, también fuera factible establecer límites a lo que una máquina puede hacer.
Como siempre, su imaginación comenzó a volar y rápidamente concluyó que el estudio de las funciones del cuerpo humano, incluyendo el funcionamiento del cerebro, podrían abordarse desde la perspectiva abierta por Minsky. Aunque, como siempre, ignorante de las cosas, no sabía que el propio Minsky y otros especialistas ya estaban metidos en el asunto.
Mané aún conserva aquella edición del libro que adquirió hace más de cuarenta años y que aún emplea en alguno de sus cursos, pues el texto no pierde vigencia, se ha convertido en un clásico; materia de estudio obligatoria para quien incursione en las ciencias de la computación.
Le entusiasma saber que Minsky aún se mantiene activo en el campo y que recientemente hizo pública una observación acerca de cómo se debe conducir la investigación. Marvin Minsky, ahora catedrático emérito de Media Arts and Sciences en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), ha expresado su desacuerdo con el enfoque actual de los grandes programas de investigación sobre el cerebro humano, como los puestos en marcha por Estados Unidos y la Unión Europea: “Esa gente no sabe qué buscar en el cerebro. Va a ser una pérdida de dinero, y producirá teorías erróneas que tardaremos muchos años en borrar. Vale más dedicar menos dinero a muchos proyectos pequeños, que mil millones de dólares a un único programa para investigar el cerebro humano. Lo que deberíamos hacer es estudiar cómo funciona el cerebro de animales pequeños, como una libélula, por ejemplo”.
Minsky, sigue siendo fiel a su visión del cerebro humano como una ‘máquina de carne’. “Las personas somos máquinas muy evolucionadas”, ha indicado el veterano científico, y está convencido de que las máquinas acabarán superándonos en inteligencia.
Según Minsky, esta rama de la ciencia ha avanzado mucho más lentamente de lo que se creía en sus inicios, y una de las causas es la falta de impulso a la investigación básica.
Minsky ha comentado la “extraña paradoja” de que, en sus inicios, las ciencias de la computación estuvieran amparadas por la investigación militar, que tras la Segunda Guerra Mundial contaba con bastantes fondos y escaso control, justo lo contrario de lo que ocurre con la investigación civil, donde hay que justificar en muy poco tiempo los fondos. De esta forma la investigación militar acaba siendo “más libre y creativa” que la civil.
También ha insistido en que para impulsar el avance de la inteligencia artificial es necesario “apoyar más a la gente con buenas ideas”, en especial a los jóvenes, para los que es difícil desarrollar su trabajo a largo plazo. “Ahora una persona joven no puede encontrar ayuda para trabajar sobre el cerebro a no ser que proponga alguna utilidad práctica en los próximos tres años, así que estamos estancados”.
Sobre los hipotéticos peligros que se deriven de las máquinas inteligentes en el futuro, Minsky ha comentado: “Todo el mundo entiende que el progreso implica asumir ciertos riesgo”; además de indicar que el punto de equilibrio está en decidir qué riesgos puede asumir la sociedad.
Como decíamos, todo esto entusiasma grandemente a Mané pues, por alguna extraña razón, le siguen atrayendo los problemas de carácter epistémico y social que la ciencia plantea. Pero por otra parte, no puede evitar cierto sobresalto cuando cobra conciencia que estas maravillas de la ciencia moderna contrastan duramente con los terribles dramas reales que se viven cotidianamente en nuestra sociedad.
Casi al mismo tiempo que se entera de las declaraciones de Minsky, Mané mira una terrible escena: un grupo de mujeres, abrazadas a expedientes contenidos en algún gastado folder, se amontonan a las puertas del servicio médico forense en la cabecera de un municipio veracruzano donde se ha dado a conocer que se encontraron treinta cuerpos en una docena de fosas clandestinas. Son las madres de los muchos “desaparecidos” en la entidad, que se acercan con la esperanza de averiguar si alguno de esos cuerpos es el de su familiar desaparecido.
El profundo dolor de esas mujeres no alcanza siquiera a expresarse con palabras. Pero su mirada doliente, intraducible, penetra y lastima en el alma. Otra dimensión sin duda, inconmensurable con la ciencia moderna y su lenguaje. Ninguna máquina, jamás, podrá aproximarse a lo que encierran las profundidades del alma humana.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.