No me regalen más libros, porque no los leo,
lo que he aprendido es porque lo veo
Soy las ganas de vivir, las ganas de cruzar,
las ganas de conocer lo que hay detrás del mar.
La vuelta al mundo, de Calle Trece.
En el cuento Fin del mundo del fin, Julio Cortázar imagina un futuro en que las obras escritas nos ahogarán: “Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas… Entonces pasa que los libros rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros… En el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por fin como un piso resistente aunque viscoso que sube diariamente algunos metros y que terminará por llegar a la superficie… un día los capitanes de los barcos de las grandes rutas advierten que los barcos avanzan lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los motores jadean y las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen en distintos puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de una gran alegría…Los escribas trabajan lentamente, pero su número es tan inmenso que los impresos separan ya por completo las tierras de los lechos de los antiguos mares. En la tierra vive precariamente la raza de los escribas, condenada a extinguirse…”
Por su parte, Jorge Luis Borges en La biblioteca de Babel imagina una situación no menos aterradora: la biblioteca contiene todos los libros que es posible escribir, de tal forma que ocupa un espacio inmenso –aunque no infinito- que es recorrido por obsesionados lectores que ocupan su vida en busca de algún texto que tenga sentido, pues entre todos los libros posibles, sólo una parte infinitesimal de éstos tiene algún sentido, el resto contiene solamente combinaciones de letras sin significado alguno.
Casi al término de mi infancia conocí a un singular personaje: Juanito el telefonista; buen amigo de mi padre, quien estaba empeñado en auto educarse y sobresalir entre sus paisanos, habitantes de un ranchito ubicado a unos 30 kilómetros de Torreón. Una vez, mi padre nos llevó de paseo a aquel lugar y, de paso, aprovechó para hacer una visita a Juanito. Recuerdo que éste salió a recibirnos a la puerta de su modesta casa -hecha de adobes, como las demás en el ranchito- enfundado en una raída bata de baño (lo cual, según él, era un símbolo de distinción en aquel lugar) y portando un grueso libro entre sus manos.
Después de intercambiar los saludos de rigor, Juanito le dice a mi padre que ya va progresando en su preparación, pues ya iba en la letra “F”. El grueso volumen que sostenía era nada menos que un diccionario –creo que una edición del Pequeño Larousse- que Juanito estaba “estudiando” de cabo a rabo: creía que conociendo la definición de todas las palabras ahí contenidas (de la A a la Z) lo convertiría en un hombre educado.
En el camino de regreso de aquel paseo mi padre trataba de explicarnos, a mis hermanos y a mí, el absurdo empeño de Juanito y la diferencia que existía entre la simple acumulación de información –cuento de nunca acabar- y el verdadero conocimiento que implica algo más: el acto reflexivo.
En un tono más analítico, Ernest Becker -en El eclipse de la muerte- se pregunta: ¿por qué, pues, añadir otro libro más al exceso de producción inútil? Para responderse: “Creo que una de las razones de que el conocimiento se encuentre en estado de sobreproducción inútil es que está disperso por todos lados, y que se expresa en un millar de voces que compiten entre sí. Sus fragmentos insignificantes se subrayan fuera de toda proporción; en cambio, los conocimientos más importantes de interés histórico mundial se encuentran dispersos esperando que se les preste atención. No existe un centro vital palpitante…”
Al iniciarme en la investigación científica me empantanaba, como tantos otros, tratando de ponerme al día en lo que se llama “el estado del arte” en algún campo específico. Tarea de nunca acabar, como la de Juanito, pues en cualquier campo del conocimiento éste se produce a un ritmo más rápido del que cualquier investigador pueda alcanzar en el afán de ponerse al corriente en tal “estado del arte”. Como en el cuento de Cortázar todos nos convertimos en escribas contribuyendo a incrementar el nivel del mar de papel que ya nos ahoga.
Por favor no vayan a replicar que eso no sucederá, que el libro de papel tiende a desaparecer y que será sustituido por el libro digital. El efecto es el mismo, piénsenlo con cuidado.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
Nota de referencia: Nueva herramienta para procesar la enorme cantidad de textos de la web